viernes, 12 de diciembre de 2008

La vida en el envés

Acostumbrados ritos

Por Saulo Tertius

Los rituales diarios tienen cierta misión de salvamento. Su alteración causa ondas expansivas que lo afectan todo, unas veces imperceptiblemente, otras hasta el punto de abrir agujeros negros en mitad de las desconocidas constelaciones de la Andrómeda o causar la muerte de algún gusano de arena en Arrakis e incluso fuertes conmociones en la bahía omnipresente y silenciosa de San Manatí, centro del universo.

Lo cierto es que nunca he podido asirme a ellos, si bien lo he intentado porque conozco su labor disciplinaria. Sobre todo por la rara soledad que ejerzo, tan llena de matices e intensidades que lo mismo se nombra laberinto en el que crezco enfurecido minotauro tratando de alcanzar una Ariadna inasible que soy muro de callada piedra, inmune al paso de los siglos, a las letras que graban los amantes, sordo a las lamentaciones de viejos profetas, indiferente a las piedras o la metralla con que soy herido.

Las brujas del Clan de los manglares tienen razón, parte de mi sangre es como la suya y por eso puedo oír las voces ocultas de la gente o tener visiones fugaces de cosas de otro tiempo o bien, moverme entre los mundos que los míos y los suyos habitan en su ignorancia feliz, su indiferencia ante el horror que les respira en la nuca y a la cual asignan limpios nombres “clínicos” nacidos de la tozudez del santo que más veneran, San Segismundo de Viena, pues aunque no todos son sacerdotes de su culto, la mayoría cree en la verdad de su palabra y la de sus apóstoles de la Galia, Helvecia, Germania y otras naciones.

Me viene a la mente que para ellos casi todos los viandantes de otros mundos, rapsodas, aedos e incluso sabios de otras ciencias ajenas a la Iglesia Universal Segismundiana, deben ser llamados de una sola forma ¿cómo era? esquizoalgo, que nada tiene que ver con la exquisitez, estoy seguro.

Ah, pero rodeado de mi tribu termino por aparejarme a los rituales colectivos y me coloco en uno de los focos de la elipse, aunque a veces sienta la gana de salir a recorrer los mundos, blandir viejas espadas, tensar los arcos, refutar emperadores, regresar al laberinto en que furioso minotauro persigo una Ariadna inasible, lo que me lleva a entender a esos pobres miles de millones que se mueven en uno y otro lado de la ventana que carece de pared.

Va y viene la gente con el tiempo colgado al cuello o atado a la muñeca, dependiendo de qué lado de la ventana que hay en el mangle esté uno. Van y vienen defendiendo sus tribus y territorios, haciendo la diaria labor para calmar sus estómagos y sus necesidades de ser diferentes cuando ninguno es idéntico, pese a todas las igualdades por las que han luchado.

Me invento el ritual de mirarlos y escribirlos, el de caminar entre ellos y dibujarlos, el de trabajar según su usanza y guardarlos amorosamente en mis crónicas, o dormir aterido de frío en este trópico dañado ya por los nortes o por los huracanes. Me apego a esos nuevos rituales mediante los cuales entiendo sus dietas a base de venados y cerdos; sus pasatiempos de alcohol, balones y danzas; sus días de fiesta, su música rasposa e imprudente.

Qué va, hoy sí que quería contarles algo, pero visto está que no he podido. Otra vez será, guarden la esperanza de ello si el favor me hacen, hasta luego pues.

No hay comentarios: