sábado, 18 de abril de 2009

La vida en el envés

La infatuación de El trajas


Por Saulo Tertius

Trabé conocimiento con él cuando apenas era El trajas, ciudadano pobre, oloroso a Caribe limpio y purembes modos, jovial, mal hablado y peor pensionado aunque estudioso y con profusa iniciativa que decía saber muy mucho de la vida en todas sus materias al grado de imaginar mil y un formas de aderezar una rata de metrópoli para suplir el apetito de menesterosos que cada sol padecíamos; señalaba saber de buena tinta muy mucho de la existencia en sus elementos todos, aunque un día sí y otro también, cayera mártir de merolicos, falsarios mendicantes y no pocos magistrales culinarios de avenida, mercado y boulevard.

Vecinos de hambre, socios de abandono, hermanos de fiebres, miserias y fríos universitarios y tenochcas que luego ya su ajada memoria negaría a pie juntillas porque nunca vivió tal, según la reconstruida historia que de sí predica a los sus fieles, El bueno de El Trajas era un ente generoso, industrioso y temerario que no perdía una tilde o un punto de las plumas de La Faena, el entonces diamante de la prensa ácrata y adusta con que alimentaba, él más que ninguno de nosotros, sus inflamados ideales de utópica siniestra.

Le hice atravesar la serranía para abrirle las puertas de mi casa en Bosqueparlante, donde salvó la doliente soledad de muchos fines de semana, festivos días y no pocas cortas vacaciones, impedido como estaba para viajar a su distante república separatista en la península antillana. Luego ya no fue imperioso pues el creativo señor en ciernes contactó parientes, tentó dudosas damiselas acuciosas de ser arrebatadas y traficó mercaderías clandestinamente internadas al menudeo, negocios ambos que le dieron harto fructíferos y placenteros modos de pasar las obligadas soledades tenochcas y que su cuidadosa instrucción como cronista tanto le exigía, sin obstar una consorte y dos delfines desplegándose parvos en la lejanía merced a su deserción paterna.

Cumplidas las jornadas del mucho estudio partió a sus lares con lo puesto y m uchas arterías nuevas, y un par de años luego, enojado con mi mundo, le seguí a San Manatí para trabajar con los emisarios hertzianos del Gobierno de Montana Ross. En otro sitio hablaré de mis primeras andanzas sanmanatienses, que por hoy el tema es El trajas, quien debió huir más tarde a Meridia a saber por qué oscuras causas relujadas ya a punto de martirio por su nueva, no autorizada y aún no redactada semblanza.

Convirtióse entonces en una leyenda personal; un recuerdo grato a mi familia, que le dio cobijo en no pocas horas de aflicción, distracción y hasta desinterés, y siguió siéndolo durante muchos años hasta el malhadado día en que me regocijé con su llamada y el descubrimiento de que ya no era el buenazo de El trajas, sino que ya era Don Trajano de Ugalde y Zamorano, Conde de Lacusterra, monitor personal de senescal de Montana Ross y sus cercanos, y zoilo supremo de los cronicantes de San Manatí en su calidad de director de Hoy, hoy el semanario, y con tales y tantos poderes y potestades públicas y privadas y secretas últimas estas que desconocía, y mareaba con su decir de que deseaba compartir la su mucha gloria con mi humilde y desterrada pluma.

Luego ya vi que al avinagrado grito de la enjundia estrenó su gusto por la diestra semiapostólica y se relamió más y más de los muchos denarios, dracmas y lempiras merced a sus poco a poco mejor acomodados mutualistas, gregarios y parciales como para estampar la su signatura en muchos tratados con ministerios y despachos gobiernosos, lo que le llevó a la cresta de esa antigua república indiana. Pero basta ya, que del talante nuevo y ya no tanto de El trajas, hablaremos aún otra vez en que mejores cosas de charlar no tengamos.

No hay comentarios: