sábado, 18 de abril de 2009

Yo, lector

El día que escaparon los libros

Por Juan Pablo Picazo

No sé usted, pero yo no concibo un mundo sin libros, aunque es posible claro. Aún hoy mismo que existen, son y están, son pocos quienes se allegan a sus cauces para beber. Si prefiere imaginar tal mundo, hagamos el ejercicio, pero como ya están aquí debemos imaginar no un mundo concebido sin libros, sino uno en el que éstos deciden irse para siempre. Usted enciende su radio o su televisor y se encuentra con la noticia: Los libros han cobrado vida y escapan volando. Ahora mismo sucede, mientras lee. Salga y vea cómo las biblias, los coranes, los códigos penales y demás libros poderosamente empastados arremeten contra las vitrinas de las librerías procurándose la libertad. Asómese fuera de su casa y verá toda suerte de enciclopedias, cuadernos escolares, revistas y libros de texto desplegando sus alas y volando en pos de las ventanas y huyendo a cielo abierto. Las escuelas, las bibliotecas, las universidades se verán pronto obligadas a cerrar porque todo lo ya impreso de una forma u otra ha encontrado el modo de escapar.

Careceríamos por ejemplo de toda la literatura cosmogónica, pues no habríamos conocido a los sumerios porque no habría Gilgamesh; nos habríamos perdido los vedas y el libro de los muertos. No existiría el Islam por falta de Corán, ni judíos por falta de Tanaj. ¿Y la tradición oral? Buena objeción, pero al menos las últimas dos fueron culturas íntimamente ligadas a sus libros sagrados, sin ellos se habrían desintegrado o serían sustancialmente distintas. Tampoco habría cristianismo de ningún tipo, todas las iglesias judeocristianas están determinadas por la Biblia.

Olvídese de internet, nacida de muchos mitos viejos y contemporáneos, de los manuales, recetarios, directorios telefónicos, publicidades impresas... olvídese en fin, de la literatura, la historia, las cartas de navegación, el derecho, las ciencias y hasta de los rótulos ¿sabe qué? Olvídese de la civilización como la conoce hoy, un remedo de realidad habría alrededor suyo. Hay quienes no obstante apuestan por el retorno a la barbarie primigenia en aras de eliminar los “malestares” que la cultura nos ha traído, como las trabas morales, la política, el crimen, los medios masivos de comunicación, la violencia… ¿usted les cree? Yo no. Para contener y aprender a manejar todo eso existen los libros, la palabra impresa, registro de toda humana sabiduría.

Ya entrados en dicho imaginario, habría que asumir una humanidad sin el legado de las culturas antiguas y a las generaciones futuras sin una historia documentada del hoy, nuestros revueltos días.

En la historia de la literatura son varias las novelas que tienen a los libros como sujetos principales del relato o cuya presencia y andanzas determinan el derrotero, las texturas de la trama. Por ejemplo, en 1984 de Orwell, donde los libros ajenos o anteriores al Gran Hermano están prohibidos; en Farenheit 451, está prohibido leer bajo pena de incendio porque los libros te hacen pensar; en Un mundo feliz de Huxley, la gran literatura de la Era Prefordiana está proscrita y se prefieren el sensorama y el soma. Hasta el mexicano David Toscana en El último lector, hace su propio reino de libros según los gustos de Lucio, el bibliotecario de la analfabeta población de Icamole. Muchos otros hay por cierto en los que el libro es protagonista y siempre, siempre, el más sabio, el más imprescindible de los consejeros. En Farenheit 451 incluso Montag se une a un movimiento guerrillero muy especial, es un grupo de exiliados cuya resistencia se basa en la memorización de algunos libros. Montag por ejemplo, es El Eclesiastés.

En El orden alfabético, Juan José Millás nos presenta un mundo normal que transcurre ante nosotros como mejor puede entregárnoslo la narración de Julio, el preadolescente protagonista de la novela, quien como cualquiera de su edad y condición, vive en el mundo real y que, sin embargo tiene un defecto: el acceso a un mundo paralelo hacia lo que el llama la otra parte de la vida o la vida fuera del calcetín, que es como mejor logra expresarlo su mente no del todo ajena a la visión infantil.

Desde pequeño su vida está ligada a los libros porque su padre le ha enseñado que la enciclopedia es una forma de viajar por el espacio, por el tiempo, por las cosas que son y las que han sido. En ella se puede ir y venir por donde le plazca a uno y aprender de todo. No lo dice la novela, pero esa enciclopedia millasiana es muy parecida al Aleph borgiano o a las palantir, las piedras videntes del universo tolkieniano.

Una fiebre, dos, todas las fiebres le llevan de un lado a otro, de una realidad a otra. La verdadera, la que ya conoce, donde tiene a sus padres preocupados por su enfermedad y el mundo vive según el orden perpetuamente conocido; la otra donde el éxodo de los libros ha deformado el mundo, deslucido los rostros, ha enrarecido el aire y el caos se apodera de todo porque también comienzan a desaparecer las letras, los conceptos, como en la enfermedad del olvido que alguna vez atacó a Macondo en Cien años de soledad.


Pero una luz tiene ese mundo que ha perdido las letras y los libros, en mediodel mercado negro de palabras en que los adverbios se tiran a la calle como desperdicio, las preposiciones y las conjunciones se malbaratan en las calles y los verbos y los sustantivos se venden a precio de oro sólo por ser más nutritivos, está Laura o Laua, porque en ese mundo la r se ha perdido pero no importa porque en ese mundo, Laua le corresponde en sus amores, lejos, muy lejos de la indiferencia y el desprecio con que le trata en la realidad real. Al final, cuando ya es adulto, este protagonista no sabe en cuál de las dos realidades ha venido a quedar, pero poco a poco los descubrirá atando cabos.


Déjese sorprender por el valenciano Juan José Millás y esta loca orfebrería suya que se roza con los mundos creados por Franz Kafka para El Castillo y El Proceso, y sin embargo no vienen a nosotros tan sinceros y desnudos, sino subrepticiamente y para cuando les descubrimos, es demasiado tarde, nos han impuesto sus leyes antitéticas, supranaturales. Le reto a esta lectura divertida y veloz, entre por esas páginas y descubra si alguna vez visitó el otro lado de la vida o si es ahí donde vive y no en la llamada realidad. Uno nunca sabe.

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