lunes, 3 de noviembre de 2008

Yo, lector

Vendrán las guerras clónicas


Por Juan Pablo Picazo para estosdías

Los adelantos de la ciencia han constituido siempre un tema de preocupación para el arte, cuya penetrante visión se extiende más allá de lo que las limitadas fronteras del pensamiento científico permiten a sus hierofantes. Cuando a mediados del siglo XIX Gregor Mendel, entonces un desconocido monje de Silesia, se dedicó al estudio de la Drosophila Melanogaster, o mosca de la fruta, la genómica de hoy vio su nacimiento, y los escritores advirtieron, mucho antes que los científicos, los alcances positivos y los peligros de aquella nueva línea de investigación.

Uno de quienes previeron el futuro fue H. G. Wells, cuyo libro La isla del Dr. Moreau, publicado hacia 1896, advertía sobre el lado oscuro de los experimentos mendelianos. Este clásico literario pasó al cine en dos versiones (Charles Laughton, 1932, y Burt Lancaster, 1977) antes de una tercera que conmemoró su centenario en 1996 bajo la dirección de John Frankenheimer. Como se verá, el cine ha convertido el tema de la clonación en uno de sus favoritos, sobre todo últimamente. Entre muchas otras destacan Sexto día, de Roger Spottiswoode (2000); El ataque de los clones, de George Lucas (2002); La Isla, de Michael Bay (2005), cuya trama se parece demasiado a un clásico de la ciencia ficción del último tercio del siglo XX: Clones, crónicas de un futuro imperfecto, de Michel Marshall Smith Y claro, 2008
de nuevo George lucas con La guerra de los clones, aunque este ya no es el tema principal en ella.

En Clones (Grijalbo, México, 1998. Traducción de María Vidal), Marshall Smith muestra un mundo entregado por entero al consumo como deporte extremo, en imposibles centros comerciales de 200 pisos de altura cuya extensión de 13 kilómetros cuadrados se desplaza de una ciudad a otra de los Estados Unidos como auténticos cruceros aéreos; uno de ellos, el Nueva Richmond, aunque permanentemente varado en tierra a causa de una indeterminada falla mecánica, será su escenario.


En este libro, Jack Randall es un ojosbrillantes. Veterano de una extraña guerra, metido a guardián en una granja de refacciones humanas, decide salvar a un grupo de clones a quienes ha enseñado de modo rudimentario los prolegómenos de una cultura que desconocen, obligándolos a ascender un mínimo peldaño, de cosas a personas con pensamiento independiente, ayudado por Ratchet, el robot de mantenimiento.


En el intento por huir, una serie de bandas rivales roban a los clones para reclamar la recompensa que RedSeguridad, el ejército privado de esta empresa copiahumanos, ofrece por su recuperación y, claro, por la captura de Randall. Todo ello en un futuro sombrío donde los refrigeradores advierten al consumidor sobre el estado de los productos almacenados en su interior, los centros comerciales vuelan, las noticias se transmiten en postes instalados exprofeso por las calles, y uno de los deportes más gustado por los millonarios sin alicientes en la vida es lanzarse 200 pisos abajo en sus futuristas patinetas.


Al margen de la gastada trama policiaca que de cuando en cuando se sumerge en la irrealidad de El abismo, una sórdida dimensión paralela contra la que alguna vez lucharon los hombres, Marshall Smith se permite una de las antiutopías más interesantes que se hayan escrito con el tema de la sociedad deshumanizada en buena medida por el salvaje capitalismo global donde todo es mercancía, incluidos usted y yo, y, según Clones, no solamente por nuestra fuerza de trabajo.


Otros autores han advertido de modos diversos los estragos de la ambición científica mal encaminada, como Jonathan Swift, el feroz genio de la Irlanda barroca, quien restaba importancia a las ciencias exactas en su célebre descripción del sistema educativo de los liliputienses en aquel memorable libro conocido como Los viajes de Gulliver. Cualquiera que, sin conocer el opúsculo político que bajo la trama literaria se esconde, diga que no en balde eran enanos, está en un muy grave error.


Es cierto que la ciencia explora caminos menos cuestionables, entre otros los relativos a la manipulación de células madre capaces de formar tejido de órganos específicos para su reemplazo, aunque esa rama de la genómica apenas va. Aún falta mucho camino por recorrer, pues pese a los avances, ciencia tal está en su infancia. El clásico de clásicos en esta materia es, por supuesto, Un mundo feliz, del novelista inglés Aldous Huxley, cuya visión de una sociedad de castas genéticamente diseñadas es aterradora. La cinematografía dio su versión de cosa semejante en Gattaca, película de Andrew Nicoll protagonizada por Ethan Hawke y Uma Thurman.


La crítica ha acogido a Clones como un libro deficiente, por decir lo menos. Yo le digo lo contrario: si sabe leer más allá de lo evidente, si no se queda en la mera persecución, encontrará visiones amenazantes que quieren cumplirse diariamente en este mundo. Si encuentra esta obra, no dude en concederle una lectura; verá como Michael Marshall Smith le sorprende, con todo y las críticas que livianamente le han despedazado.
(Para comentarios y sugerencias, escríbanos: juanpablo.picazo@gmail.com)

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