viernes, 31 de diciembre de 2010

Viento encadenado

El escriba

Juan Pablo Picazo

Soy el escriba de los testamentos que las buenas gentes me dictan desde sus agónicos lechos. Siempre llevo conmigo la tabla, los papiros, las plumas y las tintas, jamás una alforja con remedios, nunca una voz potente que pronuncie ensalmos salvadores.

Soy requerido más que los sacerdotes de Amón, Baal, Tamúz y cualquiera otro, requerido más que los discípulos de Hipócrates, Galeno, o cualquier otro curandero. Pero eso no me llena de orgullo porque el mío es un trabajo triste, me llevo el último hilo de voz, la voluntad postrera, el castigo que los moribundos aún planean y ejecutan en contra de alguien a quien nada dejarán.

Por eso vine hasta este lugar. Un dios está muriendo dicen, y quiere dictarme sus últimas voluntades, yo no sé nada, ni soy nadie, sólo copio del aire lo que su aliento dibuja. Me apresura, quiere que escriba no su testamento sino una historia entera. Así que empiezo: – En el principio Dios creó los cielos y la tierra…