miércoles, 3 de diciembre de 2008

Yo, lector

El camaleón Wallraff

Por Juan Pablo Picazo

Varios gatos hay en un cajón, cada gato en su rincón, cada gato ve tres gatos, adivina cuántos son. En esa vieja adivinanza anida un ejemplo del obstáculo para la resolución de muchos de los grandes problemas del siglo XX y lo que vamos del XXI: el enfoque. Por el planteamiento del acertijo, nos dirían los antiguos, resulta obvio que no importa cuántos gatos son sino cómo se ven los unos a los otros, desde dónde contemplan el panorama, si están echados o agazapados, alertas o en un profundo sopor porque cada gato es una nación o más en las cuatro esquinas de la tierra observando a sus vecinos.

Recelar de los otros y criticar sus modos parece un deporte sencillo y hasta saludable de tan común, porque suele defenderse como el derecho irrenunciable a la expresión del pensamiento. Sin embargo la máxima cristiana de ser buen juez censurando antes lo propio casi ha desaparecido por resultar incómoda, tanto como lo que antes llamábamos conciencia. Henry James definía a los periodistas como los perros guardianes de la sociedad porque debían asumir ese papel como un deber.

Así lo entiende el periodista y activista alemán Gûnther Wallraff, quien visita México estos días para encontrarse con la tierra que ama desde que leyó a Bruno Traven y para dictar conferencias e impartir un seminario sobre su particular metodología de investigación periodística, misma que en el más reciente número de la revista Proceso no recomienda a los periodistas mexicanos porque en estas tierras es más fácil que los maten a que deban enfrentar los tribunales, como hizo él durante años en Alemania.

Entre marzo de 1983 y octubre de 1985, el periodista Günther Wallraff se despojó de su personalidad y se transformó en Alí Sinirlioglu, inmigrante turco dispuesto a hacer cualquier trabajo por unas pocas monedas que le permitiesen sobrevivir. Para lograrlo usó peluca y lentes de contacto, y adoptó una jerigonza burda que pretendía ser alemán. Luego salió a la calle y se encontró de frente con una realidad distinta a la suya cotidiana: descubrió, o más bien, puso en evidencia, como en su momento escribió Juan Goytisolo, “los intestinos nauseabundos de la Europa superior, culta y civilizada.”

El libro de Wallraff, Cabeza de turco (Anagrama, 1994) causó una enorme conmoción al ver la luz, porque este “periodista incómodo” enfrentaba a una sociedad contra su propio rostro racista y xenófobo. Hoy, en el contexto de la primera década del siglo XXI, adquiere suma relevancia y actualidad a propósito del endurecimiento de las leyes contra los inmigrantes tanto en la Unión Europea como en Estados Unidos.

Convertido en Alí, este periodista alemán asistió al infierno de la ilegalidad y la degradación humana como bracero rural, albañil, intendente, cocinero de hamburguesas y conejillo de indias de los poderosos laboratorios farmacéuticos, y fue rechazado por casi todas las denominaciones religiosas que se precian de su ayuda al desamparado, el catolicismo antes que cualquier otra. Alí debió asumir muchos otros roles que comprometieron su salud, su integridad física y su vida.

Mientras duró la impostura, lo registró todo: las humillaciones, el maltrato, los vacíos legales que aprovechan los traficantes de ilegales, la complicidad de las autoridades mientras se precisa mano de obra barata y dispuesta a los trabajos más abyectos, y su mutable actitud persecutoria cuando se trata de dar golpes efectistas para granjearse a la opinión pública.

Wallraff es también autor de El periodista indeseable, libro en que reúne varios de sus reportajes en cuyo desarrollo también recurrió a la metamorfosis de sí ante la falta de fuentes confiables en torno a un tema. En esa otra obra, anterior a Cabeza de turco, se transforma en obrero, en un empleado común, en espía, y, por supuesto, se hace pasar por un reportero amante del amarillismo para desenmascarar a un diario sensacionalista de gran tirada en Alemania, el Bild Zeitung.

La metodología wallraffiana, a la que el mismo equipara con el método científico en cuanto a observación y experimentación, lleva al extremo la doctrina del llamado nuevo periodismo, nacido en los Estados Unidos al finalizar la primera mitad del siglo XX; tiene como compañeros a Truman Capote y Tom Wolfe, a quien llamaban el periodista canalla, pero los supera. Junto a Ryszard Kapuściński, es uno de los periodistas más completos de finales del siglo XX.

Luego de la primera edición de Cabeza de turco, además de la celebridad, los mensajes de solidaridad y las cartas de admiración, Wallraff debió sortear una tormenta de demandas, insultos y señalamientos. En 2008 confiesa haber gastado unos 300 mil marcos en hacer frente a sus acusadores con éxito.

Había destapado una alcantarilla y puso en evidencia poderosas industrias alemanas como la nuclear, la siderúrgica y la farmacéutica, y a los políticos, abogados que utilizaban para sus jugosas componendas. Entre ellas se involucró a la Iglesia católica y otras denominaciones no judeocristianas, e incluso políticos y al Partido Socialdemócrata.

Empresas como Würgassen, Thyssen, Mc Donald’s, Adler, Remmert, el Instituto LAB de Neu Ulm, figuran en su lista de objetivos periodísticos. En cada uno descubre ilegalidad, humillación, negligencia y otras conductas rayanas en el crimen contra los inmigrantes turcos. Y además de las grandes empresas, las funerarias, médicos, sacerdotes, empresarios, obreros y hasta el alemán común de la calle, incurren en ello de un modo u otro.

Al paso de los años Wallraff ha perfeccionado su técnica periodística. Su tarea sigue en marcha y, pese al escándalo desatado, pese a sus tareas de descubrimiento y denuncia, muy poco ha cambiado. El periodista indeseable insiste, su trabajo es dar un testimonio de su tiempo, y si lo consigue de primera mano, mucho mejor. A los 66 años es todavía un perro guardián de la sociedad contemporánea.

(Para sugerencias y comentarios: juanpablo.picazo@gmail.com)

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