viernes, 21 de noviembre de 2008

La vida en el envés

A Venus Fabia, en su partida

Por Saulo Tertius

Estaba en los lindes del imperio que alguna vez juntos cronicamos. No pensaba verte, desde luego, y no por falta de respeto, cariño o camaradería. Era sólo que vivimos priorizando nuestros encuentros con aquellos que persisten en mantenerse dentro del primer círculo de nuestras personales proyecciones y no obstante lo antes compartido, vamos postergándonos las citas para el café o la copa los unos a los otros, como si fuésemos eternos.

Esto último, muy a tu modo, es lo que tu partida ha venido a recordarnos merced a ese dolor presentido siempre y siempre sorpresivo con sus mordaces mordeduras. Y aunque hube transpuesto la ventana de mi exilio, no pude asistir a tus exequias porque feliz prisionero apenas empañado de tu muerte era de un cepo dulcísimo y esperanzado, carne de mi carne, que me ha hecho pensar en el futuro de tu propia hija.

Qué ganas de ser un demiurgo verdadero, vieras. Podría quitarte la final mordaza y devolverte al mundo de quienes vigilamos la república y la auscultamos con cansina asiduidad por encontrar las oscuras vetas de sus enfermedades más espurias y vetustas para denunciarlas porque curanderos haya que le sanen de sus dolencias más aviesas.

Pero no se es nada, sino en mi caso un mago pequeño de palabras heridas y tambaleantes. Se sueña con una gloria imposible y se camina como si la eternidad naciera en nuestros huesos y se fortaleciera en nuestras carnes a sabiendas que alimento diferido son de otros organismos que perecerán también sin siquiera haber ansiado alguna gloria como aquellas con las que soñamos juntos grabadora en mano más de una vez, oponiéndonos cuanto pudimos a las fuerzas y las malas razones de los hipócritas encumbrados.

No conversaremos más, no más habremos de consolarnos mutuos ante el avance de los tarquinios y otros males de este mundo. Por llorarte he vestido la más negra de mis armaduras y me he ceñido el más gentil de los morriones, pero carece de importancia porque todos los afanes nuestros están medidos y pesados de antemano, traemos puesta una fecha de caducidad que nadie nos denuncia y el prepago de nuestro aliento no parece negociable. En nuestros corazones converge toda clase de dictaduras, contra eso luchaste diariamente como seguimos haciendo los de tu clase, quienes encontramos alguna vez un cálido rincón en tu ánimo y tu solidaridad.

Ahora mismo el sueño, ese burdo ensayo de la muerte que nunca nos prepara para su llegada, arrasa la debilidad de tus dolientes y mañana o pasado nos arrastrará a una conformidad como la que antaño hemos encontrado en la partida de otros nuestros y nos sentiremos asaz tan criminales, que no sabremos cómo resolver las lágrimas atravesadas justo en medio de los ojos y de las anegadas manos.

Eras una superviviente, todos lo sabíamos. Ella te buscaba y tú le presentabas batallas y razones que la convencían a pasar de lado. No pudo contigo cuando aquel carguero embistió tu nave doméstica, ni en otras emergencias que te obligaron al hospital, la medicina y el sosiego. No, esta vez la descarnada amiga se ha distraído un palmo en ese juego de cercanías que tenía contigo, y lo hecho, hecho está, no podríamos vencerla si bien queremos como antaño tantas veces.

¿Pero qué hago despidiéndome? ¿No es acaso el mismo origen que tenemos? Porque nqadie sabe dónde ha estado antes de ser envuelto en carne y sangre ni lo sabe nadie que decirnos pueda lo que sigue a la última inspiración posible. A esto hemos venido, pero siempre queremos llevarnos en las uñas un jirón apenas de la eternidad. Ya nos veremos nuevamente, quizá en el lugar del árbol florido del Tlalocan, en la casa del sol o en el Mictlán, nunca se sabe.

No te detengo más del vuelo. Al fin, algo he contado esta vez en la columna, pero no más. Ya les referiré otros aciagos vacíos alguna vez. O quizá dolores como el presente me lo impidan.

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