jueves, 30 de octubre de 2008

La vida en el envés

Los raros citadinos


Por Saulo Tertius


— San Manatí está lleno de gente extraña. Me dijo con la serenidad que da haber dado cuenta de un café lechero y una orden de churros tras una cena de sopa y guisado que a las nueve de la noche pretendía ser la comida vespertina. Yo lo miré detenidamente, con su cara redonda y rubicunda, su cabello escaso, su barba ocasionalmente inculta y su sonrisa de ocasión, y estuve de acuerdo con él. Me parecía que aquél rincón del universo estaba poblado de extraños prodigios que solo yo veía por vivir en el envés, pero su afirmación me hizo saber que yo no estaba solo en ese descubrimiento.


Mi sorpresa aumentó cuando añadió: — Tú, por ejemplo. No imaginaba siquiera porqué un tipo tan común y corriente como yo podía pasar por rareza, soy el promedio, el que no se mira dos veces, el que puede estar en cualquier sitio sin llamar la atención porque ni siquiera hace ruido. Arremetió de nuevo con sarcasmo: — ¿Cómo se te ocurre ir por ahí siempre con un libro en la mano? La gente de aquí ha de pensar: “A este pobre hombre no lo quiere nadie, por eso busca la compañía de un libro.”


Reí de buena gana y pensé en las miradas, los comentarios y las preguntas de las meseras del café Woq’s, donde suelo ir a leer mientras transcurre el mundo durante los lacrimosos y mortales días de asueto.


Más risa me dio sin embargo pensar que él era más raro aún con su ropa de estilo indefinido que lo mismo le hacía pasar por ser un militar derrengado que un eterno adolescente en rebelión al que sorprendieron otros años. De hecho podría jurar que a los sanmanatieneses él les parecía más extraño que las brujas del clan de los manglares, a las que ya veían como parte del paisaje.


Cuando se lo dije lo negó con todas sus fuerzas, me dijo que ya estaba mimetizado por vivir desde hacía tantos años entre ellos, los últimos de los cuales incluso los pasaba recluido de día en el ataúd del sótano de la torre norte de su palacio para salir sólo de noche a su trabajo como columnista en un periódico local.


Es necesario comenzar por su propio nombre para hacer el inventario de su extrañeza. Se llama Mesías Brunapeña y Galopada y es neosantanderino. Llegó a San Manatí desde los tiempos en que se dice, era tan abundante la comida que la gente amarraba sus perros con chorizo de Tollocan.


Todos dicen que es muy certero y peligroso con las palabras. Nunca habla, pontifica. Nunca dialoga, hace esgrima verbal. Pienso en ello mientras le miro divertirse contemplando a los sanmanatienses que se pasean negros y góticos por el bulevar sufriendo los calores del trópico.


Insiste en que mi rareza es extrema porque leo de modo imparable, viciosamente como esos pobres enfermos que casi deliran cuando descubren que su falta de previsión les ha llevado a despertar a media noche con la horrenda y amarga sorpresa de que no tienen cigarros. Me dice que tenga cuidado porque conoció a uno con ese mismo mal que se murió y pues quien lee como quien fuma también está propenso tarde o temprano a padecer un enfisema ocular, una insuficiencia visual o una torcedura de nervios ópticos, como le ocurrió a Don Canito de Salva, capataz de La Comandanta, la célebre hacienda cafetalera donde nació Irigote Garnaz, el prócer más antiguo de San Ornitorrinco, paraíso de playas y traficantes a cinco horas de San Manatí.


Mesías Brunapeña se expresa con inocencia de profeta y ferocidad de niño incrédulo. No perdona a nadie que no sea capaz de urdir las mismas redes de ideas u otras más ornamentadas que aquellas que aprendió a tejer desde que niño yuntero era en las desoladas y ateridas hectáreas de Bellacuenca, su pueblo natal donde en tiempo de lluvias las nubes de moscos dejaban secas a las vacas y donde el heroico Pato se las arreglaba para llevar el gas doméstico como todo un héroe de los lodazales.


Callamos, yo miraba los fantasmales contornos de cristal afuera, los ventanales empañados borraban el mundo externo mientras cada cual sopesaba su propia rareza a los ojos de aquella gente extraña. Y eso que San Manatí es una frontera y más allá de si hay un país donde los hombres son de sombra y hablan con la lengua de pueblos muy ancianos.

Bueno, por esta vez basta de que no les cuente nada. Volveré a hacerlo sin que saquemos nada en claro, desde luego.

lunes, 27 de octubre de 2008

La vida en el envés

Ladrones


Por Saulo Tertius


Cuando lo notas, ellos ya van camino de sus casas con el fruto de su nocturna cosecha: alhajas de valor y baratijas, carteras y monederos femeninos, comunicadores personales y dinero, adornos de valor y lo que su aciago capricho les dicte en el momento. Pero eso no es lo único con que se marchan, en el camino van masticándose tu fe, tu valor, tu confianza, todas tus certezas y las degustan con el placer de quien se sabe impune porque sabe entrar y salir de los hogares sin forzar las puertas, e incluso sin despertarte.


Llevan ratas, cuervos y perros de presa por daimonions. Otros traen incluso animales ponzoñosos, serpientes o insectos rastreros. Van y vienen alimentándose de lo que te han quitado, seguros de que ningún brazo largo de la ley puede perseguirlos porque le pagan su diezmo, dicen sus oraciones y se confiesan con los ministros de su iglesia, esos que llevan placa, según cuentan los sanmanatieneses.


Y no tienes remedio, el miedo se sienta como un tenaz pordiosero a las puertas de tu casa, con su sonrisa burlona inquebrantable, la sospecha es una hirsuta suripanta que te señala como ladrones posibles a todos los viandantes que comparten contigo el aire, el sol y otros nutrientes. El enojo se instala violento en el tu espejo y cada día te culpa y recrimina. Y no se marchan, tales espantajos incluso toman el control de tus rutinas hasta que tu propio daimonion, la bella loba Luna’la en mi caso, te redarguye y se te enfrenta, pelea contigo para sacarte del marasmo.


Hay quien supone que todos forman una sola banda, como la que parece ser el Clan de las Brujas del Manglar o como la bien organizada del judío Fagin, el mismo que quiso asesinar al pequeño Oliverio y a cambio terminó colgado de su propia chimenea, no. Son muchas y diversas, a veces enfrentadas por los territorios, a veces se trata de individuos solitarios como el que tanto celebraba irresponsablemente García Márquez en su fabulada autobiografía en la que se retrata incluso acudiendo con dolor al deshabitado entierro de uno de ellos.


No, estos viven con fachadas como las de ser una buena familia que comercia con pollo en una de las grandes avenidas y andan siempre por ahí vendiendo muebles, aparatos y otras cosas de dudosa procedencia; o se visten de otras muchas personalidades secretas como inversos superhéroes a los que uno humildemente solo puede pedir con fe que mal rayo les parta por todas sus generaciones y aun con la más sublime retroactividad, sólo por si acaso.


Por supuesto nada de esto es verdad porque es ficción o acaso sea cierto por lo mismo que la vida colectiva lo ha inventado, porque lo que discurre en el envés escurre en el haz donde las cosas tienen lo que son sus nombres y no los nombres a las cosas como aquí sucede. No vale la pena averiguarlo. Los ladrones de la paz van y vienen como terrenos piratas aguerridos a los que uno quisiera encontrar cansados, enfermos, con la moral baja y deprimidos –apenas eso haría justa la pelea- y asestarles un buen golpe con el Golem que algún amable dios nórdico pudiese habernos prestado para la ocasión.


Como bien apuntan los viejos, Dios no cumple antojos ni endereza jorobados y lo que pasó, pasó. Lo que por supuesto no nos da consuelo alguno, ni nos satisface ni nos de vuelve lo robado, ni la fe, ni la paz, sino que apenas sirve para mordernos los labios con ganas de masticar la impunidad de aquellos otros. Es decir, nos permite refunfuñar a toda marcha en descargo de la incertidumbre que nos muerde y nos da gana de prenderle fuego a San Manatí entero… esperen, al fin comprendo la vocación pirómana de Nerón, el emperador incomprendido.


Como sea, ya basta de no llegar a ningún sitio con esta palabrería, mejor nos extraviamos en ella alguna otra vez.

viernes, 24 de octubre de 2008

La vida en el envés

La Capital del olvido

Por Saulo Tertius

No pocos estudiosos de los nautas que van y vienen entre los mundos han considerado que San Manatí es la capital del olvido. Mi opinión es que, no obstante que no deja de ser verdad en más de un sentido, la afirmación es un tanto exagerada. Mi amigo Rodolfo Candela Ministro, un auténtico hombre de papel, me dijo que él huyó de aquí hace mucho tiempo para no llenarse de herrumbre y sucumbir.

Cuando me lo comentó mediante el comunicador gramático, creí que exageraba y acto seguido me contó que había visto perecer a lo mejor de su generación en estas tierras. Dijo que habían caído ante la cachaza tropical y su perniciosa influencia, pobres, entonces comprendí. Lo que Rodolfo no decía y que podía inferirse de lo que sí, era que lentamente cada uno de ellos se había podrido con la lentitud del tiempo propia de estos climas hasta convertirse en seres desleídos, cansinos y apenas mecidos por el viento.

La molicie es otra de las enfermedades que acogolló a su asombrosa generación de mártires capaces de levantar civilizaciones enteras que han caído en el marasmo, pues una vez vistos los mecanismos de supervivencia en una civilización así, hicieron la prueba en dos o tres espacios públicos, y tras comprobar que retribuían grandemente con poco de su parte fueron entregándose a la forma dentada y hueca que se requiere para encajar en los dichos mecanismos.

Yo no los vi sino hasta que me lo hubo contado. Ahí están mecánicamente felices con su transformación. Ellos la llaman progreso, lo llaman avance social, dicen estar en la búsqueda del cambio desde las entrañas mismas del monstruo pero hace tiempo que éste les ha digerido y ahora ocupan posiciones vitales como bloques proteínicos, zonas de lípido amortiguamiento o ya de plano vibrátiles dendritas adosadas a sus lánguidas neuronas. Así, imbuidos de lleno en el mecanismo, ya son más él que un germen de cambio, lo que no está mal si se visitan sus orgullosos palacetes almenados que miran a la mar, sus románticas dashas intersilvales, en las que se proporcionan sus respiros, sus nupcias secretas y demás descansos.

Entiendo a Rodolfo, pero yo sigo aquí atado a las soledades que ya traía puestas desde el último viaje en Zeppelín, ni qué remedio, es una sensación inevitable que también invade a Lunala, mi daimonion, quien soporta el rigor de los calores húmedos tan mal como yo lo hago y sin embargo no se queja.

Basta por hoy de no contarles nada, lo haré mejor en otro momento. Voy por un café a El Zaguán de San Manatí.

martes, 21 de octubre de 2008

Yo, lector

El gélido fuego de la salamandra

Juan Pablo Picazo

Para estosdìas

Es fácil creer en alguien que dice haberse quemado con el hielo, pero resulta mucho más difícil dar crédito a quien afirma haberse helado a causa del fuego. Al menos hasta que nos aclara que su testimonio tiene algo que ver con las mujeres, las benditas mujeres, de quienes se dice están de moda merced a los multiplicados estudios de género, a su prolongada lucha de emancipación, que las ha llevado de la esclavitud más ignominiosa a las más protuberantes cimas inventadas por los hombres para adularse mutuamente. Más aún, se dice que si bien ellos aún detentan casi toda clase de poder, son ellas quienes deciden por medio de la manipulación, y que, en fin, pronto gobernarán la tierra mejor de lo que los varones han hecho por lo menos en los últimos dos mil años.

Ya se verá. Mientras el péndulo se mueve, pues, apuntando hacia ese extremo –tanto o más terrible que el anterior, humanas al fin como sus congéneres-, miremos hacia el principio del siglo pasado, cuando en México, como en las principales capitales del mundo, las mujeres dieron principio a la difícil pero deleitosa tarea de tomar conciencia de sí mismas. Tomando como antecedente a Sor Juana Inés de la Cruz, a su modo liberada de las interdicciones sociales, las mujeres de fines del siglo XIX y principios del XX contaban con modelos de damas liberadas en las artes, las ciencias y otras actividades.

En este contexto en que los hombres y mujeres se dejaban asombrar por el principio de la hoy vertiginosa carrera tecnológica, representada entonces por los alumbrados públicos de gas y los primeros eléctricos, los ferrocarriles, el cinematógrafo en pañales, Efrén Rebolledo (1877-1929), uno de nuestros poetas mexicanos de carácter monumental por abrir nuestro país a las posibilidades de la poesía sicalíptica, fijó sus ojos en un tipo de mujer especialmente liberada hasta el extremo; aquella a la que ya de entonces solía llamársele mala mujer, vividora, vampiresa, incluso por las propias mujeres, o, como él la definió: la salamandra.

¿Qué es una salamandra? Coinciden todos mis diccionarios: Salamandra: Género de batracios urodelos, salamándridos, de cabeza grande y achatada y extremidades cortas […] Ser fantástico, espíritu elemental del fuego, según los cabalistas.

Las fuentes de Efrén Rebolledo son Plinio el viejo y Benvenuto Cellini, y se refieren a este ser fantástico que los cabalistas y los alquimistas reconocían como espíritu del fuego. Llamar entonces salamandras a cierto tipo de mujeres no es mera diatriba, sino el resumen de su teoría sobre estas damas que se ejercitan en despertar pasiones masculinas, alimentarlas para que del mero rubor evolucionen hacia la lumbre y luego atizarlas hasta que consuman al amante despojándolo de sus bienes, orgullos, estamento y dignidades, sin concedérseles jamás y llevándolos a veces hasta el suicidio.

El extinto poeta Luis Mario Schneider, quien estudiara la obra de Efrén Rebolledo, afirmó: “Para la zoología, la salamandra tiene peso, longitud y sexo definido; para la poesía, es majestuosamente un animal-poder-mito, engendrador de destrucciones, revestido de seductores artificios bizantinos […] Es mujer-síntesis, una astuta hembra hechizadora como Cleopatra, monstruosa como Medusa, dañina como Salomé e inviolablemente sensual como una hermafrodita. Vive entre las llamas que su amor despierta ya más fuego, más pasión, más se reviste de frialdad, más se acaparazona de hielo.

El autor de Caro victrix, Joyeles, y Rimas japonesas, entre otras obras prácticamente desconocidas, escribe, describe y transcribe en su novela Salamandra(Factoría ediciones, Colección La serpiente emplumada, no. 2 pp. 128México, segunda edición, 1999), a una subespecie femenina verdaderamente de temer analizada a través del caso de Elena Rivas, de quien dice al principio del libro: “Elena Rivas era coqueta, pero no con esa coquetería natural en todas las mujeres, que se gustan a sí mismas y se complacen en conquistar la admiración de los hombres./ Desencadenaba sobre sus perseguidores al ‘monstruo de los ojos verdes’ porque la deleitaba el espectáculo del sufrimiento…” Y ése es apenas el principio.

Para algunos críticos de nuestros tiempos, Salamandra no es tanto una novela como el boceto de una. ¿Por qué?, por su brevedad, por la muy sucinta manera de describir a los personajes y porque no se les define hasta el fondo, como hacían otros novelistas de la época, y porque otras piezas narrativas de Rebolledo son aún más elaboradas. Sin embargo, habría que apuntar en su descargo que se trata más de un trabajo ensayístico que narrativo o una de las primeras piezas en la historia de la literatura a la que se puede caracterizar como de género híbrido, tan de moda hoy.

De esta novela, su amigo y editor, el poeta Enrique González Martínez, escribió: “Hoy [Efrén Rebolledo] nos da una novela breve, con un desarrollo rápido que simula a una película cinematográfica. Diez escenas comprimidas como una pieza de Gran Guiñol, con un argumento pasional y dramático, y en cada escena una ‘pose’ de la protagonista, fría salamandra que pasa sin quemarse por entre las llamas del deseo.

Esta brevedad y el desarrollo cinematográfico del que González Martínez habla, fue toda una experimentación en la época, como casi toda la obra de Rebolledo, quien explora el erotismo fino en una nación de falsos y asustadizos santos, explora la métrica japonesa, la literatura nórdica, en fin. Lo que en Rebolledo es experimentación muy criticada a principios del siglo XX es, en el XXI, una técnica narrativa corriente que ha beneficiado mucho a gente como Anne Rice, Dan Brown y Stephen King, entre otros.

Añada usted a esto su propia experiencia de algún tan abrasador como imposible amor cuya destinataria (o destinatario, porque si bien Rebolledo fijó su mente en la mujer-salamandra, no es de dudar la existencia de hombres-salamandra) le haya mirado con desdén hiriéndole en lo más profundo y poniéndole en peligro de perderse, y tendrá una lectura vital, aleccionadora y, como a Benvenuto Cellini le golpeó el día que vieron a la salamandra jugueteando sin arder en las brasas de la chimenea, usted no olvidará jamás cómo es la salamandra. Así podrá guardarse y guardar a otros de sus peligros.

Efrén Rebolledo es una excelente oferta de lectura, acérquese a su obra, que además puede encontrarse en buenas versiones en la red, no se arrepentirá. (Comentarios y sugerencias: juanpablo.picazo@gmail.com)

jueves, 16 de octubre de 2008

La vida en el envés

El planeta de los mismos
(O fantasía pírrica de un nadie desvelado)

Por Saulo Tertius

Érase que un día me tomaba un cafecito en El zaguán de San Manatí para no perder el color caribe de la piel cuando apareció un tumulto de gorilas punitivos que al parecer se pensaban muy machos dentro de sus armaduras, con ametralladoras y morriones blindados y puestas las caretas transparentes o con los rostros ocultos detrás de los pasamontañas. Sus pasos tronaban sobre las baldosas inocentes y formaban onditas dentro de mi taza que ya no podía ver medio llena, sino medio vacía por más que me esforzaba.

Las enchiladas se quedaron tiesas de su solo tufo a autoridad impenitente y majadera, y ante su ominoso efecto, palidecí también, pues al verlos supe que podían ser yes, equis o zetas o cualquier otra envilecida letra del alfabeto disfrazada de policía mandón acorazado y porque además algunos se me sentaron cerca por lo que me puse blanco como la bolsa de un supermercado cualquiera y transparente que se pone el mi café de modo que el Comandante Urco, -o así sonó que lo llamaban en su lengua entre norteña y chilanga matizada de un jarocho con aire yucateco- que de plano no cree ni tantito en los espantos, me ignoró por parecerle menos que renacuajo ante sus músculos, su escuadra y su estatura.

Así que me quedé como dicen que lo hacía el niño de piedra de la muy afamada Fiera de San Narcos, calladito y quietecito viéndose muy bonito pero con los ojos abiertotes de un dorsai al otro, de un falso espartano a otro que ya luego del numerito amedrentador de aquí nomás mis chicharrones truenan (y también mis botas, no las mías, las de ellos porque yo siempre uso tenis) mutaron en infantes desorganizados pidiendo de todo para comer y para beber hasta que Gorila Uno los puso en orden machacando el suelo con un sonoro taconazo.

Y fue que comenzó el convite ya más ordenado y los unos se quitaban los oscuros yelmos y los otros se arrancaban los calcetines de las cabezas mientras acudían en turnos al baño para lavarse los guantes o las manos daba igual porque algunos regresaban con las negras pieles puestas. Apoltronados ya, otros iniciaron el inmisericorde atraque de los totopos con frijoles o frijoles con totopos, que en la caótica refriega ya ni se sabían bien las cosas, pero lo hacían con esas mismas manos de matar y agradecidos por el gusto metálico a culata y a cañón que traían en la piel suya o en la de los mitones daba igual como ya dijimos porque no se los quitaron ni para comer y seguro lo hacían por ser muy precavidos, pues cada uno comía por dos.

Decían que sí y decían que no y que también, algunos hablaban de mitología arcana sobre el dios Chapo, hijo lejano del colorado Chapulín y otros con los nombres de los meses, mayo, junio. O bien de ir a ver a La gatita que porque era muy querendona y los últimos comentaban la telenovela de más moda. Los de más allá hablaban de la conspiración de El Magisterio, un poderoso grupo guerrillero liderado por una mujer zorruna que, aliada con los papas, pretendía gobernar el mundo al más puro estilo de las novelas de Phillip Pullman, eso lo pensé yo que ya vi la película.

Seguí en mi lugar como hacen los discretos, encogido no de hombros sino de cuerpo entero como debe hacerse cuando los zopilotes rondan, así que apenas terminadas las enchiladas tiesas que con la crisis no se debe desperdiciar nada, y liliputiense como me sentía ya entre los brutos centuriones, encaminé mi paso bajo los ojos de los salvajes émulos de Gulliver que comían con las armas cerca y los chalecos puestos.

Pasé entre ellos tratando de ignorar los estiletes de sus hoscas muescas oculares y cuando ya casi salía, pude ver a algunos que comían con los pasamontañas puestos seguramente por temor a ser reconocidos por el caldo y que luego las sopas de letras pudiesen delatarlos. Los más adelantados ya pedían sus postres con rostros beatíficos, pues los habían ganado a pulso amedrentando a sus hermanos policías y buscando la admiración de las sanmanatienses menos ocupadas y dilectas. Raros prodigios que se ven en nuestro mundo enrevesado.

Por eso yo ni digo nada como nada dices tú y de no decir ya estuvo bueno, lo no diremos en unos días.

martes, 14 de octubre de 2008

Los territorios constitucionales y los caminos torcidos

Para estosdías

La polémica vigente entre el Congreso de la Unión y la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) en torno a la reforma electoral y su presunta obstaculización del derecho a la libre expresión, es propia de un país que atraviesa una profunda crisis institucional. No se deslindan con precisión, en su ejercicio, los territorios constitucionales, la defensa de los derechos ciudadanos fundamentales y las atribuciones concretas para reformar la Carta Magna.

La costumbre autoritaria desestimaba las precisiones constitucionales en el reconocimiento de los territorios de cada uno de los poderes. El poder supremo, el presidencial, dirimía por la vía fáctica, discrecional, toda posible controversia. La ley dependía de las prioridades políticas.
La modernidad democrática y la necesidad del mandato de las instituciones como principio de consolidación del Estado de derecho, exigen ensayar los principios normativos dentro del entramado de los derechos y deberes individuales y del orden jurídico superior.

La procedencia de un amparo contra la reforma electoral, por presuntas afectaciones a la libertad de expresión, motivó la reacción del Senado de la República contra la Suprema Corte de Justicia de la Nación, cuyo pleno determinó la revisión del procedimiento constitucional de la reforma y la posible violación de los derechos del demandante. Un amparo, dijeron los senadores, no puede promover la revisión de la posible inconstitucionalidad de una reforma constitucional; tal procedimiento sólo es propio de un juicio de inconstitucionalidad o de una controversia constitucional. La Corte está invadiendo una esfera ajena, que sólo le compete al Legislativo, como es la formulación o modificación de los preceptos constitucionales. Pero la Corte había manifestado en su sesión de pleno, que una modificación impropia de la Constitución si le competía en su calidad de tribunal constitucional, en tanto que tales deficiencias de procedimiento podían invalidar la reforma o el precepto y determinarlo sí era materia suya.

El debate es aleccionador, pero debe tener una definición legislativa y de jurisprudencia. De otro modo cualquier individuo puede demandar la derogación de leyes constitucionales y poner en un predicamento el sistema parlamentario con un solo juicio de amparo porque así lo ha determinado el Poder Judicial fuera de sus atribuciones. Se requieren definiciones precisas al respecto, y que el ciudadano las entienda.

Lo hemos dicho aquí citando a Giovanni Sartori, Fernando Savater y a muchos otros. En esta semana, al recibir la medalla al mérito cívico Eduardo Neri "Legisladores de 1913", ha sido el historiador Miguel León-Portilla quien lo ha dicho con claridad: la sociedad mexicana que en la actualidad observamos, ésa que tiene un amplio grupo de personas que han optado por lo que él llama caminos torcidos, sólo puede superar los problemas de inseguridad, desigualdad, pobreza, delincuencia y marginación de los grupos indígenas, mediante un único camino: la educación, y con ella la capacitación y formación de niños y jóvenes. Por ello advirtió que en el “no rescate” anunciado por Felipe Calderón, si necesita hacer recortes, que recorte a lo que sea, menos a la educación.

Esta verdad resplandece como el sol y, sin embargo, en México los ciegos guían a los ciegos. El conflicto magisterial persiste no obstante su absurdo talante. ¿Cómo podemos esperar un futuro promisorio de nuestros niños y adolescentes, en calidad de ciudadanos respetuosos del derecho, si los encargados de iniciarlos en los caminos rectosdel aprendizaje -por continuar con la metáfora de don Miguel León-Portilla- se debaten en demandas del todo ilegítimas y se manifiestan en movimientos ilícitos? Si alguna catástrofe hiciera falta, la crisis financiera global afectará al país más allá de lo que muchos creen. De modo que el país se encamina a una mayor quiebra moral porque la educación no es una prioridad del gobierno ni del Estado.

lunes, 13 de octubre de 2008

La vida en el envés

Tiempos de cólera

Por Saulo Tertius

Llámase tiempo de cólera a la oscuridad comiéndose los ojos, a las mentiras sangrándonos en los oídos, al tiempo en el que crecen dagas y siembran los brutales invisibles, los maledicentes protegidos sus semillas de maldad insana en las bocas de los decapitados que abandonan en cantidades industriales por todo el territorio de una nacion que ya no parece serlo; se llama tiempo de cólera a los rostros de los sedicentes mandatarios que no saben explicárnoslo, que no nos miran a los ojos sino que nos hablan desde cámaras televisivas,  que no son tatas, sino falsos señores entronizados por el voto inculto de la masa entontecida a golpe de banal comedia y de rumores oficializados como verdades deslumbrantes.
Demos cratos que no puede ser la voz de Dios, la misma de un pueblo equivocado que ha puesto al mando un puñado de simuladores que aman el dinero, los viajes de placer, el lujo, la promiscuidad y todo lo que esa cadena decadente trae aparejado y que algunos nombran con una sola, indecente palabra: molicie. No puede emanar de Dios la tal autoridad fundada en subterfugios que se apuntala con mentiras, que se adorna con cómicos deslenguados cuyas hermosas facciones y taradas farsas entontecen la opinión pública.
Se llama cólera a esa rabia que muchos sostienen en una mano mientras con la otra se asen como pueden al último grirón de su esperanza para no perder su fuente de trabajo, al enojo que enarbolan muchos que, habiendo sido gente útil, respetada y llena de autoestima, ha salido a la calle a rebanar pescuezos a la caza de algunos bilimbiques que si bien sangantes, les darán posibilidad de alimentar las pequeñas, tristes, hambrientas bocas de sus hijos, también se llama angustia de salir a vender por las calles productos de dudosa procedencia, se llama muerte a plazos, deudas personales que nunca han importado y que de tantas, en los días que corren han por poco masacrado los imperios fatuos.
Se trata de un tiempo de transeúntes transidos, transados por gente de corbata y mancuernillas respetables, cómo no. Se trata de académicos corruptos, de galenos impostores, de bruhjos fraudulentos, falsos maestros y casi toda una sociedad en pútrida quimera rebañandose en un caos pro tomar apenas una tajada insultante del pastel de humeantes heces y vísceras de pobres que los grandes bancos han servido para el atracón. Se trata cómo no, de ciencias ya perdidas.
Los sanmanatieneses lo atestiguan todo impávidos. A veces no lo saben pero a nadie importa si se es víctima, verdugo, victimario o autor intelectual de la masacre, importan los ingresos para sostener la dicha del ron, del juego en la zona libre de la Honduras Británica, del sol perenne y las playas fugitivas que se marchan a hurtadillas con el aire , la lluvia y las olas mismas.
Hay niños torturados, ángeles que la gente encierra en los gallineros y un mar que ya no huele a rosas nunca más. Se miran piedras flotando por las meras ansias de ser usadas para lapidar o para levantar murallas de miedo y de vergüenza. Y el tiempo transcurre, escurre sin remedio.
Hay hombres artillados, seres de armaduras negras que marchan por las calles, hay frutos de horror que estallan en las plazas, hay casas donde juegan muertos a intercambiarse las cabezas y encabezadores de una nación que parecen asombrados ante el eco de su espacio intracraneal, hay pues una como corrosión que lo barniza todo, hasta la luz. El infierno ya no espera, se ha mudado definitivamente y abrasa lo que toca.
Pero yo no digo, tú no dices, nadie ha dicho nada y de no decir ya basta. Lo haremos mejor en otro momento.

martes, 7 de octubre de 2008

La vida en el envés

Los otros miserables

Por Saulo Tertius

Digo con García Márquez que el trabajo literario debe pagarse tan bien como el de pegar ladrillos. No sé qué se les ha metido en la cabeza a los editores de este país que en la mayoría de las entidades de la república procuran no sólo no pagar por el trabajo de sus colaboradores, sino que además intentan convencernos de su bondad al no cobrar por el espacio que tales textos ocuparán en sus sacrosantos medios impresos.

Garibay era otro convencido de que el autor ha de cobrar por la orfebrería de sus palabras. Suena a idiotez malsana el hecho de que los directores que se mueven en esas nebulosas donde ellos y sus papeles son el centro del universo, pretendan eludir el pago correspondiente mediante  subterfugios como el de proclamarse los descubridores, o peor aún, los formadores, del talento explotado exitosamente.

Por lo pronto, el satánico Doctor Blog me tiene atado a esta nueva columna sin pago decoroso por la misma, y si es cierto lo que escribí sobre no ser un profesional de las palabras, también lo es el hecho de que escribo lo que ante los ojos tienes y merece compensar con algo. De lo contrario mi venganza está dada en el hecho de que, como dice el buen Varguitas, vivimos en lo que llama “la civilización del espectáculo”. O sea, mandan Televisa y anexas, hay que escribir telenovelas, o como quien dice, variaciones sobre el tema de la Cenicienta y agregarle narcos, violencia y sexo para que parezcan actualizadas y conscientes de los problemas de nuestro tiempo.

Lo que me encalaverna –rara palabra pero la usaba mi madre para referirse a su saturación repentina ante la boruca de todos sus hijos juntos menos yo, que era muy decente- es enterarme que el Varguitas, mete en el mismo costal a gente como Milán Kundera y Woody Allen, a quienes mira como subordinados a dicha civilización, igual que la revista Hola y todas esas marranadas contemporáneas destinadas al divertimento que es, dice, la pasión universal de nuestros días.

Mientras tanto, demando la justa retribución a los autores, quienes alcanzan la gloria tras morirse y no disfrutan ni de un cinco (bueno el caso de Varguitas es distinto, como el de otros) y luego resulta que uno solo de sus versos valía más que lo que pudiera haber costado mantenerles de por vida alimentando su talento.

Por hoy basta de no decir, lo haremos después.

viernes, 3 de octubre de 2008

La vida en el envés

Prospecto

Por Saulo Tertius

Yo, habitante de esta ciudad cuyo nombre ha enrevesado el autor de este blog en el que ahora colaboro, declaro que esta columna no viene de mano de columnista sino de la mía, que no lo soy como no soy cronista, ni redactor, ni periodista, ni cosa semejante o que pálidamente se parezca, sino un alguien que vive por ahí y vino de por allá, cerca de donde el mundo se acaba en el Río Hondo.

Otra aclaración pertinente es que este texto no habla de la realidad porque creo solemnemente en el hecho incontrovertible de que toda realidad es mentira o se sospecha al menos que lo sea. En lugar de hablar de cómo son las cosas en el haz del mundo, las relataré desde el envés, desde donde lo atestiguo todo. Entonces puede que creas que miento, pero no, son otras verdades las que yo conozco.

Tú, lector accidental (pues no creo que haya de otros en este blog y peor aún en esta sección), puedes llamar a esta urbe tropical como mejor te plazca. Mi anfitrión la llama San Manatí, pero como su nombre verdadero evoca fonéticamente el mal, yo la llamaré La última ciudad o Ciudad 983 atendiendo su prefijo telefónico. Ya nos vamos entendiendo, o por lo menos yo a mí si.

Así que aquí estamos, tú leyéndonos; nosotros, copados entre cielo y los ríos subterráneos; entre mar y selva. Ciudad 983 es la capital del estado que ocupa el décimo segundo puesto por lo que hace al rezago social y como ciudad, ocupa el sexagésimo lugar de las 60 ciudades más importantes por su desarrollo en este país lleno de narcos poderosos, presidentes temerosos y maestros salvajes. Cada quien con sus razones y sus fuerzas brutas en despliegue diario sobre quienes quedamos en medio de sus guerras de orgullo macho no resuelto.

Esta ciudad es irremediablemente partidaria de la soledad, sobre todo para los migrantes que están en pleno tránsito, ese estado puede ir de la dolorosa nostalgia de los primeros días habitándola a los veinte o más años de vivirla, conservando la propia identidad como condición de supervivencia, renunciando a la palabra tajador y conservando como un tesoro la palabra sacapuntas, por ejemplo.

Esos migrantes en tránsito se mueven entre los habitantes de la Última ciudad como fantasmas. Trabajan con ellos, viven entre ellos, conocen a sus hijos e hijas, acuden a sus fiestas, conversan y ven pasar el tiempo frente a la bahía sin apenas acoger su acento, sin adoptar sus expresiones, casi sin aceptar su comida, mientras miran estupefactos a la mitad de ellos vender y a la otra mitad comprar. A la mitad trabajar en el gobierno y a la otra mitad en los comercios.

Hay otros migrantes que superan el síndrome de Ulises sin problemas y mutan en caribes puros, afiliándose a todo, mimetizándose profundos, adoptando acentos, hospedando las palabras nuevas, bebiendo, yantándose el equívoco naturalísimo sobre el que la ciudad se funda. Se hacen sanmanatienses, aunque no lo sean ni los nativistas puros de apellido maya.

Por hoy basta de no decir, lo diremos más después.