lunes, 5 de noviembre de 2012

Onirosofía

La clase

Por Juan Pablo Picazo

Me esperaban con voracidad antropofágica, lo juro. Estaban ahí, sentados. Era una bizarro grupo modelo: tenían los rostros grises y sus silencios estridentes, tensos. Me confundí con ellos, me mimetizaba para observarlos antes de iniciar la clase conferencial.
 
Algo no andaba bien sin embargo, y no sabía qué. Pasé revista al espacio para encontrar una explicación, algo que no encajara. Pero ahí estaba todo: los alumnos pétreos con sus arrugadas impaciencias, las mullidas butacas de latón y almendra, los trillizos pizarrones de mirada esquiva, las paredes blandas, la alberca magisterial al frente, y hasta el tapanco de los narcos, esos oyentes externos que de cuando en cuando acuden a clase blandiendo sus enseres de matarse por las calles.
 
Sólo hacía falta que tomase mi lugar al frente. Decidido me puse en pie, por un segundo exhibí mi talla profesoral y me lancé de lleno al agua; mientras me hundía pude escuchar el parloteo rabioso, como de hojas secas en reyerta, que hicieron los alumnos al escapárseles viva la presa que yo era.
 
En el fondo de la alberca consulté la agenda académica y vi que nada se apartaba aun de la rutina, pues el tema era la vuelta de caimanes piel adentro con o sin apoyo de bacalaos y esturiones, nada fuera de lo común en la materia de monopoliábasis II.
 
Mientras explicaba el procedimiento, noté en que estaba tirada en el suelo la matadita de la clase, que no obstante su postración, clavaba notas de lo que yo explicaba en la madera de sus brazos. Como sea, detallé que por falta de recursos, la práctica se llevaría a cabo a mano limpia, sin bacalaos ni esturiones, y que necesitaba su plena atención.
 
Venidas a ser como eran las cosas, me paré sobre el agua unos instantes, y solicité la asistencia de Ibag, la sirena del colegio, quien desde su lago mural me hacía el favor de lanzarme uno por uno los caimanes que necesitaba para dar la clase. Precisa y sonriente, Ibag no me daba tregua en su lanzamiento de caimanes, campeonato que había ganado ya por dos años consecutivos. Tenía un elegante estilo de lanzamiento y procuraba yo no arruinarlo coordinando bien mi discurso expositivo, mi capacidad para atrapar caimanes sin ser mordido, y mi habilidad para voltearlos piel adentro.
 
Al poco de hacerlo, y cuando vi que estaban preparados, cedí la alberca a los alumnos quienes poniéndose las bocas-trituradora se lanzaron hambrientos al agua mientras yo me escabullía por el laberinto de emergencia que Ibag esconde en ese lago suyo que está empotrado en la pared.
 
Aunque como verán en este informe todo se desarrolló como siempre, yo sigo pensando que en la clase de hoy había algo raro. 

1 comentario:

Domínguez Anahí dijo...

¡Wow con su comparación.. me gustó!