lunes, 13 de octubre de 2008

La vida en el envés

Tiempos de cólera

Por Saulo Tertius

Llámase tiempo de cólera a la oscuridad comiéndose los ojos, a las mentiras sangrándonos en los oídos, al tiempo en el que crecen dagas y siembran los brutales invisibles, los maledicentes protegidos sus semillas de maldad insana en las bocas de los decapitados que abandonan en cantidades industriales por todo el territorio de una nacion que ya no parece serlo; se llama tiempo de cólera a los rostros de los sedicentes mandatarios que no saben explicárnoslo, que no nos miran a los ojos sino que nos hablan desde cámaras televisivas,  que no son tatas, sino falsos señores entronizados por el voto inculto de la masa entontecida a golpe de banal comedia y de rumores oficializados como verdades deslumbrantes.
Demos cratos que no puede ser la voz de Dios, la misma de un pueblo equivocado que ha puesto al mando un puñado de simuladores que aman el dinero, los viajes de placer, el lujo, la promiscuidad y todo lo que esa cadena decadente trae aparejado y que algunos nombran con una sola, indecente palabra: molicie. No puede emanar de Dios la tal autoridad fundada en subterfugios que se apuntala con mentiras, que se adorna con cómicos deslenguados cuyas hermosas facciones y taradas farsas entontecen la opinión pública.
Se llama cólera a esa rabia que muchos sostienen en una mano mientras con la otra se asen como pueden al último grirón de su esperanza para no perder su fuente de trabajo, al enojo que enarbolan muchos que, habiendo sido gente útil, respetada y llena de autoestima, ha salido a la calle a rebanar pescuezos a la caza de algunos bilimbiques que si bien sangantes, les darán posibilidad de alimentar las pequeñas, tristes, hambrientas bocas de sus hijos, también se llama angustia de salir a vender por las calles productos de dudosa procedencia, se llama muerte a plazos, deudas personales que nunca han importado y que de tantas, en los días que corren han por poco masacrado los imperios fatuos.
Se trata de un tiempo de transeúntes transidos, transados por gente de corbata y mancuernillas respetables, cómo no. Se trata de académicos corruptos, de galenos impostores, de bruhjos fraudulentos, falsos maestros y casi toda una sociedad en pútrida quimera rebañandose en un caos pro tomar apenas una tajada insultante del pastel de humeantes heces y vísceras de pobres que los grandes bancos han servido para el atracón. Se trata cómo no, de ciencias ya perdidas.
Los sanmanatieneses lo atestiguan todo impávidos. A veces no lo saben pero a nadie importa si se es víctima, verdugo, victimario o autor intelectual de la masacre, importan los ingresos para sostener la dicha del ron, del juego en la zona libre de la Honduras Británica, del sol perenne y las playas fugitivas que se marchan a hurtadillas con el aire , la lluvia y las olas mismas.
Hay niños torturados, ángeles que la gente encierra en los gallineros y un mar que ya no huele a rosas nunca más. Se miran piedras flotando por las meras ansias de ser usadas para lapidar o para levantar murallas de miedo y de vergüenza. Y el tiempo transcurre, escurre sin remedio.
Hay hombres artillados, seres de armaduras negras que marchan por las calles, hay frutos de horror que estallan en las plazas, hay casas donde juegan muertos a intercambiarse las cabezas y encabezadores de una nación que parecen asombrados ante el eco de su espacio intracraneal, hay pues una como corrosión que lo barniza todo, hasta la luz. El infierno ya no espera, se ha mudado definitivamente y abrasa lo que toca.
Pero yo no digo, tú no dices, nadie ha dicho nada y de no decir ya basta. Lo haremos mejor en otro momento.

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