domingo, 25 de noviembre de 2012

Onirosofía

Ornitocostes jótnicos

Por Juan Pablo Picazo

Apenas ensolece y ya nos han aupado, parece mentira. Siento casi como si apenas hubiese dado mi cansancio al inquítrico silomenio. Como sea, no parece que haya ensoñado, desde hace mucho que no. Ni que fuera uno de esos Aristocuarzos.

Hay que moldentar apenas unas urdimbres de nata con azúcar y lanzarse de nuevo a la diaria inclufrejada en el Yebefresnal para lo mismo de siempre: desrutecer los patotones equinogénicos, teclanescentes, y vulnefrecir las sofosintartas de orgacalema, las oniclerosas léngulas piridosales.

Y a ver, así que alguien me hable de las bondades de los dioses, no. Banticocintro es un dios cruel, nos dio la inmortalidad para no lidiar con la necesaria creación de nuevos esclavos en sus campos. Así cualquiera es un dios, con siervos que cultivan y recogen mundos. Ya quisiera yo mirarlo aquí, trabajando a seis manos, con los pies desgarrados diariamente por esas raíces que se defienden hasta con los dientes para que no las arranquemos.

Cada décimo dayo sin embargo, descansamos. Vamos juntos a la Iltérida, escuchamos a los mendacios y dedicamos el resto de las horas a cabalgar escuchimicuaxtles hasta que lunece y vamos de nuevo al silomenio. Al ensolecer comenzamos otra vez la tarea de desrutecer los patotones equinogénicos, teclanescentes, y vulnefrecir las sofosintartas de orgacalema, las oniclerosas léngulas piridosales.

La vida es dura. Y no vale de nada escapar, esto es lo único que existe. A veces, algunos de nosotros han desaparecido introduciéndose en los filogendores para gestarse dentro de los mundos con que alimentamos el monstruo ese que le acompaña, el tal universumio, dicen que ahí pueden vivir cortas y fecundas vidas y luego apagarse agradecidos, dicen que no faltan oportunidades de crecer y ser recordados como grandes genios, dicen que es fácil, pues con todo lo que sabemos del oficio de ser dios, no lo dudo, pero…

Estoy muy cansado, esta noche me llevaré un foligendor y me cofragrediré en él para probar de una vez por todas si lo que dicen es verdad, no aguanto un dayo más, no quiero regresar a la Iltérida dentro de seis soles. Debo apresurarme porque ya casi ensolece de nuevo y los jótnicos ornitocostea están listos para su canto.

martes, 13 de noviembre de 2012

Onirosofía

El departamento

Por Juan Pablo Picazo
 
Llevaba demasiado tiempo planeándolo. La mudanza era un tema que ocupaba su mente por entero, desde la punta del sol hasta la salida de los lagartos. Llevaba siglos tratando con cargadores, choferes, embaladores y casaeros. Lo había visto todo de uno al otro lado de la ciudad. Su elección estaba hecha y ya nada podía cambiarla.
 
Hoy era el día. ¿O no? ¿Por qué entonces el departamento aparecía umbroso, maloliente, manchado de humedad y lleno de albañiles catalépticos regados por el suelo? No se parecía en nada al espacioso, iluminado, bien ventilado y moderno loft que había alquilado a la aristocrática señora que se veía obligada a rentar por partes el viejo palacete que había sido de su familia durante siglos.
 
Érika, cargada de objetos y enseres que no confiaba a las mudanzas, hacía malabares para no pisar a aquellos hombres que ronroneaban ora como gatos, ora como motores discretos y sencillos. Afuera se escuchaban las estruendosas imprecaciones de los mudanceros que la acompañaban. Al fondo, en la otra habitación, estaba su casero parado y silencioso como un cirio, con el mismo aspecto de aristócrata venido a menos, pero no era más una señora, sino un hombre viejo. Al reconocerlo, hacia él se encaminó.
 
El hombre no parpadeaba, tal era la silenciosa e intensa atención que dispensaba al otro rincón del cuarto donde un oscuro bulto gemía entre periódicos, ropa vieja y restos de comida en descomposición, aunque lucía tan apetitosa como si hubiera sido recién preparada. Sobreponiéndose al asco inicial, Érika se asomó a ver aquello y quedó maravillada: era una hermosa perra dando a luz sus cachorritos.
 
Se quedó mirando embelesada, pues tanto era el amor que profesaba a aquellos animales, que soñaba con adoptar a cientos. Antes de que pudiera pensarlo de nuevo, nació el primero. Ahí estaba: una buena cabeza canina en el incongruente cuerpo de pollo rostizado. Aquello la hoororizó, su amor por los perros comenzó a ser cuestionado.
 
Miró al hombre, y vio que él no parecía encontrar extraño el asunto, pues miraba arrobado de felicidad el acontecimiento; su expresión no cambió cuando el milagro se repitió otras tres veces más. Ella quiso decir algo, aquello era contra natura, ese raro animal moriría tarde o tremprano, pero antes de que pronunciara la primera sílaba, aquella criatura sin plumas escapó volando por la ventana. El casero se asomó, y de espaldas a Érika repuso:
 
—No se apure, todavía no tiene alas, no puede ir muy lejos. Su perro volverá pronto.
 
Notó que se relajaba, aunque quiso protestar, y el milagro aún no concluía, pues los perros seguían naciendo y escapando. La perra gemía con cada alumbramiento y los mudanceros ya habían dejado un caos de muebles y albañiles por todo el departamento. El casero sonrió, puso dos juegos de llaves en su mano y desapareció por la puerta principal, no sin antes felicitarla por el feliz acontecimiento.
 
Ella se quedó en pie. Los albañiles dormidos seguían ronroneando, los perros revoloteaban y de cuando en cuando regresaban sólo para salir de nuevo. No sabía si estar feliz en su nuevo departamento.

lunes, 5 de noviembre de 2012

Onirosofía

La clase

Por Juan Pablo Picazo

Me esperaban con voracidad antropofágica, lo juro. Estaban ahí, sentados. Era una bizarro grupo modelo: tenían los rostros grises y sus silencios estridentes, tensos. Me confundí con ellos, me mimetizaba para observarlos antes de iniciar la clase conferencial.
 
Algo no andaba bien sin embargo, y no sabía qué. Pasé revista al espacio para encontrar una explicación, algo que no encajara. Pero ahí estaba todo: los alumnos pétreos con sus arrugadas impaciencias, las mullidas butacas de latón y almendra, los trillizos pizarrones de mirada esquiva, las paredes blandas, la alberca magisterial al frente, y hasta el tapanco de los narcos, esos oyentes externos que de cuando en cuando acuden a clase blandiendo sus enseres de matarse por las calles.
 
Sólo hacía falta que tomase mi lugar al frente. Decidido me puse en pie, por un segundo exhibí mi talla profesoral y me lancé de lleno al agua; mientras me hundía pude escuchar el parloteo rabioso, como de hojas secas en reyerta, que hicieron los alumnos al escapárseles viva la presa que yo era.
 
En el fondo de la alberca consulté la agenda académica y vi que nada se apartaba aun de la rutina, pues el tema era la vuelta de caimanes piel adentro con o sin apoyo de bacalaos y esturiones, nada fuera de lo común en la materia de monopoliábasis II.
 
Mientras explicaba el procedimiento, noté en que estaba tirada en el suelo la matadita de la clase, que no obstante su postración, clavaba notas de lo que yo explicaba en la madera de sus brazos. Como sea, detallé que por falta de recursos, la práctica se llevaría a cabo a mano limpia, sin bacalaos ni esturiones, y que necesitaba su plena atención.
 
Venidas a ser como eran las cosas, me paré sobre el agua unos instantes, y solicité la asistencia de Ibag, la sirena del colegio, quien desde su lago mural me hacía el favor de lanzarme uno por uno los caimanes que necesitaba para dar la clase. Precisa y sonriente, Ibag no me daba tregua en su lanzamiento de caimanes, campeonato que había ganado ya por dos años consecutivos. Tenía un elegante estilo de lanzamiento y procuraba yo no arruinarlo coordinando bien mi discurso expositivo, mi capacidad para atrapar caimanes sin ser mordido, y mi habilidad para voltearlos piel adentro.
 
Al poco de hacerlo, y cuando vi que estaban preparados, cedí la alberca a los alumnos quienes poniéndose las bocas-trituradora se lanzaron hambrientos al agua mientras yo me escabullía por el laberinto de emergencia que Ibag esconde en ese lago suyo que está empotrado en la pared.
 
Aunque como verán en este informe todo se desarrolló como siempre, yo sigo pensando que en la clase de hoy había algo raro. 

miércoles, 24 de octubre de 2012

Onirosofía

Bogotá de las Ánimas

Por Juan Pablo Picazo

Sé que suena absurdo, pero juro que esto me pasó una vez en Cuernavaca, esa ciudad que alguna vez tuvo una primavera eterna y nosotros, ajenos como somos a la eternidad, conocimos sólo por el testimonio de nuestros padres y nuestros abuelos, supinos habitantes del paraíso.
 
Pasó más o menos así. Estábamos de vacaciones. Gabi y yo habíamos dejado por unos días las giras de trabajo, los escenarios, las firmas de autógrafos y los aplausos, aunque ni recuerdo de dónde o cómo vino tanta celebridad. Yo andaba muy tenso por aquellos días porque casi no hacía pie en casa y tenía mucho trabajo; ya sabes, calificar exámenes parciales, escribir mis propias historias, libros qué leer acumulándose en todos los rincones del estudio y bueno, también necesitaba desesperadamente descansar de las clases, los medios en los que escribía y el trabajo teatral.
Entramos en La Maga para comer algo, recordar viejos tiempos y disfrutar de cualquier acto cultural que ahí hubiera, por ejemplo el cine club de los jueves al que tanto nos gustaba acudir. Pero no. La Maga ahora parecía un bar. Todo había cambiado: las luces, las sillas, las mesas, la decoración, el menú, y hasta el aspecto de la calle donde se encontraba. Tanto, que puse cuidado en mirar afuera el letrero de ubicación que decía: “Calle Comonfort Morrow”, me sonaba algo raro, y eso que yo era cuernavacense de pura cepa.
 
Como sea, Regina parecía no haber cambiado, y al descubrirnos a Gabi y a mí entre los asistentes a su lugar, fue derecho a saludarnos como siempre. Mientras lo hacía, sacó un micrófono de entre sus ropas y daba las buenas noches a la concurrencia —debía ser horario de verano porque hacía mucho calor y el sol se colaba por las ventanas— apartando la voz del micrófono nos saludó, y luego nos pidió que subiéramos a su escenario. A Gabi le entusiasmó la idea, pero a mí no, ¡estábamos de vacaciones!
 
Algo molesto por lo que en ese momento me pareció una puntada inoportuna de Regina, salí a la calle y ellas dos me alcanzaron con expresiones algo divertidas por mi enojo. ¿Qué les pasa? Le dije a Gabi que yo no quería ni declamar, ni actuar porque estaba de vacaciones y ellas reían casi hasta las lágrimas dizque porque estaba yo chípil y que no era para tanto y que debía subir al escenario de La Maga, como seguramente quería en mi interior, lo cual no era cierto.
 
Mientras reían así, descubrí una banca y me senté a esperar que se calmaran. Fue peor, porque la banca comenzó a deslizarse, y aunque ellas seguían riendo, vi sus rostros asustados y extendieron las manos como para salvarme, lo que me pareció raro porque en ese momento yo estaba muy cómodo sentado en asiento metálico que se movía por su propia voluntad.
 
Cuando la banca se alejó lo que me pareció ya demasiado, traté de bajarme. Pero todo a mi alrededor había cambiado, en lugar de la banca solitaria en la que me había sentado, iba yo en el basto asiento de uno de esos falsos trenecitos en que se pasea el turismo. Sentados alrededor venían un adolescente que lloraba desconsolado abrazando sus piernas, un par de ancianas muy calladas, una joven mujer de mirada perdida y tres o cuatro niños que miraban hacia todos lados con el espanto impreso en el rostro.
 
¿Qué clase de turistas eran aquellos? ¿Y qué le estaba pasando a Cuernavaca? A medida que el falso trenecito avanzaba, se intercalaban los edificios morelenses y algunos de Europa oriental que yo había imaginado antes en Praga o Budapest, lugares que por supuesto jamás he visitado. No importaba, el sol parecía detenido en esa fase del crepúsculo cuando las sombras se alargan.
 
Ya me preguntaba dónde carajo estaba yo porque entre el Jardín Borda y el Hemiciclo a Juárez estaba el edificio de departamentos en donde mi amigo K vivía antes de ser detenido por la policía, cuando vi el letrero. Negro sobre plata, decía: Bogotá de las Ánimas. ¿Colombia?, me pregunté. “No”, dijo una voz.
 
Miré y era un hombre de rostro amarillento y ojos turbios que me miraba moviendo la cabeza de un lado a otro y no supe si lamentaba mi torpeza, se condolía de mí o tenía un tic nervioso. Decidí preguntar qué transporte me llevaría de regreso hasta La Maga, cuando una reja que bloqueaba una calle se abrió y atrapó el camión turístico parándolo de súbito.
 
En los vagones de adelante -¿qué no era un camión?- comenzaron a escucharse gritos y junto a mí había unas mesas donde un hombre con aspecto de carnicero sacaba filetes del rostro de un recién nacido. Quise reclamarle su actitud, pero no llegué siquiera a abrir la boca cuando me miró y escupió una risotada:
 
-Nuevo, ¿no? ¡Pero si estás en el infierno! Así como ves, no hay diablos que te torturen, ni llamas eternas. Sólo nosotros en plena conciencia y con hambre perpetua. ¿Y qué crees? ¡Aquí no hay comida! No sales de este lugar, debes comer y lo único comestible somos nosotros y nos devoramos unos a otros siempre. Ya me ha pasado y siempre es horrible, así que mejor tú que yo.
 
El miedo que sentí entonces no puede ser descrito, está más allá de las palabras. Así que corrí buscando una salida, un refugio. Casi puedo decir que me dejaron escapar, parecía loco y quienes me veían me señalaban. Un tipo armado con una barreta hizo amago de ensartarme en ella y me dejó ir. Mientras corría sólo escuché cuando dijo: “Todos los nuevos corren hasta caer rendidos…”
 
Lo pensé, era cierto. Tarde o temprano me cansaría, dejaría de correr y me escondiera donde me escondiera, ellos al final vendrían por mí y yo estaría inerme, cansado y dispuesto para el cuchillo como un animal de granja cuyo amo conduce hacia al sacrificio.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

En el XV aniversario de la Maga

Crónica personal del desarrollo de espacios para la difusión de la literatura morelense


Por Juan Pablo Picazo

Buenas noches (1):

Dice el filósofo alemán Martín Heidegger, en su ensayo El origen de la obra de arte, que el artista procede de la obra así como ésta procede de él, de modo que uno no es sin el otro (2). Dicho esto bastaría para creer, entre escritores, que el único propósito del texto es el ser escrito por el autor y que éste ha de ser considerado autor sólo por haber escrito la obra, pero no es así.

Dice aún más Heidegger, y lo hace de un modo categórico: “Si una obra no puede ser sin ser creada, pues necesita esencialmente los creadores, tampoco puede lo creado mismo llegar a ser existente sin la contemplación (3)." Así pues, la difusión de la obra de arte en el seno de la sociedad que la ha producido es imprescindible para que alcance su completa condición como instrumento de la cultura para hacer patente la verdad del mundo que la concibió.

Desde que comencé a publicar mis primeros textos en los medios locales hacia 1988 y hasta la fecha, una de las características inequívocas de la literatura en el estado de Morelos fue la escasez crónica de espacios para publicar, exponer, analizar y enseñar nuestra disciplina artística. Un servidor encontró que la razón principal para ello es que la literatura, según el juicio de aquellos a quienes compete por encargo público promoverla, carece del brillo glamoroso de los escenarios y las galerías, y por lo tanto, de las salas abarrotadas. Por lo que en el consabido idioma de los informes de gestión, las artes escénicas y las artes plásticas, dan mucho más que reportar en rubros como “población beneficiada” y “acciones de gobierno”.

Y no es que la literatura carezca de poder para convocar a las multitudes, las apariciones públicas de grandes autores como nuestro Jaime Sabines en 1996 y Mario Banedetti en 1998, quienes abarrotaron Bellas Artes, lo demuestran. No, pero de acuerdo con las mentes de varios gobiernos —hasta ahora con dos colores diferentes— la literatura no “viste” igual, como se los hemos oído decir en corto repetidas veces.

Ya algún director del Instituto de Cultura de cuyo nombre no vale la pena acordarse, hizo un ambiguo intento por remediar esta carencia convocando a varios artistas de diversas disciplinas a integrar un consejo asesor que le hiciera ver clara la situación con respecto a los espacios destinados a la difusión. Cuando tocó en turno la correspondiente a las letras morelenses, nombró un coordinador de literatura —pues la figura no existía en su estructura debido a que no estaba ordenado así en su decreto de creación— y más tarde el asunto se olvidó, pese a nuestra oficiosa tarea de recordarle tal pendiente, lo que a la larga fue uno de los factores que le llevó a disolver dicho consejo.

Ya luego se pondrían en práctica otras ideas para remediar esta falta; entre otras, la creación de una Coordinación editorial, cuya labor ha estado supeditada a los propios programas emanados del Instituto y en una u otra administración, también a la urgente tarea de publicar a un cierto sector de autores muy cercanos a sus estructuras; no niego que haya venido mejorando su actuación desde entonces, pero resta mucho por hacer.

Llegados a este punto, como la iniciativa privada tradicional tampoco tomara en sus manos lo que los gobiernos sólo han atenuado con placebos, eso sí bienintencionados, los propios escritores han mutado en más de un caso en editores independientes, y así, mediante revistas como El perro azul y La piedra, o editoriales como Clandestino y Zetina y espacios como el Callejón del libro procuran suplir la falta.

O bien, una nueva clase empresarial instalada en la seguridad de que la cultura puede también ser una industria, han abierto foros como La maga, y El manojo entre muchas otras iniciativas cuya importancia es innegable, han brindado a la literatura morelense nuevos y refrescantes cauces, como bien le corresponde.

Tras 24 años de andanzas sin embargo, veo que muchas cosas han cambiado. Los escritores de la entidad como los de cualquier parte del mundo con acceso a la red de redes, tenemos múltiples posibilidades para debatir, publicar, desarrollar programas de radio y televisión y hasta editar nuestra propia obra, gracias a la blogósfera y las redes sociales, lo que es de suyo maravilloso sin que por ello las instancias obligadas por la ley a crear y promover espacios dignos y accesibles, estén disculpadas de su tarea. En ese renglón no estamos ante un avance sustancial, pues pese a los pasos timoratos, que son pasos adelante al fin y al cabo, aun faltan los espacios equitativos y la edición plural del trabajo de los autores morelenses.

De izquierda a derecha: César Guerra, moderador de
la mesa, y los escritores y escritoras, Bárbara Durán,
Kenia Cano, Davo Valdéz y Juan Pablo Picazo.

Así, quizá la organización social surgida a raíz de la violencia y la inseguridad, a la cual los escritores no somos por supuesto ajenos, tarde o temprano rinda frutos como en su momento lo han hecho las asociaciones, sociedades y otros tantos organismos de autores en otros estados, cuyo trabajo colegiado ha logrado la apertura de espacios, la instauración de programas e incluso el inicio de concursos a lo mejor que se produce en sus localidades, casos concretos: Oaxaca y Durango por sólo mencionar algunos.

Mientras tanto, como dice una buena amiga mía a quien quizá identifiquen por la frase, lo que nos queda a la mayoría de los autores, es atejonarnos en nuestras trincheras de creación y seguir golpeando los teclados lo mismo que las puertas, que unos y otras conducen a los caminos necesarios para la satisfacción del trabajo artístico, a saber, la creación y la difusión del trabajo terminado, porque, retomando lo establecido por Heidegger, ninguno de los dos es posible sin el otro y ambos ennoblecen y sensibilizan a la sociedad dentro de la que han sido concebidos.

Muchas gracias.

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1. Texto leído el miércoles 19 de septiembre de 2012 durante los festejos de La maga en la mesa titulada La importancia de los espacios de difusión cultural alternativos para la literatura local.
2. Heidegger, Martín. Arte y Poesía, Fondo de Cultura Económica, Breviarios 229, México, 2002 pp. 148 p. 37.
3. Heidegger, Op. Cit. p.104

jueves, 2 de agosto de 2012

La verdad


Juan Pablo Picazo

Lo amamantaron con la verdad y comió verdad toda su vida. Hoy un hombre le atropella, huye. Ve la muerte y sabe: la verdad es una mentira.

miércoles, 18 de abril de 2012

Paréntesis


Sobre la poesía y otros bichos

Por Juan Pablo Picazo

De antemano pido una disculpa a Antonio Rojas, Myriam Villafuerte, Enrique García González, Néstor Domínguez, Marco Antonio Padilla Rodríguez, Nena, César Hernández García, Sebastián Yáñez, y Greidy Olivares, por no haber podido contestar con toda oportunidad a sus preguntas, pues ha sido poco mi tiempo para escribir y con este texto trato de saldar en lo posible la deuda contraída.

Si aún les es útil, respondo a las preguntas en el orden:

1. ¿Cómo te inspiras para escribir poesía?

Es difícil decirlo. La poesía es mucho más que inspiración, se trata de un trabajo superior que requiere paciencia, cultura y un deseo irrefrenable de decir, de traducir en lengua humana las visiones que se tienen respecto a los otros seres que habitan contigo el universo: desde las piedras y los gusanos hasta las estrellas, pasando por otros seres humanos, objetos, plantas y animales.

Solemos llamar inspiración a cierto estado de ánimo que nos impele a escribir dejando atrás todo: la gente, los asuntos domésticos, y a veces hasta los alimentos. O a esos chispazos repentinos, esas fugaces apariciones de verdades monumentales que apuntamos en un papel y luego desarrollamos.

No necesito un ambiente específico para la inspiración; cierto es por el contrario que caminar a solas me ayuda bastante en el proceso, lo mismo que hacer alguna otra actividad que favorezca la introspección; como sea, creo más en la literatura como un asunto de trabajo, sensibilidad e inteligencia, que en el repentino o inducido rapto de las musas.

2. ¿Qué te lleva a ser poeta aparte de tener el don?

Ser poeta es una cuestión que desde el siglo XX está a debate. Antes de ello persistía la creencia más o menos unánime del poeta casi como un iluminado, yo creo que el poeta tiene un don, es cierto, pero tenerlo no es todo.  Hay quien tiene un don para la danza o la cerrajería, la investigación o el baloncesto, el don así llamado es sólo un factor dentro de un entramado más complejo.

Al poeta les son necesarios otros atributos como la observación, el asombro, la búsqueda, el autoconocimiento, la cultura y la sensibilidad, además de una decidida necesidad de testimoniarlo todo en poemas, ya en verso, ya en prosa.

3. ¿Crees que pueda ser un reflejo de tus sentimientos?

Creo que la poesía es algo más que el reflejo de tus emociones, para muchos sólo es un punto de vista escrito ornamentalmente. Yo no opino así, creo que el trabajo poético constituye un testimonio del mundo en cuanto a sus relaciones subyacentes; una manera de ver, de vivir.

Aunque algunos poetas hablan de que el poeta es el “traductor” del misterio de Dios, yo creo que no es así, ni se escuchan voces, se tiene por el contrario una hipersensibilidad que a menudo hace creer en esas otras cosas a quienes no han vivido en carne propia esa condición de poseer la “mirada poética”, es como si las cosas hablaran, como si fueran demasiado evidentes y fuera necesario decirlo y además, saber de antemano que muchos no van a entender, o incluso, serán hostiles contigo.

4. ¿Quién o qué es tu más grande inspiración?

Decir qué o quién nos inspira sería como reducir la poesía a ámbitos muy estrechos e intimistas, para mí hay mucha diferencia entre “poeta”, “poema” y “poesía”. La rima IV de Gustavo Adolfo Bécquer me parece un documento valiosísimo para caraterizar y explicar no ya lo que cada una de estas voces designa, sino además, la relación entre ellas, y los temas que ocupan al poeta.

Hay que ir más allá con esta pregunta.  Los temas, los motivos que tengo para escribir son muchos, aunque es cierto, escribir sobre el amor y la propia visión de la vida son cuestiones fundamentales.

Otros temas que mi poesía persigue son: la condición humana, algunos personajes mitológicos en tanto que encarnación de las emociones y actitudes humanas, el futuro de la humanidad, los modos de ser y de hacer que tenemos las personas, etc.

5. ¿Qué es la creatividad en la poesía?

La poesía es de suyo un trabajo creativo, la creatividad es pues su modo natural de expresión. De ello le va el nombre de la creación, así que los poetas son como pequeños dioses dando a luz constantemente pequeños universos.

6. ¿En qué ayuda la poesía a la mente?

En todo, no es una verdad de Perogrullo. Desde lo más básico como incrementar el vocabulario (Lugones, Lope, Góngora y otros), hasta saborear la seguridad de que lo escrito por ese otro del libro pudo salir perfectamente igual de nuestras manos (En mi caso Neruda, Bécquer, Hernández, Strindberg, López Velarde, Baudelaire).

Creo que sí, como el ajedrez, puede darnos herramientas que nuestro cerebro se acostumbra a usar aunque no seamos capaces de explicarlo. Nos ayuda a salir libremente de diversas encrucijadas, afina nuestra memoria, mejora nuestro oído musical, nos deja crecer en la libre asociación de ideas, suelta nuestra mano y brinda una mejor capacidad respiratoria, esto último resulta demasiado absurdo si se le toma literalmente, pero debe leerse en términos de sensibilidad.

7. ¿Qué poesía te gusta más escribir?

La pregunta no está muy definida, pero veamos.

Si nos referimos al tipo de verso, prefiero el verso libre, aunque me regodeo y no poco jugando a los sonetos, alejandrinos y sonetillos además de una que otra octava o décima. Si la pregunta refiere temas, ya está arriba contestado; si la referencia es prosa o verso, prefiero este último porque lo considero la forma natural del poema, aunque admiro los poemas en prosa de Sabines, Baudelaire y otros.

8. ¿Cómo comenzar en mi persona la cultura de la lectura?

Yo diría, parafraseando el consejo de Miguel de Unamuno a los nuevos escritores, lo mismo a los nuevos lectores “Lee lo que quieras”. El primer consejero es el gusto. Puede que al principio no tengamos uno muy bueno y pasemos un buen rato leyendo papeles inútiles, malos novelistas y demás tratados de basura, pero un buen trabajo han hecho: llevarnos dentro del mundo de la lectura.

¿Se corre el riesgo de extraviarse para siempre en las “malas” lecturas? Quién sabe, opino como Cristopher Domínguez Michel en su libro “Escribir y leer” (Océano, 2010) Nadie posee la verdad en cuestión de libros y uno debiera libremente moverse entre ellos. Si todo sale bien, pronto el gusto se refina y nos volvemos más exigentes, sino, de todos modos leeremos por puro gusto.

9. ¿Alguien como tú qué clases imparte y en dónde?

Bueno, “alguien como yo” jajajajajajaja, no sé qué signifique eso, pero alguien como yo que considero soy yo si acaso eso puede saberse, da clase de literatura, y cuestiones sobre comunicación y periodismo en preparatorias y universidades privadas del estado de Morelos.

10. ¿Qué es la sociedad del conocimiento?

Yo diría que la “sociedad del conocimiento” es una idiotez, que nunca como hoy estamos hechos de dudas, que ese concepto siempre me ha parecido pretencioso. No niego que la ciencia y su hermana, la tecnología nos han aportado avances indudables, sobre todo en materia de información y comunicación, pero se me hace tan irrisorio como el tan sobado “fin de la historia”.

Mi opinión no obsta que siga con interés lo que sucede en torno a conceptos como ése, pues pertenecemos a una sociedad globalizada que se jacta de muchas cosas que merecen nuestra aguda y permanente observación.

A nadie se quiere herir aquí, ni lo escrito es la verdad. Si aún sirve a quienes preguntaron, soy feliz, si no, ruego puedan disculparme en algún momento. Como sea, sigo a sus órdenes.