sábado, 20 de septiembre de 2008

Yo, lector

El áureo siglo ruso

• Juan Pablo Picazo

Dicen los abuelos que hay un tiempo para dejar que las cosas pasen y otro tiempo para hacer que pasen las cosas. Eso es tan cierto en los individuos como en la humanidad completa. La historia registra estancamientos en que los hombres se acostumbraron a un modo de vida y así permanecieron durante lustros, décadas, siglos y aún milenios. Los mil años de la Edad Media son ejemplo de ello para algunos. No obstante, bajo la calma aparente de la noche feudal bullían corrientes diversas de inquietud; éstas van alimentándose en secreto y a su vez engendran tiempos en que los hombres tienen hambre de cambio, se revuelven agitados e incómodos con los sistemas y los cuestionan, los desafían, e incluso los revocan; ya sosegadamente como durante la llamada Revolución de terciopelo de 1989 en la República Checa; ya con violencia como durante El terror de la Revolución Francesa.

Huelga decir que estas edades áureas no se dan en racimo. Algunos especialistas dicen que generalmente se precipitan luego de otras en que el intelecto hiberna largamente. En contraste, desde El renacimiento -ese movimiento transicional en que se diluye la Edad Media y se da paso a la Edad Moderna- hasta nuestros días se han sucedido una y otra centurias febriles para Europa y América, llenas de revoluciones, reformas, debates filosóficos, descubrimientos científicos y el desarrollo casi simultáneo de movimientos literarios como el neoclasicismo, el romanticismo, el realismo y las vanguardias.

Luego de una longánima noche medieval, los rusos vivieron su Siglo de Oro durante el XIX, tiempo en que convergieron movimientos políticos, sociales y literarios que darían lugar a la Revolución de 1917, y aunque la lista incluye a gente tan importante como Nékrasov, Turgueniev, Aksakov, Chejov, Lermontov, Bielinski y Yukowski, hemos de referirnos principalmente a cuatro a quienes consideramos la columna vertebral de este advenimiento literario: Aleksandr Sergueiévich Pushkin, Nikolai Vassilievich Gogol, Feodor Mijailóvich Dostoievski y Lev Nikolaievich Tolstoi.

El iniciador de este siglo ruso de oro es Pushkin, (1799-1835), poeta y dramaturgo que se aventuró a utilizar la lengua rusa como vehículo literario en un país donde el idioma oficial de las clases altas e ilustradas —únicos lectores posibles en aquella geografía— era el francés, razón por la que se le considera el autor fundacional de la lengua literaria rusa a través de obras como Oda a la libertad, poema publicado en 1820 que le valdrá el destierro. Es para muchos el Byron ruso por su estilo romántico y su fortísimo amor a la libertad. Pushkin escribe su primera gran obra, El prisionero del Cáucaso, hacia 1822, en su destierro. A ésta seguirán la novela lírico-realista Eugene Onieguin y el inmortal drama histórico Boris Godunov, con lo que Rusia queda retratada por primera vez con las letras y el pensamiento.

Luego de la magistral vida y singular muerte de Pushkin —fallece en un extraño duelo en defensa de la honra de su mujer—, aparecerá en escena Gogol (1809-1852), quien es, a decir de los especialistas, el perfilador del alma rusa a través de dos de sus obras: El Capote, cuento en el que ejerce una profunda crítica tanto a la ciudad artificial de San Petersburgo como a su sociedad artificiosa, hecha de burócratas infinitos e inútiles, y, claro, su obra máxima: Las almas muertas, cuya estructura y personajes la asemejan al Quijote de Don Miguel de Cervantes Saavedra.

Más tarde Feodor Dostoievski (1821-1881) construirá la cima de este no declarado movimiento literario con sus letras proclives a revelar los pesares y el pensamiento de los desposeídos, con su primera novela, Pobres gentes, donde descubre una Rusia adolorida que nadie veía ni escuchaba; mismo tema de su obra El doble, para que más tarde la policía lo encarcele y condene al fusilamiento. Esta sentencia le es perdonada, pero a cambio pasará cuatro años de trabajos forzados en Siberia, experiencia de la cual nacerá su obra Memorias de la casa de los muertos. Pese a todo, seguirá adelante con su cruzada por los pobres con Humillados y ofendidos, y sólo más tarde creará lo que muchos consideran la primera novela surrealista o sicológica: Crimen y Castigo.

Finalmente, Lev Nikolaievich Tolstoi (1828-1910) cerrará esta época de oro con sus inmortales La guerra y la Paz, que relata la vida de cinco notables familias cuyo seguimiento es tema central sobre el que se destaca un fuerte fondo histórico y de análisis crítico en torno a la sociedad y la historia, y Ana Karenina, a través de la cual explora y critica a profundidad la moral, las costumbres y las diversas instituciones sociales de su época, ensayando transgresiones, debatiendo ideas, y destrozando las poses en que se fundan los diferentes actores de su tiempo. Es cierto, nos hemos quedado cortos, pero ello muestra la riqueza de la literatura rusa, viva y fecunda hasta estos días.

(Para comentarios y sugerencias: juanpablo.picazo@gmail.com)

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