sábado, 30 de octubre de 2010

La vida en el envés

Resurrección

Por Saulo Tertius

Juro que estaba muerto. Y aquello era como saberlo todo sin estar seguro en qué punto se es el que se era y desde donde se es lo demás, los demás y el todo. El tiempo era un río caudaloso que arrastraba de todo, como si crecido durante una tormenta y lleno de fangos de toda clase.
Y yo estaba ahí, detenido en los escombros herrumbrosos que se amontonaban a la vera, putrefacto como los dinteles de los palacios que albergaron imperios abolidos y transtornado como los depuestos reyes. La mente se me dislocaba y no se enfocaba la mirada.
Así pasé no sé cuánto de ese no tiempo oliendo los asfódelos y escuchando las arpías, viendo el desfile de las almas, unas esperando a Caronte, otras de camino hacia el Tlalocan, y así cada cual según el subterfugio en el que hubiese creído durante sus irrisorios días. Entonces casi lo entendí todo, pero no sabía exactamente qué estaba comprendiendo.
Al fin llegó la ocasión y comprendí que no había ido a ningún lado porque no ansiaba paraíso alguno, pues mis vagabundeos entre los mundos me habían dado el poder para andar por ahí con la humildad de cosa entre las cosas sin la tutela de Dios alguno, por eso estaba estancado en ese afluente de la Estigia.
Cuando quise incorporarme, debí primero encontrar todos los fragmentos de mi devastado yo, asaz desecha estaba mi persona en aquel tumulto de muebles rotos, recuerdos confundidos, papeles dispersos, imperios devastados y ruinas de todo tiempo y geografía.
Muchos huecos me quedaron en principio, pues a mi mente vino la imagen de Lobo Zacppai rompiendo el cuello de Luna'la cuando los esbirros de Rosalío Pat me dieron alcance en aquel aciago callejón de la Ciudad Tlahuica donde mi daemonion decidió asesinarme.
No bien había alcanzado la estatura de un hombre en ese muladar de muerte, Hades vino a mí y me dijo:
- Debes marcharte ahora brujo. Nada te queda por hacer en mis tierras. Yo, Mictlantecuhtli, te destierro. Llévate contigo la muerte negra que has traído, mucho ha hecho devorando almas en estos campos a la espera de tu resurrección.
Y miré y he aquí que Lobo Zacppai, estaba encadenado a su carro de batalla, lo soltó y se unió a mí como si fuera natural aquello. Al punto el hombre-lobo-nube-sombra me llenó los huecos completándome. Era mi daemonion verdadero. ¿Pero y Luna'la? Alguien me debía muchas explicaciones.
Hades se marchó señalándome una puerta entre los escombros, conducía a un estrecho pasillo, mohoso y frío, me adentré por él y al punto miles de escarabajos negros se lanzaron contra mí, ya que no podía morir estando muerto, me abandoné a su ataque, y tras un nuevo interregno de mi consciencia, abrí los ojos, escupí sangre y tragué aire desesperadamente mientras una voz gritaba cerca de mí:

- ¡Está vivo! ¡Llamen al comandante!