martes, 2 de diciembre de 2008

La vida en el envés

El asesino cotidiano

Por Saulo Tertius

Lo que llaman insomnio es una bestia inaprensible, dispuesta a matarte con solo mantener tus ojos abiertos y tu cerebro en conversación acelerada con el cosmos. Incluso te rebasa. Algo dentro de ti bosteza y clama por descanso, pero no puedes dormir, das vuelta entre las sábanas frías o te sientas y miras hacia la nada oscura para distinguir lo mejor posible los objetos diurnos y comunes como bultos oscuros en medio de la oscuridad. Tus ojos se sienten secos y duelen al moverse en las orbitas, el paso de los autos por la calle deja un rastro de luz que se arrastra en tus paredes y en el techo. Lo persigues como si en ello te fuera la vida, pero se marcha y ningún piélago de somnolencia te ha dejado.

Es ardua la faena de doblegar a Morfeo cuando llueve lejos y una gotera que no escuchas te mantiene en vilo, cuando las facturas se acumulan tan rápido como lo hace el polvo en auqel lugar que de tu trabajo depende, cuando no logras concertarte con las absurdas, oscuras, caprichosas meninges de quienes por un sueldo creen tener autoridad sobre tu sapiencia y como secuestradores viles exigen tributo de ciega negación para sentir que son dueños absolutos del cosmos que buen dinero les ha costado construir para que sus universales leyes manden.

Las cuencas oculares se acentúan y una fiebre sin temperaturas altas va dibujándose en los ojos que a veces sólo consiguen dormir tras arrastrarse perezosamente por los incontables vericuetos contenidos en libros diversos o escribiendo hasta que eso llamado cansancio llega con aires de heroísmo a salvarnos de la consunción posible.

La guerra por la conquista del sueño es titánica siempre que se abisma uno en ajenos mundos. Los amores duermen a dos mil kilómetros de distancia y cuatro o cinco dimensiones más o menos. Los pongo como bálsamo en mi memoria: uno, inocente y pequeño. La otra, amante, paciente, conmigo desposada. Reposan en el mismo lecho donde no estoy, dónde me esperan siempre, hasta que termine esta larga noche del exilio.

Cuando se está así, en un mundo anverso que más bien perverso parece, hay que matar todas las noches. Morir para encontrar la vía directa al sueño y resucitar cuando regresa el sol o algo más tarde. En las peores noches ha de caminar uno sobre las huellas de Thel y Maldoror para encontrar caminos donde aposentar las plantas que han perdido el rumbo donde realidad llaman a las calles mientras el cuerpo derrengado permanece y lo demás se mueve entre las ventanas, los túneles que comunican los mundos conocidos, incluso hay que transitarlos a veces completamente superpuestos.

Y el silencio que encuentras enroscado en tu garganta cada mañana, repta seco sobre ti, avanzas por dentro del día sin necesidad de conjurarlo, moviéndose como bajo el agua, tirando con fuerza de las cosas que se ligan las unas a las otras por sus significados y hacen esfuerzos por situarte, por darte contexto para que al fin te redescubras.

Cuando los sabios se juntan, a veces te sorpenden al darte la noticia de que eres el eslabón perdido. Si tallas los burdos bloques que se te entregan, matas la imaginación que como esculturas naturales les ha concebido. Si n o les tallas, otro habrá perdido la cordura al tener que esculpir obras maestras horas antes de la exhibición.

Pero nada les he dicho y nada seguiré diciendo. Hasta la próxima soledad que compartamos juntos, gracias.

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