sábado, 6 de diciembre de 2008

El triste e incomprensible día que se me perdió para siempre uno de los sábados de San Manatí sin mediar señal ninguna, excepto la migraña


Por Saulo Tertius

Viernes. Dies Veneri, dirían los antiguos romanos. Llego a mi refugio de la calle Bellacuenca llevando bajo la piel una semana de gritos y tensión, de ira ajena y añeja cólera, fobias y filias también extrañas a la extensión de mi persona. Pero ahí estoy, libre de polvo y paja cuando ha muerto la semana. Pronuncio la popular bendición universal: — Gracias a Dios es viernes. La inercia sin embargo golpea todavía y el ánimo festivo de quienes llaman a viernes de copas en la TV no me dice nada. La memoria me recuerda que el sábado aún me depara un poco de trabajo.

Lo cierto es que el hemisferio derecho de la cabeza pulsa, el ojo respectivo se ofende con la luz. Las voces del televisor se vuelven malsanas estridencias. Lo apago todo y me recuesto cuando ya el dolor, bestia desbocada, ha vuelto en su esplendor que ciega y ensordece, que causa arcadas y mareos. Un baño de agua helada alivia momentáneamente, luego los músculos brincan por cuenta propia en alguna y otra parte.

Acaso el cerebro esté partiéndose o los ojos hayan estallado en ráfagas de luz que lo inundan todo. Duele el estómago de lo mucho que se ha doblado sobre sí mismo en malabares que nadie le ha pedido. Repto cuanto puedo dentro de mí dejando afuera que mi cuerpo se las arregle solo. Veo cavernas, ciudades, recuerdos, libros, días soleados, oscuridades muy antiguas. Vida.

Afuera el viernes se sucede en un éxodo que pone rumbo a la bahía, en cuyos sórdidos bailaderos y bebederos de mala muerte se arraciman las manadas de quienes buscar desahogar sus frustraciones lamiendo vidrio, ensayando convulsiones, haciendo pugilismo de acera, lucha callejera y teatro de alcoba al aire libre bajo la mirada discreta y enternecida de la policía local.

No sé cómo pero se me ha perdido el sábado. Shabat. Dies Saturni. Un día importante para muchos porque es el día santo de cada semana. Perder ese día me preocupa; porque yo no recuerdo haberlo extraviado ni voluntariamente ni por error, pero una férrea certeza me señala. Espero que nadie en la calle me reconozca ni me acuse, porque entonces me detendrían como dicen que hicieron con Pía Cari, la antigua reina de las brujas del clan de los manglares, quien por capricho se robó la luz del sol una semana entera.

Claro que Pía Cari sólo lo hizo como milagro de coronación, pues cada una de las reinas hace algo sorprendente para que la fecha de su toma de posesión esté marcada por algún prodigio. Pía Cari incluso se dejó detener y que la registraran en los humanos libros y ya asegurada en una celda, simplemente se diluyó en el aire junto con sus cosas.

Esto es muy distinto. Esta mañana abrí los ojos y cuando gané la calle supe que era domingo. Dies Solis. Dies Dominicus. No lo había notado pero todo mundo parece haberse lanzado a la plaza, a los cafés, los supermercados, las iglesias, incluso a la Explanada de la bandera, de frente al casi mar muerto particular de esta ciudad. En fin, a recorrer los espacios públicos pero no como en el regocijo del día de descanso que practican, sino con recelo y nerviosismo.

¿Y el sábado? Me pregunto mientras les veo consultar sus calendarios, sus relojes, sus comunicadores personales de pulsera, cualquier cosa que pueda dar la fecha. A ver, cuando uno se duerme el viernes espera arribar al puerto de la vigilia el sábado. Así está mandado, no que de pronto entre uno y otro día no haya nada, ni memoria, ni hambre retrasada, ni señal alguna de lo que ha pasado. Simplemente el dicho día no ha existido.

Estoy seguro que al final podría haber olvidado el incidente, nada más normal que lo anormal en San Manatí, pero cuando aparece Cihuanicté y riéndose te dice que qué buen truco, que los sanmanatieneses andan todos espantados pero disimulan su terror de haber perdido un día que ya no está marcado ni siquiera en sus calendarios impresos y remata despidiéndose con un “te dije que eras medio hechicero”, resulta imposible no asustarse porque las brujas nunca mienten y yo no recuerdo haber robado el sábado o cosa parecida.

Guarde Dios a los sanmanatieneses y su tierra que parece una fe de erratas en evolución constante, tienen gente buena, se dice, los he visto fugazmente, pero aún no les conozco bien como para sintonizarme con ellos y poder entablar una sana relación. Mientras tanto regreso a casa, no sea que algo raro pase a mitad de la Calle de los villanos.

Hasta la próxima, por ahora como les he explicado, no puedo contarles nada, tengan sus días felices y a buen recaudo por si acaso.

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