lunes, 24 de noviembre de 2008

La vida en el envés

Realidad sobre la ausencia

Por Saulo Tertius

Si yo fuera ustedes no leería esta columna hoy, es triste, inútil y carece de aplicaciones prácticas. No recuerdo si les conté de un sueño que tuve de Nancy, aquí en el envés son importantes medios de comunicación. Aunque si no es así, qué bueno, tampoco debiera contarles lo que ahora me zahiere y demanda su propio exorcismo. Aunque los exorcismos de los artistas —algo que soy pese a mi mismo, que lo encuentro lamentable— son poca cosa y jamás definitivos y raras veces además suelen mutar en algo trascendente.

Cuando la conocí éramos adolescentes. Ella y su novio eran el modelo de la inteligencia escolar cumplida y bien pulimentada que rendía buen fruto por la acción de buenos padres y buena alimentación. Miguel era un excelente amigo, tenía un cerebro prodigioso y una casa enorme. Tan sólo en su cocina habría cabido la casita que habitaba junto con mi familia en una vecindad del centro y sin embargo, siempre nos acogía con esa calidez sencilla propia de una mente ocupada en temas de mayores trascendencias sociales y científicas. Tiempo hace que nada sé de él.

Ella era ya una pequeña dama. Tenía desde entonces modales finos, risa contagiosa y ojos destellantes. Aunque en ella todos veíamos a una muchacha como nosotros, ya era una mujer completa; discretamente bella, serena y sensible. Yo entonces perdía los días de mi juventud en amores imposibles o posibles a medias, perdía mis temprenas noches de insomnio en machacar las teclas de una máquina de escribir portátil que mi madre y mis hermanas soportaban con el orgullo y el estoicismo de quien tiene fe en que alguien de la familia será grande y famoso. Lástima que no se haya cumplido nunca la grandeza que me achacaban ya en casa, ya entre compañeros, era -soy ahora- una promesa fallida.

Ahora caigo en cuenta que para mí es importante verbalizar por ver si hay exorcismo, pero en privado no funciona así que lo he puesto aquí pero sigue siendo sólo asunto mío, así que deja de leer ya, que esto no tiene la menor importancia. Déjame decirte no obstante que nuestra amistad no era mucha entonces, comenzamos a tratarnos después. Yo iba a su casa y ella venía a la mía, yo la amaba pero no tenía la menor idea, supongo que ella lo sabía, las mujeres saben siempre estas cosas antes que uno mismo.

Ella fue la primera mujer con quien fui al cine, lo cual me pareció un honor más grande que ninguno recibido hasta entonces, pues siempre tuve la certeza de ser feo, sucio e indigno de la mirada, la amistad o los afectos de las niñas, pues mi madre, quien procuró civilizarme por todos los medios posibles, siempre me había dicho que todo eso era yo. Además, de tanto escucharlo, con el tiempo me había convencido de que era un flojo insufrible e incorregible energúmeno.

Desde el principio de mi memoria las niñas eran la gracia, la belleza, la limpieza y la paz, y para no imponerles la presencia de cosa tan atroz como yo era, me mantenía tan apartado de ellas como podía a pesar de sus amistades limpias y generosas que incluían un abrazo, el saludo de beso en la mejilla, el convidarme de sus viandas escolares, pero me daba pena que me tocaran y dijeran que estaba sucio, que se acercaran y les oliera feo, que al verme descubrieran que era feo como un continente devastado. Hoy sé que perdí muchos días de mi vida en una soledad artificial cuando había tantas chicas con las que pude haberme llevado mejor aún y de quienes pude haber aprendido mucho.

Con Nancy fue distinto. Era tan directa y dulce que me olvidaba de quién era yo, el monstruo desaparecía y luego de centurias de encierro me fui con el péndulo hacia el otro lado, quería que ella conociera la inteligencia que guardaba, mis visiones deslumbrantes, pero en algún momento debí parecerle fatuo e insensible, inmaduro y tonto, pues cuando más cerca de su corazón estuve, cuando me pudo acaso dar su amor, me asusté habida cuenta de que yo sólo una novia había tenido en la vida y me había dejado en un mes, cuando mis amigos estaban incluso casados.

Ella casi era una doctora y yo, un simple estudiante de periodismo de la universidad nacional, feo, con el cabello largo y la barba de chivo inclulta al que sus amigas, como la rubia Edith a quien conocía de lejos desde el Jardín de Niños, les daba risa, lo menos.

Un día se marchó a la muy antigua Helvecia, por ahí de la Galia cisalpina y desde allá me contaba las maravillas que veía mientras yo vivía solo e incubando otro de mis amores imposibles y luego me marché odiando el mundo a mi primer, breve exilio en San Manatí. Mientras yo trashumaba en estas tierras de lánguidos piratas, ella regresó a buscarme a la Ciudad Tlahuica, tan luego me enteré, preparé la salida de mi infierno e hice el regreso. Pero ya no pude verla, primero porque el entusiasmo de mi hermana por su transformación europea, me dejó verla más hermosa, más sabia aún y sentí pánico de verme más pordiosero aún ante sus ojos pues arribaba yo desde el infierno tropical de la molicie.

Luego supe que se había marchado lejos. Yo estaba inmerso en la tristeza de un amor que se había vuelto posible y pasaba intermitentemente de sueño a pesadilla. Como conocía a su familia, quise hacerme de su dirección electrónica para escribirnos, para compartirnos el asombro y la magia que cada cual vivía, como habíamos hecho siempre, pero mandó decirme a través de su bella y seria hermana Silvia y Roberto su cuñado, compañero mío entonces en el Gobierno Departamental de Ciudad Zapata, que no quería problemas como consecuencia de comunicación semejante. O sea, mi inmadurez volvía a atacar, según.

Como esa, todas mis historias son un equívoco. Todo ello me reduce a no ser sino una mentira que se regenera y se mantiene sola. Susana, mi hermana, conoció al hermano de la bella ausente en la secundaria y mucho antes de que fuésemios amigos. Yo también le conocí años después, convertido en un especialista en leyes en un país donde nadie las respeta, un genio, le he mandado saludos con rostro de cosa ocasional que siempre pretendieron ser una botella al mar rogando por un intercambio de palabras, solamente. Pero no, estoy sencillamente desterrado.

Lo último que de ella supe fue que salvó la vida de uno de sus hijos en un bosque lleno de nieve, alguien me refirió de modo escueto el incidente, pero mi mente lo ha vuelto una aventura que por poco le costó la vida también a ella. Esa es Nancy mi ya no más amiga, la doctora, la viajera, la mujer que decidió no darme más un saludo tras descubrirme viejo pero inmaduro. Quizá tenía razón mi madre y yo era todo lo que de niño me dijo, las mujeres saben muchas cosas que los hombres no vemos aunque obvias, un día les contaré el sueño que tuve de ella y que me dejó el corazón desmenuzado. ¿Acaso ya lo hice? Aquí en el envés los tiempos se revuelven, una vez amaneció dos veces en el mismo día.

No más por el momento, no pierdan su tiempo con estas amarguras fosilizadas que nada cuentan, otro día les escribo, tengan la bondad.

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