lunes, 28 de septiembre de 2009

Yo, lector

De la estolidez como sacerdocio

Por Juan Pablo Picazo


Imagine usted que, justo cuando ha ido y venido por todas partes buscando la universidad ideal para estudiar o para que sus hijos estudien, se encuentra justo con la única que posee una Facultad de Trivialidad Comparada, misma que ofrece licenciaturas en Oximórica, Impossibilia, y las más solicitadas: la Licenciatura en Pilocatábasis (o arte de salvarse por un pelo) y la Licenciatura en Tripodología Felina (o arte de buscarle tres pies al gato), en las que se cursan materias como Urbanística gitana, Tecnología de la rueda en los imperios precolombinos, Historia de la agricultura antártica, Fundamentos de examenología montessoriana, Hípica azteca, Filatelia asiriobabilónica, Fundamentos de oligarquía popular, y Literatura sumeria contemporánea, entre otras igualmente inútiles, contradictorias o aberrantes.

Por supuesto tal universidad no existe, se trata sólo de un juego intelectual que Belbo, Casaubon y Diotallevi, los jóvenes protagonistas de El péndulo de Foucaul [1], libro de Umberto Eco, llevan a cabo para mofarse de la estupidez humana; aunque no todos sus juegos son tan divertidos e inofensivos. Estos pequeños pero serios editores de Milán, se lanzan también a la reconstrucción de un presunto plan urdido por los Caballeros Templarios para conquistar al mundo al entrar en posesión de un arma secreta: el Santo Grial. Este plan, reconstruido como un divertimento ensayístico, está destinado a demostrar la necedad de los modernos buscadores de conspiraciones y tesoros y las ideas que les inspiran.

Pero ¿quiénes son estos modernos buscadores de tesoros? Pues no son otros que los autodenominados ufólogos o estudiosos del fenómeno OVNI, los astroarqueólogos o buscadores de vestigios extraterrestres en las diversas culturas primigenias de La Tierra, egiptólogos (lo mismo más o menos pero especializados en Egipto), espiritistas, quirománticos alquimistas, y astrólogos; especialidades éstas y muchas otras que suelen asociarse con ciencias ocultas, sociedades secretas y conjuras cósmicas, con las que de algún modo Eco compara su Facultad de Trivialidad Comparada.

Por esta obra de Umberto Eco transitan, como telón de fondo pero en intensa actividad, diversas sociedades secretas que van desde los druidas, los monjes-guerreros que eran los Caballeros del Temple, los rosacruces, los masones, los intérpretes de la Torah, los Asesinos de la Fortaleza de Alamut, y los Jesuitas. Además interactúan de manera ora articulada, ora caprichosa, la numerología, la cábala, el satanismo, la alquimia, la astrología y la geomancia, y se mezclan de forma convincente las vidas de Francis Bacon y el cardenal-duque Richelieu, , René Descartes, y Aleister Crowley, Galileo Galilei y madame Blavatsky, el inmortal conde de Saint-Germain y Felipe IV de Francia (también llamado El Hermoso), entre muchas otras personalidades de la historia y del mundo conocido como místico, esotérico o hierático.

Lo cierto es que el Plan ideado por Belbo, Casaubon y Diotallevi adquiere vida propia y desata la locura de los ocultistas —o diabólicos, como ellos los llaman a manera de juego—, quienes se muestran dispuestos a matar para hacerse con el secreto que permitiría a los Neotemplarios instaurar el primer gobierno global de la historia.

Umberto Eco, profesor universitario de semiología, alcanzó la fama como escritor con su novela El nombre de la rosa, obra en la que paralelamente a la fina trama detectivesca desarrolla un análisis histórico de la muy heterogénea Iglesia Católica. Diversos rasgos de Belbo, Casaubon y Diotallevi parecen pertenecer a la personalidad de Eco, quien además de su especialidad es un intelectual que gusta de transformarse en una suerte de detective del conocimiento, como se observa en la lucidez de sus intrincados temas de ficción.

A la luz de El péndulo de Foucault usted podrá descubrir la verdadera intención de Adolfo Hitler al cometer el genocidio que costó la vida a seis millones de judíos y la función verdadera de la Torre Eiffel de París. Sabrá para qué fueron excavados los túneles del metro en ciudades como México, Londres, Nueva York y otras de importancia semejante.

Recorriendo el mundo con los ojos de los ocultistas, Umberto Eco, a través de diversos personajes, como el oscuro y siniestro Agliè, el inteligente y pragmático Garamond o la retorcida y confusa Lorenza Pellegrini, despliega ante los ojos del lector la compleja composición de personalidades como la del diletante, del convencido, del iniciado y el escéptico.

La cultura árabe, la hindú, la filosofía del lejano oriente, las diversas caras del ocultismo occidental, los libros sagrados y las ciencias apócrifas conviven en sospechosa armonía con el avance científico y el desarrollo tecnológico que, a pesar de su probada vocación de modernidad, tienden ramas hacia las sombras en El péndulo de Foucault. Con todo, el disfrute intelectual que puede darle este libro con ese finísimo humor de que está impregnado, no deja de ser sorpresivo, trágico y, seguramente, provocador.


[1] Eco, Umberto El péndulo de Foucault, Plaza & Janés, Barcelona, 2001.



miércoles, 9 de septiembre de 2009

La vida en el envés

Lobo Zacppai, transterrado

Por Saulo Tertius

Cada día me asomo a la belleza y a la luz, y he aquí que me pertenecen de modo inevitable. Todo es mío bajo el sol; campo y cielo, mar y montaña, incluso las sonrisas que se guardan y las que generosamente se prodigan, todo en absoluto. La sombra y sus orillas, la negritud sin cuento del cielo nocturno y su profundidad cósmica abismándose sobre nosotros, sin embargo, me persiguen. Hace tiempo que debía consignarlo para que mis lectores de El Nigromante, La hormega y otros medios lo supieran porque ello es una condición imprescindible de mi trabajo como cronicante en el cruce de los mundos.
Lo escribo aquí porque con Cihuanicté ha llegado el sobrecogimiento: Lobo Zacppai está libre. Ella nada dice, ha llegado silenciosa a mi mesa en la taberna de Grangaznate, padre de Gargantúa, y mientras Ganzachona le sirve un tarro de esas bebidas florales que sólo ella y sus hermanas beben, me mira con los ojos llenos de desconsuelo. Me veo arrastrado hacia el mundo-bosque donde Doménica de Alcázar y los otros niños estaban prisioneros y miro las brujas recorrerlo todo, siguiendo las indicaciones de los árboles ha bitados por las almas de los niños que fueron sometidos al horror.
Mientras cerca de nosotros Dáidalos y Don Alonso de Quijano debaten una vez más sobre el número de ángeles que pueden danzar en la cabeza de un alfiler, mi ojo ciego me lleva a la caverna de Lobo Zacppai que Cihuanicté y Damahora encontraron y las miro alzar sus crises translúcidos en un acto de defensa; la bestia sombra se impele sobre ellas y huye hiriendo de gravedad a Damahora y lanzando a Cihuanicté hacia un socavón insondable donde todo se difumina.
El mundo vuelve, mi ojo ciego nada ve de nuevo. Cuando voy a pedirle más detalles, veo que Holly Golithly ha regresado al pueblo y se sienta discreta dos mesas más allá sin despegar de mí la mirada. – ¿Quieres dejar de ver a esa arpía errante? Me espeta airada Cihuanicté y añade: – Te estoy mostrando algo importante.
Sucede de nuevo. Mi ojo ciego se abre a otra luz lejana, la mortecina de los bosques del último mundo asolado por Lobo Zacppai y veo a mi Bene Gesserit favorita salir de la negrura del pozo con ayuda de sus hermanas y regresar a San Manatí con Damahora y Laremissa lastimadas. Tras un apagón de la memoria que recorro, vislumbro un día nuevo en el bosque-prisión de Lobo Zacppai y observo los hallazgos de las brujas. Ese hombre-sombra transformó el lugar en una trampa para los niños de todos los mundos. Grabado en la tierra encuentran un mensaje en runas: el horror nocturno al que fueron a dar caza ha robado una de las llaves maestras y ahora se mueve a su antojo.
- Puede estar en cualquier parte, Saulo. Dice Cihuanicté y me mira con recelo. Añade: – Has de estar muy pendiente. Por ahora, las siete tribus más cercanas de sirenios, las doce cohortes de los homo equus de la selva y los otros clanes de hechiceras nos ayudan a vigilar las puertas. Especialmente tú has de guardarte, no salgas a las calles de San Manatí, puedes morir. Dice esto y señala hacia Luna’la, mi fiel loba daimonion de quien por cierto hace mucho tiempo nada les he contado.
Es comprensible, Lobo Zacppai es una aberración, un daimonion que mató a su humano arreglándoselas para no morir con aquel crimen infame. Nadie sabe con exactitud cómo lo hizo pero se volvió muy poderoso. Su nigromancia le ha dado poder.
Añade cosas sobre mi protección Cihuanicté, pero ya solo pienso en Luna’la mi loba gris y el modo de escapar de Lobo Zacppai, pero las brujas han cerrado los puertos y las puertas y no se me permite partir, me habla de una escolta que afuera está esperando y de medias extremas mientras su hermandad da caza al fugitivo, dice que probablemente irá a ocultarse un tiempo a las ciudades interiores como Tsath, Tannit y Oot-Nargai, que me mantenga alejado de ellas y que ya los mandoblianos de Ventira le buscan en las entrañas de la tierra.
Así que debo aguardar desaparecido, primero los matones de Rosalío Pat y el Partido Anillo Citlalteca, ahora este espantajo.
- Tú y Luna’la deben salir por la puerta trasera, sigue al comandante de tu guardia, yo me encargo de La viajera.
Estoy por decirle que un cronicante nunca se esconde, que charlaré con la viajera del viejo Capote y que enfrentaré mi destino, pero me toma del hombro y todo se ahoga en la nada.