viernes, 5 de septiembre de 2008

Yo, lector

Crónica de una obsesión

A veces hablo de ella. No puede ser de otro modo. Nuestras manos nunca se tocaron, nunca nuestros ojos. Tampoco soy el hombre que elogió su rostro desgajado por el tiempo más que su hermosura juvenil, no. No asistí a la ceremonia donde le dieron el Goncourt. Jamás la visité y tampoco me contó entre sus amantes. Sé tanto de ella sin embargo, que a veces también sobre ella escribo. Marguerite se llama. Ya no pues, dicen unos. Es extraño, para mí lleva aún ese entrañable nombre con el que me contó sobre su amante chino de Sadec.

Una vez me presentó a Anne Desbaresdes, una solitaria mujer rodeada por un mundo hambriento de sí mismo, pobre entre sus lujos, vacía de tan sordamente amada; prisionera de tan libre. Anne tenía un hijo atado a una sonata de Diabeli y a una terrible maestra de música que languidecía consumida por su propia disciplina, rodeada de fundiciones, muelles, fábricas y vientos marinos que pocas veces se olvidaban de enloquecer concertadamente.

Marguerite Duras me lo contó todo es ese libro. Moderato cantabile1, se llama. Me llevó a caminar con Anne y su hijo por el interminable Boulevard de la Mer, me hizo enfrentar la muerte de una mujer cuyo grito sonará para siempre cuando cualquiera abra las páginas de esa novela breve y enigmática que se resiste a los análisis de los concienzudos, de los psicoanalistas de café, de los encantados hijos de este siglo, quienes han dejado de oír, de leer las palabras para concentrarse en la interpretación a su gusto de las mismas.

Anne Desbaresdes cree que ella ha inventado a su propio hijo. Anne, como Marguerite, son casi niebla de mi niebla. Yo también he sentido lo mismo ante el espejo, ¿no será que me he escrito impunemente? ¿y si soy sólo un relato salido de mi propia mano? Nada es mentira sin embargo. Basta decir para que el mundo sea. En Moderato cantabile, existen las calles azotadas por el viento, el asfixiante perfume de las flores, la señorita Giraud y sus treinta años atada al piano. Existe la mujer que se muere siempre en una página y se convierte en la obsesión compartida de dos almas sin sitio en el libro, pese a ser protagonistas.

Anne y Chauvin reconstruyen la historia del amante asesino, de la amante asesinada mientras beben vino hasta la embriaguez todas las tardes. El mundo, absurdo a su alrededor, insiste en su insana normalidad. Ellos han de separarse cada vez que la sirena suena en los muelles y libera a los esclavos que mañana volverán a mordisquear las mismas cadenas.

Otra mujer. Cristina Peri Rossi. Ella dice en el Prólogo: “… es el relato de una fascinación. Como toda fascinación, se resiste al análisis racional, a la lógica; hay que buscar en las fantasías reprimidas, en los deseos no pronunciados, la causa o el motivo de esta especie de hipnosis…” ¿Para qué matar un texto con exploraciones que, dice ella misma, no admite? Porque palabras como reprimidas, deseos, causa, hipnosis sugieren la inevitable jerga de quien lee desde esa desdeñable religión del psicoanálisis erigiéndose en oráculo. No, Anne y Marguerite, están por encima de esos dudosos hierofantes, más allá de los devotos de San Segismundo de Viena, tal y como pasa con las grandes letras.

Anne y Chauvin crean su propio mundo dentro de la atmósfera del libro. Se adivinan, se saben a pesar de ellos mismos. El mundo comienza el ejercicio de las murmuraciones. Ella, adinerada y hermosa. Él, desempleado y taciturno. Juntos cada tarde en el café beben vino mientras tratan de adivinar todo lo que se refiere al asesinato, al amante que besa a su amada exánime manchándose de sangre. Algo puede pasar si insisten en sentarse a la misma mesa cada tarde para compartir esa obsesión.

Marguerite intenta distraerme de sí misma con la historia de Anne. Olvida que ella es todas sus protagonistas. Mi obsesión está en sus puntos y seguido. Definitivos, irreprochables. En las pausas de su raudo pensamiento que se expresa cuidadosa, dolorosamente lo mismo en el drama humano, que en la muerte irremediable de una mosca.

Le invito a asomarse a esta novela de Marguerite Duras, es idónea para restañar en modos inesperados, su capacidad de asombro y explorar su propio laberinto, donde muchos viven atrapados en el mismo punto del recuerdo. (Para comentarios y sugerencias, escríbanos a: juanpablo.picazo@gmail.com)

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1. Durás, Marguerite, Moderato canbtabile, Madrid, 1999. Unidad Editorial/El Mundo, Col. Las 100 joyas del Milenio, no. 85. Traducción de Paula Brines.

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