martes, 30 de septiembre de 2008

Un asunto de confianza


El economista francés Claude Fréderic Bastiat (1801–1850) escribió alguna vez: "Si las mercancías no cruzan las fronteras, lo harán los soldados." Con esa conocida máxima resumía cualquier explicación posible de la idea del mercado libre, aunque puestos los pies en septiembre de 2008 podemos suponer que nunca imaginó el alcance de la idea.

Por supuesto ya desde el siglo XIX la idea demostró ser verdadera cuando la fiebre colonialista impulsó a los gobiernos de España, Francia, Bélgica, Holanda, Inglaterra y otras naciones europeas a armar su barco y salir a la conquista del planeta entero. Demostró ser cierta al contribuir a las tensiones que dieron origen a la primera y segunda guerras mundiales.

No previó el francés sin embargo, como tampoco lo hicieron ni Karl Marx ni Adam Smith, que llegaría un tiempo de fronteras abiertas a la circulación de mercancías en casi todo el mundo, que se llamaría globalización y que en adelante sería considerada la fase superior del capitalismo, ese modo de producción cuyos mecanismos y prolegómenos desentrañó Marx en El Capital.

En la edad de la llamada aldea global, la tendencia marca abrir las fronteras a toda clase de mercancías y condena al ostracismo a la nación que ose cerrarse sobre sí. Ello implica un asunto de confianza entre las naciones que entonces tienden a la formación de alianzas, la firma de tratados y en algunos casos, a la unificación monetaria, como en el caso de Europa, lo que le llevó más tarde a la unificación parlamentaria. En Sudamérica ya se perfila una organización semejante, la Unasur, que se funda también en la confianza hacia los iguales.

Sin embargo, la estructura de los mercados financieros y la naturaleza transnacional de los capitales, han tenido un alto costo cuando se pierde la confianza, la presente crisis financiera global recuerda a la gran depresión de 1929, hace casi un siglo, que puso en jaque al american way of life, la afectación es mayor ahora y si por ahora la intervención de los bancos centrales ha frenado la caída, da que pensar como un titubeo en la confianza podría arrasar con un sistema de vida.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Yo, lector

La salamandrina Hedda Gabler

• Juan Pablo Picazo

Cosa tenida por cierta es que al teatro le vienen mejor los espectadores que los lectores, porque la dirección, los actores y los escenarios completan el hechizo de la dramaturgia. En este país existen directores y grupos cuyo titánico esfuerzo por ofrecer un repertorio digno se ve disminuido ante la falta de espacios (excepto en las grandes ciudades, la mayoría ni tramoya tiene), escaso interés oficial o bien, el bombo y platillo con que se traen espectáculos de dudosa calidad interpretados por estrellas de moda.

Por estas razones y porque el teatro es literatura aun antes de convertirse en arte escénico, la práctica de su lectura es más que necesaria. Aristófanes, Ruiz de Alarcón, Shakespeare, Benavente, Molière, Wilde, Goethe, Ibsen y otros semejantes, debieran transitar con su obra ante nuestros ojos con la misma asiduidad que leemos a los cuentistas, poetas y novelistas de todos los tiempos.

Henrik Ibsen (1828-1906), por ejemplo, es el más conocido de los dramaturgos nórdicos, y su fama viene de una obra -Casa de muñecas- que ha sido la delicia de las teorías críticas asociadas a los movimientos feministas, lésbico-gays y queer, cuyas interpretaciones y lecturas han contaminado el verdadero sentido de la obra. Harold Bloom incluso denomina esas escuelas de análisis Escuelas del resentimiento, con la mesurada justicia de sus demoledores argumentos.

Tradicionalmente esa crítica políticamente correcta, ha visto en la obra de Ibsen un cúmulo de pobres mujeres maltratadas por la castrante moral de la sociedad burguesa y su representación concreta en los varones, y ha perdido de vista a los verdaderos personajes, quienes encarnan la cambiante e híbrida personalidad que en la vida real anima a los seres humanos. Esta crítica sesgada ha matado el verdadero espíritu humanista de la obra ibseniana, reduciéndola a un mero juego neo-maniqueísta.

Hedda Gabler, drama en cuatro actos que Ibsen escribiera hacia 1890, fue la última obra que acometió antes de regresar a su país. En ella se ha querido ver el retrato de la mujer con iniciativa que es victimada por el machismo del siglo XIX. Si bien torpe y facilota, esta lectura se comprende, sin embargo, cuando vemos lo que el propio Ibsen opinaba de esta pieza de acuerdo con la correspondencia sostenida con su editor, a quien decía: En esta obra no he querido tratar los llamados problemas. En cambio, el asunto primordial ha sido describir a los seres humanos, sus ánimos y destinos a raíz de ciertas circunstancias y perspectivas vigentes en la sociedad.

Si bien es cierto que Ibsen, como afirma, parte de un contexto social muy definido, su intención es describir a los seres humanos y no tratar los llamados problemas, los cuales ha acometido ya en Casa de muñecas (1879), Un enemigo del pueblo (1882) y El pato salvaje (1884), entre otras causantes de su fama y su polémica.

Al estrenarse Hedda Gabler, la azorada crítica se cebó en el autor acusándolo de traicionarse, de ofrecer sólo un retrato de mujer, si bien enigmática e incomprensible, pero de toda suerte imposible en la realidad. Para los cronistas teatrales de la época, prestos a la experimentación literaria y el compromiso político de un hombre tan polémico, aquél se trataba de un trabajo teatral vacío, sin enseñanzas morales, propuestas de reforma social o fuertes simbolismos.

Hedda, la hermosísima amazona hija del general Gabler, es una mujer atípica que no cree en la existencia del amor, sino que el interés rige sus relaciones de forma para ella natural. No se casa enamorada de Jorge Tessman, sino que decide permitirle que la mantenga, que es más de lo que otros pretendientes le ofrecieron.

El gran dilema de la decimonónica dama burguesa es el tedio, agravado por la condición de especialista que tiene su marido, a quien encuentra mortalmente aburrido, como le pasaba a Emma Bovary frente a su esposo. Explora curas diversas para su hastío: hiere a los circunstantes con fingida inocencia (adviértase el episodio del sombrero de Tía Julle, las juguetonas amenazas contra Thea Elvsted), coquetea con quienes la admiran (véase el juego verbal de las relaciones triangulares con Brack, los diálogos con Ejlert Lovborg) o, bien, juega tiro al blanco con las pistolas heredadas de su padre; sin embargo, no se sosiega, ni se entrega nunca.

El célebre crítico neoyorkino Harold Bloom, define a Hedda Gabler como sadomasoquista, manipuladora, cruel y suicida, lo que le ha valido la rechifla de quienes leen siempre con los antifaces de género puestos. Esta definición la hermana perfectamente con la sonorense Elena Rivas, La salamandra, personaje del mexicano Efrén Rebolledo (1877-1929), con quien comparte la misma naturaleza perversa y maliciosa, si bien existen entre ellas también algunas diferencias.

Hedda y Elena han salido de las manos de un general, la primera era su hija, la otra su joven viuda, para el caso lo mismo. Pero aun si hacemos caso de los devotos de San Segismundo de Viena, ambas son malintencionadas, sólo que Elena da muestras de cierta acción consciente y Hedda ejerce su crueldad desde la comodísima máscara de joven dama. Elena maneja a los hombres, los explota, los hunde; Hedda es inexperta aún, no ha perfeccionado esas artes y la muerte prematura se lo impide.

En fin, ambas comparten una cualidad que Harold Bloom define así: Hedda es una dramaturga que escribe con las vidas de los demás. Su inteligencia es maligna no debido a las circunstancias sociales, sino por placer, por el gusto de ejercer su voluntad. Hedda le dice a Lovborg cómo ha de suicidarse y le da los medios para hacerlo mientras guarda en un cajón cercano la salvación de su vida; Elena Rivas disfruta que el joven poeta escriba en el periódico que sería capaz de ahorcarse con sus cabellos, y, trasquilándose, se los manda con el mismo mensaje de muerte. Ambos amantes sucumben.

Al margen de las dudas sobre lo que realmente ocurrió con Lovborg y los motivos de la aburrida Hedda para suicidarse, hay mucho que explorar en esa obra de Ibsen que resiste todas las lecturas. Si se encuentra con Hedda Gabler, no dude en su lectura, verá el mundo entero en cuatro actos. (Para comentarios y sugerencias escríbanos. juanpablo.picazo@gmail.com)

Unasur, hacia el Estado subcontinental


Para estosdías, semanario de Quintana Roo

Como nunca, las naciones sudamericanas parecen acercarse a cierta conjunción de idearios políticos que podría fortalecerlas si decidiesen actuar no ya como un bloque o una alianza multinacional, lo cual de una u otra suerte han hecho los últimos tiempos, sino como un Estado subcontinental que emule —toda proporción guardada— la estructura de lo que es hoy la Unión Europea.

La figura que podría dar forma concreta a esto que parecería el cumplimiento del sueño bolivariano sería la Unión de Naciones Sudamericanas, mejor conocida en medios como Unasur. La semana anterior hemos visto que, a raíz de los disturbios en Bolivia, el presidente Evo Morales promulgó una ley que ratifica el Tratado Constitutivo de dicha Unión, no sin antes expulsar al embajador de los Estados Unidos de su territorio.


El tratado referido, aprobado el 23 de mayo pasado en Brasilia por Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, Ecuador, Guyana, Perú, Paraguay, Surinam, Uruguay y Venezuela, tiene como principios fundamentales el "respeto a la soberanía de los pueblos y a la integración económica humana de cooperación".


El documento de creación de la Unasur prevé la futura creación de un Parlamento Sudamericano, con sede en Cochabamba, Bolivia, lo que aún está sujeto
a negociación y que deberá ser convertido en un Protocolo Adicional por una comisión especial y señala que la Unasur tendrá como bases de sustento las dos principales iniciativas de integración vigentes en la región: el Mercado Común del Sur (Mercosur) y la Comunidad Andina de Naciones (CAN).

Los correspondientes disturbios en Venezuela, los ejercicios militares conjuntos con tropas rusas y la expulsión del embajador estadounidense en Caracas, advierten un debilitamiento de la influencia de Washington en la zona, lo que ha de mirarse a través del cristal de la reciente gira por América de Mahmoud Ahmadinejad, el presidente incómodo de Irán, quien estableció acuerdos con Venezuela, Nicaragua y Cuba, entre otras naciones.


El principal aliado de los Estados Unidos en la zona, el presidente colombiano Álvaro Uribe, es uno de los firmantes de la Unasur y deberá sujetarse a los pronunciamientos y determinaciones conjuntas o renunciar a su pertenencia a la Unasur, lo que ocurra primero si la tensión en la zona se incrementa, sobre todo ahora que el fallido intento de golpe de Estado en Venezuela ha llevado a Chávez a culpar “al Imperio” y ha advertido que la presencia de las tropas rusas en aguas del Caribe es un mensaje dirigido a ellos.


Rusia mientras tanto, se mantiene un tanto al margen, con declaraciones tibias de Dimitri Medvedev, quien ha negado la intención de su país de establecer una base permanente de operaciones militares en el cono sur. El tiempo sigue corriendo.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

La tragedia constante

Los mal educados o los sin educación, ¿quién está al mando?

Para estosdías, semanario de Quintana Roo

Para Gilbert Keith Chesterton, un escritor británico que vivió el tránsito entre los siglos XIX y XX, la democracia significa el gobierno en manos de quienes no tienen educación, mientras que la aristocracia es el gobierno ejercido por los mal educados.

México, nación que pasó del feudalismo de los encomenderos al republicanismo de los hacendados, y tras la revolución de 1910 a un sistema político en que se han sintetizado todos los vicios del poder y de la historia (de la izquierda a la derecha, el PRI como una idiosincrasia, imprescindible, eternizada como el ser nacional que representa), padece hasta el sol de hoy ambos males en un sincretismo cuyas contradicciones lo atenazan, lo enanizan, frente a las furias de la realidad.

La parálisis institucional, la impotencia, el desconcierto, he ahí la noticia diaria. Nadie sabe nada a ciencia cierta, salvo que la muerte se acumula, que el país se pierde y que todo se improvisa. El caos, las explicaciones taimadas, el extravío, son la medida de nuestra educación. Las elecciones vendrán y seguiremos eligiendo mal porque no sabemos elegir ni hay nadie por quien votar; alguien que fuese, capaz de pensar la educación como el sustrato de un cambio e intentara revolucionarla, a fondo, de manera radical, como la única manera de volver a respirar, de apagar el fuego de la pobre patria.

Los problemas del Estado mexicano contemporáneo para garantizar la seguridad, la salud y la educación, son consecuencia de una larga sucesión de regímenes encabezados por corruptos, impedidos y mediocres.

La caja de resonancia

Por las malformaciones de su crecimiento desmedido, frente a los intereses y las pugnas de poder –cuyo saldo ha sido el estancamiento de la vida pública-, Quintana Roo es una caja de resonancia donde los problemas de inseguridad, insalubridad e ignorancia prenden con mayor desenvoltura. Como el resto del país, pertenece a esa democracia cuya asamblea de electores ha sido formada por un sistema educativo de probada ineptitud que impide la emisión de un voto equilibrado y razonado. La consecuencia es ese círculo vicioso que se cierra en la elección de autoridades que reproducen el esquema y, claro, la espiral de los problemas, de sus saldos perniciosos.

En el contexto de la caprichosa, absurda rebelión magisterial, todos los fenómenos sociales que detienen, y que incluso dan en retroceso al desarrollo de Quintana Roo, se explican con terrible, lamentable claridad, pues la férrea resistencia a los exámenes de oposición, la indecisa participación de los maestros en el diseño de mecanismos que permitan una saludable evolución del sistema educativo nacional y su nula proclividad a aceptar la crítica, los han convertido en irrefutable factor de involución social.

Ellos, los educadores, “los hacedores de patria”, como se han considerado históricamente, responden a las críticas que su lucha es también una forma de enseñanza cívica para que los futuros ciudadanos reclamen su derecho. ¿A costa de qué cosa, sin embargo? ¿Cuál derecho? En principio el reclamo sobre las plazas de trabajo que ahora esgrimen es el secuestro de la oportunidad de otros para concursar por un puesto como profesores, lo que oxigenaría con sangre fresca, nuevas perspectivas y otras costumbres, el magisterio nacional, en lugar de envilecerlo, como ocurre ahora con la negociación de plazas a cambio de prebendas o dinero.

Esta supuesta enseñanza con el ejemplo de la lucha por los derechos cívicos es, pues, un grotesco espectáculo que el esclerótico dinosaurio magisterial pone en la escena nacional a costa del deterioro de la sociedad en su conjunto. Y si no, que nos lo digan entre otros los llamados “tigres asiáticos”, cuyos repuntes económicos se deben a la fuerte inversión y reestructuración realizadas en materia educativa; que lo atestigüen los chinos, su fuerza económica y sus recientes hazañas olímpicas, fruto también de sus reformas educativas.

Una de las agrias consecuencias de las fallas estructurales en materia educativa es que los sedicentes profesores no sólo se desempeñan en el ámbito de los niveles básicos y medios, sino en el superior. En la Universidad de Quintana Roo, por ejemplo, existen manzanas podridas que demeritan el esfuerzo conjunto de la comunidad universitaria, como los casos que ya en nuestro número anterior y el presente le mostramos. Donde aparecen catedráticos con presuntos niveles doctorales protagonizando vergonzantes causas personalistas ajenas a la excelencia educativa, o simulando conocimientos que son incapaces de avalar con fundamento teórico, lo que demuestra que ningún título cura la estulticia.

Pese al enojo de los padres de familia que amenazan con dar las clases ellos mismos -con lo cual, dicho sea de paso, hasta salen ganando los alumnos- y los tibios llamados a la cordura de diversas autoridades estatales, todo mundo está permitiendo que el magisterio se eche a la mitad del camino en esa terca actitud inamovible que precede al roznido exasperado, exasperante.

Los monstruos y la competitividad

Ya lo advertía Dennis Diderot en los tiempos de la Revolución Francesa, la insensibilidad produce monstruos. Elba Esther Gordillo es uno de ellos y es producto de la insensibilidad de más de una dinastía presidencial. La Gordillo, cacique descendiente de otros monstruos similares, enturbia con una sombra de cinismo el futuro de la educación mexicana y de la competitividad quintanarroense en el ámbito nacional e internacional.

Competitividad, ese robusto valor de nuestro tiempo globalizado, es uno de los temas vulnerables del entorno inmediato, como parece demostrarlo el Índice de competitividad de las ciudades mexicanas 2007, elaborado por la Secretaría de Economía del Gobierno federal y el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) -disponible al público en formato Pdf (Portable Document File) que puede ser descargado desde el portal electrónico: http://www.cide.edu/programas/Documento_INDICE_COMPETITIVIDAD_CIUDADES_Mex
_2007.pdf.

Entendidas como “los espacios de construcción de los modelos nacionales de desarrollo” según este estudio, las ciudades determinan la fortaleza de una nación porque “Un país con ciudades fuertes, equilibradas en su desarrollo, que generan un ambiente de bienestar y cohesión social, y que son capaces de insertarse en la nueva economía mundial, es un país que estaría logrando consolidar sus opciones de futuro y que poco a poco podrá multiplicar los beneficios hacia las zonas rurales y marginadas del territorio nacional.”

Bajo esta premisa, la debilidad de los espacios urbanos nacionales, su baja cohesión social, sus problemas estructurales, tienen efectos multiplicadores en cuanto a las posibilidades de futuro para el país, y en ese sentido los resultados del estudio científico realizado por Enrique Cabrero Mendoza, Isela Orihuela Jurado y Alicia Ziccardi Contigiani, investigadores los dos primeros del CIDE y la tercera del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM, resulta revelador.

En dicho trabajo científico, donde se analizaron los indicadores económicos, socio-demográficos, urbano-ambientales e institucionales, para determinar la competitividad de cada uno de los principales 60 centros urbanos del país, las dos ciudades quintanarroenses más importantes, Cancún y Chetumal, ocupan los lugares 28 y 60 respectivamente.

Tal panorama es muy desalentador. Ocupar la retaguardia del desarrollo en el país es lamentable, sobre todo cuando Cancún es la meca del mercado turístico nacional y latinoamericano. En el indicador económico, mediante el cual se mide la riqueza generada, el nivel salarial, los activos disponibles, el perfil y el dinamismo del desarrollo y la actividad financiera, Cancún ocupó el sitio número 38 y la capital del estado el lugar 55.

En materia socio-demográfica, rubro enfocado a conocer el nivel promedio de vida, el nivel promedio de carencias, la estructura del empleo, el nivel de pobreza, el nivel de empleo formal, el desempleo y la criminalidad, entre otros, Cancún se ubicó en el sitio 32 y Chetumal en el 60. Los problemas de la zona norte del estado se opacan ante esa trigésimo segunda posición, pues lejos de la frialdad de los análisis numéricos podría aún ser peor.

Chetumal está en el sótano; la criminalidad crece irremediablemente asociada a la migración sin freno y de baja escolaridad, la presencia de mafias que trafican con indocumentados, y más aún la reciente adquisición de fenómenos asociados al narcotráfico como levantones, mensajes en mantas monumentales y ejecuciones.

Respecto al tamaño de la ciudad, la calidad de servicios en los hogares, la infraestructura y el uso de los servicios educativos, los servicios hospitalarios, la calidad ambiental y el indicador aproximado de seguridad pública, Cancún ocupó el lugar número 16 y Chetumal quedó en el sitio 58.

Y por último, el entorno institucional, relacionado con el nivel de autosuficiencia en las finanzas municipales, de subordinación a otros niveles de gobierno, capacidad de inversión pública del gobierno municipal, mecanismos de transparencia, mejora regulatoria y mecanismos, y calidad de planeación, Cancún llegó al lugar 28 y Chetumal al 52.

Estos resultados arrojan luz sobre el mar de sombras en que la capital de los quintanarroenses y Cancún están metidos, y que suele perderse de vista ante el auge turístico cuya ilusión hace suponer bonanza cuando el salario mínimo se encuentra en 49.50 pesos y pertenece al área geográfica C, inferior a las otras dos del país, lo que aunado al incremento diario de la población migrante que arriba demandando toda clase de servicios y satisfactores, encarece más la vida.

Los males endémicos

No terminan los males ahí, más bien apenas comienzan. Ya se había revelado que Centroamérica y el Caribe, después de África, constituyen la región del mundo con mayor incidencia de propagación del sida. Así se estableció durante la XVII conferencia internacional sobre el tema, desarrollada a principios de este mes en México.

Y no es sólo el sida. La falta de una adecuada educación sexual en Quintana Roo y la progresiva indigencia social, estimula las tasas más altas en la propagación de otras enfermedades de transmisión sexual –que debieran estar bajo control desde hace muchos años en un país con estándares educativos saludables- como la gonorrea, el virus del papiloma humano y la sífilis, de acuerdo con datos del CENSIDA.

Tal propagación se debe a que en Chetumal persisten muy marcados los estereotipos de género, los roles tradicional, atávicamente aceptados que condicionan la actuación mujeres y hombres, de acuerdo con el estudio Factores de Vulnerabilidad al VIH/Sida en jóvenes de Chetumal, Quintana Roo, presentado por la organización Population Services Internacional (PSI) México.

QR, ¿paraíso de seguridad?

Al paisaje anterior habrá que agregar la incertidumbre que priva en la opinión pública estatal, pues mientras el Índice de competitividad de las ciudades mexicanas 2007, el CIDE y la SE colocan a la capital quintanarroense en el lugar 58, de 60, en materia de seguridad pública, coincidiendo con la Encuesta sobre criminalidad y victimización que realiza el Instituto Ciudadano de Estudios sobre la Inseguridad respecto al carácter de “peligroso” que posee el estado, tanto el procurador general de Justicia de la entidad como el secretario de Seguridad Pública dicen que no es para tanto, que no pasa nada grave. De hecho el segundo dice que la situación al respecto es envidiable.

Pero ahí están las ejecuciones en ambas márgenes del Río Hondo, las narcomantas, las brutales muestras de sadismo advertidas en la criminalidad común -donde hay una participación de, justamente, niños en edad escolar, cuyo lugar debieran ser las aulas, los laboratorios, las canchas de las escuelas, y no los aquelarres de viciosos a los que concurren debido, entre otras cosas, a la falta de un magisterio interesado más en la educación que en enriquecerse con prácticas propias de la mafia.

Para el filósofo chino Kung Fu Tzu, mejor conocido en occidente como Confucio, gobernar es rectificar. En México hay mucha necesidad de tal trabajo. ¿Qué fortaleza aportan así nuestras ciudades al estado, al país? ¿De qué manera puede creerse que el modelo social, económico y político del régimen federal en turno funciona ante la multiplicación de las plagas? Los síntomas de la descomposición están a la vista, ¿cuánto tiempo habrá que esperar la acción conjunta y concertada antes que la tragedia social sea irreversible?



sábado, 20 de septiembre de 2008

Yo, lector

El áureo siglo ruso

• Juan Pablo Picazo

Dicen los abuelos que hay un tiempo para dejar que las cosas pasen y otro tiempo para hacer que pasen las cosas. Eso es tan cierto en los individuos como en la humanidad completa. La historia registra estancamientos en que los hombres se acostumbraron a un modo de vida y así permanecieron durante lustros, décadas, siglos y aún milenios. Los mil años de la Edad Media son ejemplo de ello para algunos. No obstante, bajo la calma aparente de la noche feudal bullían corrientes diversas de inquietud; éstas van alimentándose en secreto y a su vez engendran tiempos en que los hombres tienen hambre de cambio, se revuelven agitados e incómodos con los sistemas y los cuestionan, los desafían, e incluso los revocan; ya sosegadamente como durante la llamada Revolución de terciopelo de 1989 en la República Checa; ya con violencia como durante El terror de la Revolución Francesa.

Huelga decir que estas edades áureas no se dan en racimo. Algunos especialistas dicen que generalmente se precipitan luego de otras en que el intelecto hiberna largamente. En contraste, desde El renacimiento -ese movimiento transicional en que se diluye la Edad Media y se da paso a la Edad Moderna- hasta nuestros días se han sucedido una y otra centurias febriles para Europa y América, llenas de revoluciones, reformas, debates filosóficos, descubrimientos científicos y el desarrollo casi simultáneo de movimientos literarios como el neoclasicismo, el romanticismo, el realismo y las vanguardias.

Luego de una longánima noche medieval, los rusos vivieron su Siglo de Oro durante el XIX, tiempo en que convergieron movimientos políticos, sociales y literarios que darían lugar a la Revolución de 1917, y aunque la lista incluye a gente tan importante como Nékrasov, Turgueniev, Aksakov, Chejov, Lermontov, Bielinski y Yukowski, hemos de referirnos principalmente a cuatro a quienes consideramos la columna vertebral de este advenimiento literario: Aleksandr Sergueiévich Pushkin, Nikolai Vassilievich Gogol, Feodor Mijailóvich Dostoievski y Lev Nikolaievich Tolstoi.

El iniciador de este siglo ruso de oro es Pushkin, (1799-1835), poeta y dramaturgo que se aventuró a utilizar la lengua rusa como vehículo literario en un país donde el idioma oficial de las clases altas e ilustradas —únicos lectores posibles en aquella geografía— era el francés, razón por la que se le considera el autor fundacional de la lengua literaria rusa a través de obras como Oda a la libertad, poema publicado en 1820 que le valdrá el destierro. Es para muchos el Byron ruso por su estilo romántico y su fortísimo amor a la libertad. Pushkin escribe su primera gran obra, El prisionero del Cáucaso, hacia 1822, en su destierro. A ésta seguirán la novela lírico-realista Eugene Onieguin y el inmortal drama histórico Boris Godunov, con lo que Rusia queda retratada por primera vez con las letras y el pensamiento.

Luego de la magistral vida y singular muerte de Pushkin —fallece en un extraño duelo en defensa de la honra de su mujer—, aparecerá en escena Gogol (1809-1852), quien es, a decir de los especialistas, el perfilador del alma rusa a través de dos de sus obras: El Capote, cuento en el que ejerce una profunda crítica tanto a la ciudad artificial de San Petersburgo como a su sociedad artificiosa, hecha de burócratas infinitos e inútiles, y, claro, su obra máxima: Las almas muertas, cuya estructura y personajes la asemejan al Quijote de Don Miguel de Cervantes Saavedra.

Más tarde Feodor Dostoievski (1821-1881) construirá la cima de este no declarado movimiento literario con sus letras proclives a revelar los pesares y el pensamiento de los desposeídos, con su primera novela, Pobres gentes, donde descubre una Rusia adolorida que nadie veía ni escuchaba; mismo tema de su obra El doble, para que más tarde la policía lo encarcele y condene al fusilamiento. Esta sentencia le es perdonada, pero a cambio pasará cuatro años de trabajos forzados en Siberia, experiencia de la cual nacerá su obra Memorias de la casa de los muertos. Pese a todo, seguirá adelante con su cruzada por los pobres con Humillados y ofendidos, y sólo más tarde creará lo que muchos consideran la primera novela surrealista o sicológica: Crimen y Castigo.

Finalmente, Lev Nikolaievich Tolstoi (1828-1910) cerrará esta época de oro con sus inmortales La guerra y la Paz, que relata la vida de cinco notables familias cuyo seguimiento es tema central sobre el que se destaca un fuerte fondo histórico y de análisis crítico en torno a la sociedad y la historia, y Ana Karenina, a través de la cual explora y critica a profundidad la moral, las costumbres y las diversas instituciones sociales de su época, ensayando transgresiones, debatiendo ideas, y destrozando las poses en que se fundan los diferentes actores de su tiempo. Es cierto, nos hemos quedado cortos, pero ello muestra la riqueza de la literatura rusa, viva y fecunda hasta estos días.

(Para comentarios y sugerencias: juanpablo.picazo@gmail.com)

viernes, 12 de septiembre de 2008

Yo lector

El farero que detuvo el fin del mundo

Me llamo Iohannes Pahulus Peack-Haezof y soy el farero de Pann’Château. Declaro que mi dicho es cierto porque esta es mi realidad: cada mañana mi tarea consiste en la revisión minuciosa de los hornos de fusión que alimentan la llama perpetua del faro, cuya luz se magnifica gracias al condensador radiactivo que actúa sobre la enorme lente azul con la que se proyecta el rayo automático -o manual si hace falta- que barre las cercanías de mi puesto, península umbría y nebulosa ubicada en el extremo sur de Lemuria, nuestra orgullosa nación.

He de confesar que no soy farero de profesión en realidad, sino rapsoda -así es como en Lemuria somos llamados quienes nos dedicamos a la composición de cantos y narraciones bajo un mismo estilo- y que si he tomado este trabajo en la punta de la llamada Luenga península, ha sido únicamente para estar solo y terminar la que será, creo yo, mi obra maestra.

Escribo también esta bitácora porque forma parte de mis deberes, que por cierto me ocupan apenas cuatro horas al día, quedándome libres las otras veintitrés para entregar al final un informe detallado a la Comisión de Vigilancia de las Fronteras, pues Pann’Château es un punto olvidado, un blanco constante de las hordas salvajes que habitan el resto del planeta y que se organizan en comunidades precivilizadas que nos son hostiles.

Mientras tanto, desarrollo mi obra.

Aquí separado de tierra firme por una carretera de casi doscientos veinte eslabres de longitud, escribo una novela en la que mi personaje principal, a quien he decidido llamar Edgar Allan Poe, se debate ante la imposibilidad de terminar la que considera su propia obra maestra: El faro de la última orilla1 -que es también el nombre de mi libro, el cual por cierto firmaré con un seudónimo tan ficticio como el de mis personajes: Stephen Marlowe-. Para darle verosimilitud a mi narración, he inventado la existencia de una docena de países con sus propias culturas, lenguas y personajes y les he dado nombre e historia: son, por ejemplo, Estados Unidos, Francia e Inglaterra, aunque tengo otros que me falta detallar un poco más.

En mi obra, Edgar Allan Poe es un rapsoda como yo, aunque en el mundo que le he creado lo llaman poeta y su fama será recordada muchas edades después de su muerte. Como ya he dicho, sufre enormidades porque la ficción que él crea sobre el fin del mundo se le revuelve en la mente con la realidad y su percepción sensorial se mira muy alterada al grado que de cuando en cuando supone ser él quien escribe mi libro y que él mismo es un farero de un islote perdido en el Océano Pacífico que, cercano a Panchatán, forma parte de los restos de un continente desaparecido en la antigüedad del que poco se sabe: Lemuria.

Ser rapsoda en Lemuria no da ningún prestigio, a menos que se posean riquezas sin cuento y la vocación literaria pueda serle perdonada a uno como excentricidad, para eso el seudónimo y, como quiero que éste también sea creíble, le he inventado su propia historia: Stephen Marlowe es un novelista histórico de primera línea, nació en la ciudad de Nueva York y ha escrito las biografías fantásticas de otros personajes semejantes a mi Edgar Allan Poe: Cristóbal Colón y Miguel de Cervantes Saavedra. Quizá un día de verdad invente mundos para ellos y haga que Marlowe los firme.

Lo más seguro es que mi obra nunca forme parte de las librotecas, esos centros a los que el gobierno de Lemuria llama lugares de vicio en los que uno puede encerrarse incluso días a leer lo que han escrito otros rapsodas, seudónimos y/o anónimos -aunque también existen los muy arrojados que lo firman todo con su propio nombre sin importarles nada-; lo que otros, decía yo, han escrito para disfrute y evasión. No importa, quizá mi imaginación ha creado un mundo más amable para los rapsodas.

Hoy sin embargo la tormenta ha sido especialmente devastadora. Larguísimos tramos de la carretera que me une al continente están anegados o han sido arrancados por la acción del agua y del viento. El sólido faro se estremece a cada golpe de agua y yo aquí, preocupado más por mi obra y mi trabajo que por mi vida. Si tan sólo tuviera un bote para huir, si tan sólo la bella y esquiva Nolie Mae Tangerie estuviera conmigo y me amara o llegase a rescatarme en uno de los unicornios o pegasos de los establos de su padre. Pero no. Siempre me ha evitado, por eso la retraté en el libro.

El faro se está desmoronando, la delgada península de Pann’Château se hunde como si el mar estuviera tragándose a Lemuria completa —igual que en mi libro— y el húmedo vendaval riza las hojas de mi obra esparciéndolas por el boquete en que se ha convertido el sitio donde estaba el mecanismo de mi faro. Llueve con ira y tiembla con furia, como si el mundo fuera a terminarse. ¿Hay alguna salvación? Si al menos tuviera un bote, iría a…

(Comentarios y sugerencias: juanpablo.picazo@gmail.com)

1 . Marlowe, Stephen, El faro de la última orilla, Seix Barral, 1996 pp. 395 Traducción de Ma. José Buxó-Dulce Montesinos

viernes, 5 de septiembre de 2008

Yo, lector

Crónica de una obsesión

A veces hablo de ella. No puede ser de otro modo. Nuestras manos nunca se tocaron, nunca nuestros ojos. Tampoco soy el hombre que elogió su rostro desgajado por el tiempo más que su hermosura juvenil, no. No asistí a la ceremonia donde le dieron el Goncourt. Jamás la visité y tampoco me contó entre sus amantes. Sé tanto de ella sin embargo, que a veces también sobre ella escribo. Marguerite se llama. Ya no pues, dicen unos. Es extraño, para mí lleva aún ese entrañable nombre con el que me contó sobre su amante chino de Sadec.

Una vez me presentó a Anne Desbaresdes, una solitaria mujer rodeada por un mundo hambriento de sí mismo, pobre entre sus lujos, vacía de tan sordamente amada; prisionera de tan libre. Anne tenía un hijo atado a una sonata de Diabeli y a una terrible maestra de música que languidecía consumida por su propia disciplina, rodeada de fundiciones, muelles, fábricas y vientos marinos que pocas veces se olvidaban de enloquecer concertadamente.

Marguerite Duras me lo contó todo es ese libro. Moderato cantabile1, se llama. Me llevó a caminar con Anne y su hijo por el interminable Boulevard de la Mer, me hizo enfrentar la muerte de una mujer cuyo grito sonará para siempre cuando cualquiera abra las páginas de esa novela breve y enigmática que se resiste a los análisis de los concienzudos, de los psicoanalistas de café, de los encantados hijos de este siglo, quienes han dejado de oír, de leer las palabras para concentrarse en la interpretación a su gusto de las mismas.

Anne Desbaresdes cree que ella ha inventado a su propio hijo. Anne, como Marguerite, son casi niebla de mi niebla. Yo también he sentido lo mismo ante el espejo, ¿no será que me he escrito impunemente? ¿y si soy sólo un relato salido de mi propia mano? Nada es mentira sin embargo. Basta decir para que el mundo sea. En Moderato cantabile, existen las calles azotadas por el viento, el asfixiante perfume de las flores, la señorita Giraud y sus treinta años atada al piano. Existe la mujer que se muere siempre en una página y se convierte en la obsesión compartida de dos almas sin sitio en el libro, pese a ser protagonistas.

Anne y Chauvin reconstruyen la historia del amante asesino, de la amante asesinada mientras beben vino hasta la embriaguez todas las tardes. El mundo, absurdo a su alrededor, insiste en su insana normalidad. Ellos han de separarse cada vez que la sirena suena en los muelles y libera a los esclavos que mañana volverán a mordisquear las mismas cadenas.

Otra mujer. Cristina Peri Rossi. Ella dice en el Prólogo: “… es el relato de una fascinación. Como toda fascinación, se resiste al análisis racional, a la lógica; hay que buscar en las fantasías reprimidas, en los deseos no pronunciados, la causa o el motivo de esta especie de hipnosis…” ¿Para qué matar un texto con exploraciones que, dice ella misma, no admite? Porque palabras como reprimidas, deseos, causa, hipnosis sugieren la inevitable jerga de quien lee desde esa desdeñable religión del psicoanálisis erigiéndose en oráculo. No, Anne y Marguerite, están por encima de esos dudosos hierofantes, más allá de los devotos de San Segismundo de Viena, tal y como pasa con las grandes letras.

Anne y Chauvin crean su propio mundo dentro de la atmósfera del libro. Se adivinan, se saben a pesar de ellos mismos. El mundo comienza el ejercicio de las murmuraciones. Ella, adinerada y hermosa. Él, desempleado y taciturno. Juntos cada tarde en el café beben vino mientras tratan de adivinar todo lo que se refiere al asesinato, al amante que besa a su amada exánime manchándose de sangre. Algo puede pasar si insisten en sentarse a la misma mesa cada tarde para compartir esa obsesión.

Marguerite intenta distraerme de sí misma con la historia de Anne. Olvida que ella es todas sus protagonistas. Mi obsesión está en sus puntos y seguido. Definitivos, irreprochables. En las pausas de su raudo pensamiento que se expresa cuidadosa, dolorosamente lo mismo en el drama humano, que en la muerte irremediable de una mosca.

Le invito a asomarse a esta novela de Marguerite Duras, es idónea para restañar en modos inesperados, su capacidad de asombro y explorar su propio laberinto, donde muchos viven atrapados en el mismo punto del recuerdo. (Para comentarios y sugerencias, escríbanos a: juanpablo.picazo@gmail.com)

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1. Durás, Marguerite, Moderato canbtabile, Madrid, 1999. Unidad Editorial/El Mundo, Col. Las 100 joyas del Milenio, no. 85. Traducción de Paula Brines.