miércoles, 22 de julio de 2009

La vida en el envés

La niña vieja (III)

Por Saulo Tertius

Examino a Doménica de Alcázar, bebe su café como si se moviese bajo el agua de la hipnosis. Toma la taza con las dos manos. ¿Será posible que esa pequeña mujer haya vivido tan fantástica historia? Conozco casi todas las puertas y no soy el único que las ha cruzado. En el orbe que avista todavía mi ojo derecho, Lobo Zacppai aúlla desesperado y rabioso durante horas.

San Manatí es un santuario de los transterrados, una insalubre aldea urbana llena de seres que cruzan a menudo las puertas del aire sin que los naturales apenas lo noten. Pero ni siquiera Cihuanicté, la más experimentada entre los viajeros que conozco, me ha hablado de ese hombre-bestia-sombra que en mi diestra ocular termina huyendo a las profundidades del bosque a medida que la claridad de un nuevo día avanza.

La voz de la niña vieja me devuelve al momento. Algo ha preguntado, pero mi mente estaba perdida. Insiste: — ¿Puedo pedir algo de comer? No sé en qué momento Georgia ha aparecido con su libreta electrónica en mano ofreciendo algo más, como es costumbre en el Woq’s. Recupero el enfoque total sobre el hoy y afirmo con la cabeza, Doménica señala dos mesas donde un grupo disímil de niños exhaustos aguarda.

— Ahora todo está bien. No cuando llegamos al mundo-bosque donde los árboles hablan. Si, Saulo ben José, las voces de que te hablaba venían de los árboles, lo supe más tarde, era en esos cuerpos vegetales donde los fantasmas de los niños devorados por Lobo Zacppai se refugiaban, pues era capaz de masticarlos también en alma y no dejar ni siquiera eso.

Al principio Enzo y yo nos guardamos en el espeso islote del lago suponiendo que Lobo Zacppai jamás podría atravesar las aguas y atacarnos. Las voces de los árboles niños nos habían dicho que de día era seguro buscar leña y alimentos y que debíamos guardarnos antes del anochecer, nos instruyeron que nos abstuviéramos de buscar las puertas porque en ese mundo eran seres errantes que no obedecían ley alguna. Y así lo hicimos hasta cumplidas siete jornadas.


La madrugada que anunciaba el octavo día de nuestro arribo a ese mundo de pesadilla, Lobo Zacppai apareció en nuestro precario campamento y me arrebató a mi hermano llevándoselo a toda prisa. No pude hacer nada…

Sus ojos se llenan de agua salada, la mitad de mí logra ver a la sombra-bestia reptar dentro del campamento y atenazar con sus fauces la cabeza del pequeño durmiente y precipitarse con él hasta un tronco que le ha servido de puente en la laguna. Veo a Doménica levantarse con una rama afilada en las manos y a Lobo Zacppai correr a toda prisa llevando al niño en el hocico, alrededor suyo suenan atronadores los coléricos y desgarrados gritos de la chica, quien corre tras él infructuosa carrera tratando de salvar a su hermano.

Ella deja de hablar. Hace ya muchos años de eso y no dejará de dolerle nunca. Más cuando en aquél mundo el tiempo se mueve con singular lentitud. La miro postrada en un llanto que no admite reposo, ni refugio, ni consuelo. Ha de llorar hasta secarse completa, así lo quiere, porque cuando se levante, no habrá poder que salve al hombre-lobo del bosque umbrío.

Me llegan de golpe los años de persecución que protagonizó haciendo huir al hombre-sombra que mató a su hermano. Los inagotables meses de recoger niños asustados y perdidos fundando una organizada comunidad de cazadores, recolectores, sembradores y criadores que se enseñaban los unos a los otros lo poco que sabían. La observo volverse cada vez más retraída y esquiva, casi un espíritu tutelar de aquella civilización menuda que mezcla sus lenguas, que obedece leyes de supervivencia y que nunca cuestiona la voluntad de la niña vieja.

Algo de mí se mueve en sus recuerdos; la veo atravesando a Lobo Zacppai con su lanza sin poder arrancarle el aliento y escucho los aullidos que aterrorizaron durante día y noche a los seres vivientes del mundo de bosques. El temor respetuoso que la sombra-bestia comenzó a sentir desde entonces por la niña que sospechó presa fácil.

No me lo cuenta, pero una vez la puerta de San Manatí vino a ellos en el campamento e ingresó a nuestro territorio por donde sienta sus reales el Clan de los Manglares. Me observa, sabe que mi ojo ciego la absorbe, le enjuga los llantos, le socava los secretos, le exprime los miedos y demanda su historia completa. Cierra sus ojos y se deja fluir con plena quietud. Sé que las brujas la han puesto en mi sendero y las veo pintadas de guerra. Ellas lo conocen de antaño, Lobo Zacppai tiene su historia y no se contará esta vez. Ha desolado un par de mundos, el de los bosques perpetuos es el tercero y esta noche, con la puerta abierta, tratará seguro de entrar en San Manatí. Dice la voz de la niña vieja:

— Ahora mismo, ellas le dan cacería sin tregua.

Las veo, se mueven como silenciosas sombras en el cielo y la tierra. Los árboles niños callan. Lobo Zacppai ha despertado, al brillo de su dentadura responde el brillo de los finos rejones que portan las brujas.

1 comentario:

Andrea L. dijo...

Quiero saber si para hacer un curso de contabilidad necesito crear correo electrónico nuevo o puedo usar el que tengo gratuito de hotmail.

Gracias,

Andrea Larrosa