lunes, 27 de octubre de 2008

La vida en el envés

Ladrones


Por Saulo Tertius


Cuando lo notas, ellos ya van camino de sus casas con el fruto de su nocturna cosecha: alhajas de valor y baratijas, carteras y monederos femeninos, comunicadores personales y dinero, adornos de valor y lo que su aciago capricho les dicte en el momento. Pero eso no es lo único con que se marchan, en el camino van masticándose tu fe, tu valor, tu confianza, todas tus certezas y las degustan con el placer de quien se sabe impune porque sabe entrar y salir de los hogares sin forzar las puertas, e incluso sin despertarte.


Llevan ratas, cuervos y perros de presa por daimonions. Otros traen incluso animales ponzoñosos, serpientes o insectos rastreros. Van y vienen alimentándose de lo que te han quitado, seguros de que ningún brazo largo de la ley puede perseguirlos porque le pagan su diezmo, dicen sus oraciones y se confiesan con los ministros de su iglesia, esos que llevan placa, según cuentan los sanmanatieneses.


Y no tienes remedio, el miedo se sienta como un tenaz pordiosero a las puertas de tu casa, con su sonrisa burlona inquebrantable, la sospecha es una hirsuta suripanta que te señala como ladrones posibles a todos los viandantes que comparten contigo el aire, el sol y otros nutrientes. El enojo se instala violento en el tu espejo y cada día te culpa y recrimina. Y no se marchan, tales espantajos incluso toman el control de tus rutinas hasta que tu propio daimonion, la bella loba Luna’la en mi caso, te redarguye y se te enfrenta, pelea contigo para sacarte del marasmo.


Hay quien supone que todos forman una sola banda, como la que parece ser el Clan de las Brujas del Manglar o como la bien organizada del judío Fagin, el mismo que quiso asesinar al pequeño Oliverio y a cambio terminó colgado de su propia chimenea, no. Son muchas y diversas, a veces enfrentadas por los territorios, a veces se trata de individuos solitarios como el que tanto celebraba irresponsablemente García Márquez en su fabulada autobiografía en la que se retrata incluso acudiendo con dolor al deshabitado entierro de uno de ellos.


No, estos viven con fachadas como las de ser una buena familia que comercia con pollo en una de las grandes avenidas y andan siempre por ahí vendiendo muebles, aparatos y otras cosas de dudosa procedencia; o se visten de otras muchas personalidades secretas como inversos superhéroes a los que uno humildemente solo puede pedir con fe que mal rayo les parta por todas sus generaciones y aun con la más sublime retroactividad, sólo por si acaso.


Por supuesto nada de esto es verdad porque es ficción o acaso sea cierto por lo mismo que la vida colectiva lo ha inventado, porque lo que discurre en el envés escurre en el haz donde las cosas tienen lo que son sus nombres y no los nombres a las cosas como aquí sucede. No vale la pena averiguarlo. Los ladrones de la paz van y vienen como terrenos piratas aguerridos a los que uno quisiera encontrar cansados, enfermos, con la moral baja y deprimidos –apenas eso haría justa la pelea- y asestarles un buen golpe con el Golem que algún amable dios nórdico pudiese habernos prestado para la ocasión.


Como bien apuntan los viejos, Dios no cumple antojos ni endereza jorobados y lo que pasó, pasó. Lo que por supuesto no nos da consuelo alguno, ni nos satisface ni nos de vuelve lo robado, ni la fe, ni la paz, sino que apenas sirve para mordernos los labios con ganas de masticar la impunidad de aquellos otros. Es decir, nos permite refunfuñar a toda marcha en descargo de la incertidumbre que nos muerde y nos da gana de prenderle fuego a San Manatí entero… esperen, al fin comprendo la vocación pirómana de Nerón, el emperador incomprendido.


Como sea, ya basta de no llegar a ningún sitio con esta palabrería, mejor nos extraviamos en ella alguna otra vez.

No hay comentarios: