martes, 7 de octubre de 2008

La vida en el envés

Los otros miserables

Por Saulo Tertius

Digo con García Márquez que el trabajo literario debe pagarse tan bien como el de pegar ladrillos. No sé qué se les ha metido en la cabeza a los editores de este país que en la mayoría de las entidades de la república procuran no sólo no pagar por el trabajo de sus colaboradores, sino que además intentan convencernos de su bondad al no cobrar por el espacio que tales textos ocuparán en sus sacrosantos medios impresos.

Garibay era otro convencido de que el autor ha de cobrar por la orfebrería de sus palabras. Suena a idiotez malsana el hecho de que los directores que se mueven en esas nebulosas donde ellos y sus papeles son el centro del universo, pretendan eludir el pago correspondiente mediante  subterfugios como el de proclamarse los descubridores, o peor aún, los formadores, del talento explotado exitosamente.

Por lo pronto, el satánico Doctor Blog me tiene atado a esta nueva columna sin pago decoroso por la misma, y si es cierto lo que escribí sobre no ser un profesional de las palabras, también lo es el hecho de que escribo lo que ante los ojos tienes y merece compensar con algo. De lo contrario mi venganza está dada en el hecho de que, como dice el buen Varguitas, vivimos en lo que llama “la civilización del espectáculo”. O sea, mandan Televisa y anexas, hay que escribir telenovelas, o como quien dice, variaciones sobre el tema de la Cenicienta y agregarle narcos, violencia y sexo para que parezcan actualizadas y conscientes de los problemas de nuestro tiempo.

Lo que me encalaverna –rara palabra pero la usaba mi madre para referirse a su saturación repentina ante la boruca de todos sus hijos juntos menos yo, que era muy decente- es enterarme que el Varguitas, mete en el mismo costal a gente como Milán Kundera y Woody Allen, a quienes mira como subordinados a dicha civilización, igual que la revista Hola y todas esas marranadas contemporáneas destinadas al divertimento que es, dice, la pasión universal de nuestros días.

Mientras tanto, demando la justa retribución a los autores, quienes alcanzan la gloria tras morirse y no disfrutan ni de un cinco (bueno el caso de Varguitas es distinto, como el de otros) y luego resulta que uno solo de sus versos valía más que lo que pudiera haber costado mantenerles de por vida alimentando su talento.

Por hoy basta de no decir, lo haremos después.

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