viernes, 11 de noviembre de 2011

Indignación



Por Arturo Escajadillo

Qué tranza
con la balanza
que ya no alcanza
para la panza.

Ni economía, ni finanza,
ni bienestar, ni bonanza.
Nos clavaron una lanza,
¡Detengamos la matanza!

Adivina adivinanza:
¿Quién va a pagar nuestra fianza?
No te rías que no es chanza,
ahí vienen con la cobranza.

Que nos sirva de enseñanza:
¡Este sistema no avanza!
Ya perdimos la confianza,
pero nunca la esperanza.

Se requiere de una alianza,
se necesita templanza;
hagámoslo sin tardanza,
¡Indignémonos a ultranza!

martes, 11 de octubre de 2011

Lanza el Grupo Matices, poesía en escena un nuevo recital

El grupo independiente Matices, poesía en esena estrenará nuevo recital este 9 y 10 de noviembre en el Teatro Ocampo de la ciudad de Cuernavaca Morelos. A continuación, el cartel con todos los detalles.

viernes, 7 de octubre de 2011

El dilema de Jacinto
Por Arturo Escajadillo


Con paso lento, cargando sus setenta y dos años, Eleuterio Munguía caminaba por ese estrecho sendero que lo llevaría Dios sabe a dónde. Un solo pensamiento rondaba por su cabeza, y un solo deseo lo animaba: encontrar a Jacinto Munguía, su hijo, quien salió huyendo de San José de Gracia, al resultar vencedor de un duelo en el que Filemón Prendes, queriendo lavar su honor, fue herido de muerte con una certera puñalada en el pecho.

Mariana Prendes, hija de Don Filemón y causante del fatal enfrentamiento, fue testigo de cómo el hombre que amaba asesinaba a quien le diera la vida. Invadida por la ira y envuelta en llanto, maldijo a Jacinto, quien desconcertado corrió sin detenerse hasta llegar a su casa.

Solamente pasó para que su madre, afligida, le diera la bendición.

-Cuídate m’ijo. No hagas más tonterías.

En ese momento, vio en la mirada de Jacinto la irremediable fuerza de su destino, y supo que nunca más lo volvería a ver. Justo cuando terminó de persignarlo una lágrima resbaló por su mejilla para caer en el piso de tierra, mientras una parvada de cuervos profanaba el cruel silencio de la tarde.

Genoveva de la Cruz, nunca había hecho planes; la vida sólo la había vivido. Se casó con Eleuterio cuando ella contaba apenas con dieciséis años y él rebasaba los cuarenta. Además de Jacinto, habían procreado a Peranza, llamada así por un error de la secretaria del juzgado civil, que al registrarla preguntó ¿Cuál es el nombre de la niña?, a lo que Genoveva respondió “Esperanza” entendiendo la distraída burócrata “es Peranza”. Al darse cuenta del error, Eleuterio sólo alcanzó a decretar con firmeza: “Pues así tenía que llamarse, Peranza”.

Esa noche, Jacinto durmió tumbado sobre la yerba crecida de la pradera, con la mano apretando fuertemente su escapulario, cubierto sólo por las estrellas que silenciosas atestiguaban su desventura. La luz de la luna hacía más profunda la palidez de su rostro.

Sin saberlo, Eleuterio Munguía acampó a pocos metros de distancia del sitio donde Jacinto había decidido descansar. Se quitó el sombrero y se recostó sobre su jorongo. No dejaba de pensar en cómo una mala acción de su hijo, en un momento, ocasionó desasosiego, tristeza, desconsuelo y pena en esas dos familias como consecuencia del impredecible suceso. Eleuterio cerró los ojos y se quedó dormido justo cuando Mariana Prendes terminaba de rezar el primer rosario en el velorio de Don Filemón.
Jacinto había nacido el mismo día en que el abuelo Matías, muy mayor, muy cansado y muy enfermo, quiso suicidarse. Amante del orden, lo preparó todo minuciosamente; escribió una nota explicando los motivos de su última decisión; se vistió con aquella camisa azul con filos blancos que le había confeccionado la abuela Julia; del desvencijado baúl francés, donde guardaba las cosas importantes, sacó el viejo revólver Colt; comprobó que estuviese cargado; se sentó al borde de la silla isabelina de caoba; posó con delicadeza el frío cañón del arma en su sien, y justo cuando iba a jalar del gatillo sintió una fuerte sacudida mientras el piso crujió estruendosamente; por un momento la habitación se llenó de remordimiento y de un olor a cera quemada que permaneció en el ambiente hasta que cesó el movimiento. El miedo lo paralizó y le quitó las ganas de matarse; azorado, interpretó lo sucedido como una señal divina y nunca más volvió a pensar en quitarse la vida.

Como todo el pueblo, Genoveva se llevó un tremendo susto que hizo que el alumbramiento se adelantara. Ese día, entre el sobresalto por el temblor, la angustia del parto, y la alegría del nacimiento de su primogénito, Genoveva no imaginaba que años más tarde su vástago, contrario a los principios que sus padres le inculcaran, sería prófugo de la justicia.
Sudoroso y asiendo fuertemente el escapulario, Jacinto despertó sobresaltado; en su cabeza retumbaban insistentemente las palabras de Mariana, que dolían más que el saberse lejos de ella.

La primera palada de tierra cayó sobre el féretro de Don Filemón, con el que Mariana sepultaba también todas sus esperanzas y su felicidad.

Jacinto se sentía miserable, la culpa le provocaba una terrible opresión en el pecho; una tortura que le hacía pensar por momentos en regresar al pueblo, y entregarse en la comisaría, para pagar por el tremendo asesinato que había cometido. Sin embargo el miedo que le generaba la idea de pasar algún tiempo en la cárcel, también le exigía seguir huyendo, alejarse lo más que él pudiera sin voltear hacia atrás. Tenía la sensación de estar cayendo al vacío.

Lo único que lo podía redimir era el gran amor que sentía por Mariana. La idea lo estremeció: dejar a un lado miedos y culpas, volver por ella, rogar por su perdón, convencerla de huir juntos, tratar de recuperar sus vidas, unidos hasta la eternidad. No era capaz de soportar la condena de vivir sin ella. A su mente llegó el recuerdo de la ocasión en que cruzaron por primera vez sus miradas, y aquella tarde apacible y lluviosa de otoño en que juntos, despacio, sin prisa, descubrieron la pasión que los condujo al paraíso y que provocó la ira de Don Filemón.

Decidido, Jacinto dio media vuelta para dirigirse hacia su amada cuando sintió un fuerte dolor en la pantorrilla, el potente veneno de la serpiente empezó a hacer efecto, sintió que se le entumecían brazos y piernas, se le nubló la vista y se mareó.

Quedó totalmente paralizado, más por el terror que por el veneno, se le dificultaba respirar, su corazón se aceleraba y por un momento pensó que le iba a explotar, de pronto entró en un profundo sopor.

Mientras una densa neblina cubría la campiña, Jacinto tuvo un último pensamiento: que todo lo que había vivido las últimas horas, era un sueño, una pesadilla de la que pronto despertaría.

El mismo instante en el que una mariposa azul se posaba sobre la mano izquierda de Eleuterio, una dulce sonrisa se posaba sobre el rostro de Jacinto.

jueves, 11 de agosto de 2011

Sueños en aproximación

Un regalo


Juan Pablo Picazo

Toma, te regalo mi voz
para que excaves con ella el aire
y rescates sus tesoros milenarios.

Es probable que salgan a la luz palabras
de sabiduría dudosa para los mortales,
si así fuera,
las envuelves y las guardas
donde tienes
lo que se conserva siempre
para defendernos de los malos tiempos.

Si en su lugar viniesen versos tristes,
aderézalos con un poco de tu sonrisa,
déjalos reposar la noche entera,
y si felices no amanecieren
dáselos por alimento
a los transeúntes grises
para que aligeren las cargas
de sus cuerpos sudorosos
y sus almas
llenas con los muertos que atesoran.

Si versos felices,
entonces colócalos sobre la mesa
para que perfumen nuestro tiempo
en la casa de entonces compartida
y sirvan más tarde como ungüento
para aliviar
tristezas simples,
o nostalgias complejas
que requieran además
de dos abrazos
y mil besos.

La vida en el envés

Devaneo

Por Saulo Tertius

Ya. Sí. He estado ausente desde muchas lunas hace de estas páginas. Lo sé. Pero mi ausencia ni siquiera abarca un sol completo. Mi condición de perseguido, no obstante, dificulta mi comparecencia ante ustedes; sobre todo ahora que el siniestro ministro del Interior de la República Citlalteca me tiene ubicado.

Llevo mucho moviéndome entre las puertas de San Manatí y eso me ha permitido burlarlos. Había ya abandonado la esperanza de escribir para La hormega, El Mercurio y otros medios de varios mundos, cuando el comandante Alcibíades Igareda Tezozómoc, Supremo Tlatohuani de la citada República Citlalteca, tuvo a bien amenazar veladamente con invadir a la República Maya, lo que ha bastado para la expulsión de todos los ciudadanos de ese lugar, diplomáticos o no, y el cierre de fronteras.

Por ahora pues, estoy seguro. Así que les cuento: estaba decidido a no escribir más en medios periodísticos, pues hay lugares desde los que resulta imposible el envío de estos materiales: el mundo-cárcel donde Lobo Zacppai estuvo durante eones, acechando inocentes, por ejemplo.

Tenía pensado, eso sí, trabajar en unas memorias que he venido aplazando desde hace mucho tiempo; y en ello estaba en mi casa de Gyganthar, una de las lunas de metal, cuando descubrí, mirándome medio oculto por una pila de libros, a un pequeño hombre de tez clara y rubicundas guedejas.

Al principio me sobresalté, pese a mi experiencia con los habitantes de los mundos paralelos; luego respiré con calma, y le hice ademán de que se acercara. Me miró con toda calma y, antes de cualquier cosa, se inclinó en una profunda reverencia y me dijo:

- Salud y paz a ti, Istar. He venido observándote desde hace doce reinos y al fin creo seguro que conversar podamos. Soy Riddensugh de Branestagg.

martes, 12 de julio de 2011

Actividades




El recital Sabines.Sabina, es un espectáculo poético musical que combina la poesía de Jaime Sabines y las canciones de Joaquín Sabina enlazando las coincidencias en sus temas, sus vocabularios y sus estilos respectivos que, dicho sea de paso, van más allá de la coincidencia fonética.
En el espectáculo participan Rosy Cervantes, a quien conocemos por su trabajo en el grupo La Sana rabia; la declamadora Gabriela Tapia Vega, cuyos últimos recitales Quimeras y Sueños han llenado el auditorio del IMTA; y la declamadora Miriam Rodríguez, quien conduce también el programa radiofónico Las tertulias del tintero en Universal Stereo 102.9 FM del cuadrante en Cuernavaca.
En la música, los guitarristas Andrés Uribe y Agustín González acompañan las voces femeninas aportando su experiencia en La Sana rabia y los Twitters.

sábado, 28 de mayo de 2011

Viento encadenado

Embrión

Juan Pablo Picazo

Siento que se ha roto la armadura,
no ha sido el combate su derrota
sino la mente, el corazón,
y el cuerpo,
que se nutren de amor nuevo,
creciendo desde dentro,
carcomiendo sus raíces.

Me digo
que no más exoesqueletos,
renuncio a ser el artrópodo
de todos estos años.

martes, 1 de febrero de 2011

Instantes marinos en el muelle de la T

Por Yolanda Colina

La brisa me acaricia, por momentos siento la fuerza del aire que alborota mi pelo lanzándolo por todos lados y golpeándome la cara, la humedad es pegajosa pero fresca y agradable. Estoy sentada en una gran roca de las que están amontonadas formando el rompeolas, todo a mi alrededor es mar, las olas se estrellan en las piedras muy cerca de mí, formando una lluvia de gotas frescas con las que se antoja ser mojado. Ese momento intenso se intercala con la capa de espuma que se retira para darle paso a una nueva ola.

Miro libremente a lo lejos, siento todo mi cuerpo en armonía, con una paz que provoca la respiración intensa y pausada, el mundo está allá… parece demasiado distante, aunque si volteara hacia atrás lo vería apenas a cincuenta metros. Disfruto buscando a lo lejos la aleta del tiburón que desde niña he deseado descubrir esperando tener una emoción intensa en medio de la tranquilidad.

Invariablemente he ido acompañada a ese lugar, sin embargo el diálogo que recuerdo es el que ha hecho conmigo el mar con quien me he sentido libre, y a la vez siendo parte de ese infinito. Por momentos descubro con la mirada unos erizos entre las rocas y algunos peces que me han acompañado cada vez que estoy ahí, parecieran ser los mismos, los siento cómplices de estos momentos inolvidables.

El muelle de la T ha estado ahí desde que soy, no siempre lo puedo recorrer caminando, pero cuando paso cerca lo transito con la mirada, al llegar a las rocas me transporto para detenerme un momento junto a alguna gaviota.

Durante los cuarenta años que no he vivido cerca del mar lo he extrañado tanto que al principio salía de casa y esperaba encontrarlo a la vuelta de la esquina. Varias veces me sorprendió no verlo. En este momento de paz al cerrar los ojos he vuelto a disfrutarlo, ahí está con su olor a sal, con los golpes de las olas que nunca dejan de sorprender y, con esa humedad infinita que tanto gozo, incansable, eterno.

lunes, 24 de enero de 2011

El pilganero

Por Juan Päblo Picazo

Para Julio Ricardo Picazo, in memoriam


Iba siempre caminando por las calles con aire preocupado. No parecía cansarse nunca recorriendo la Cuernavaca de entonces, segura y hermosa aunque pequeña y provinciana.

No iba solo, de eso estaba yo seguro, pues dialogaba con alguien a quien jamás pude ver. A veces se quedaba parado y hacía cuentas con sus dedos nudosos y llenos de tierra y creo que no le salían porque arrojaba los brazos a sus costados como decepcionado y se ponía a decir que le preocupaban las personas.

Yo no sabía quién era, sólo entendía que era parte de la ciudad. Dormía en los quicios de las casas y los templos; buscaba comida en la basura y pasaba el día yendo de la Madrileña al Mercado Adolfo López Mateos y de éste hasta el Sardinero en las Palmas; luego se guardaba debajo de un árbol en las horas del calor, y seguía hablando.

Cuando yo preguntaba a cualquiera qué le poasaba a ese señor me mandaban a jugar y dejarme de bobadas, lo llamaban loquito, vagabundo, limosnero, ladrón y vago, y yo no sentía que fuese nada de eso, a mí siempre me sonreía con un canino y otros dientes amarillos como a punto de caerse.

Curiosamente fue Ricardo mi hermano menor, quien nada sabía y por ello era el más indicado para pronunciar las verdades públicas, quien me dijo un día:

—El loquito no es loquito. Es un pilganero.

Mis escasos siete años se resistieron a esa palabra rasposa y amarilla, no me gustó, le dije a Ricardo que estaba loco, que no sabía lo que eso significaba y tuve que rendirme a su decir clarividente cuando, haciendo uso de la plenitud de su mitomanía decretó:

— Un pilganero es el que se hace pulseras con cualquier cochinada.

Cuando volví a ver al hombre noté algo en lo que jamás me había fijado: llevaba en las muñecas una multitud de ligas, cadenas, elásticos, cordones, agujetas, diurex, cinta adhesiva, mecate de tendedero, en una palabra, podía bien tratarse del rey, el dios de los pilganeros.

Después ya no más. Desapareció de pronto. Sus infinitos y concomitantes sucesores son distintos y no les creo porque se han ganado la calle de modos que no comprendo bien. Quienes lo conocieron dicen que no, que él por dignidad había decidido "dejar de ser persona" y retirarse a la bondad de las calles.

viernes, 21 de enero de 2011

La vida en el envés

Vorágine

Por Saulo Tertius

Un huracán de humo negro. Una llama incorpórea me rodea. Afuera es la nada y a mi lado gravita la flecha emplumada de Cihuanicté. La voz del ecapuchado se desvanece y una rara impresión de su mano tratando de asirse a mi brazo se evapora. Otros ruidos emergen lentamente: aves, voces humanas que se entremezclan y un oleaje turbio, lento y vacilante.

La vorágine amaina, el mareo cede lentamente. Sigo ardiendo y mi cuerpo suda, es como si respirara sobre una olla en la que el agua para el café está hirviendo. siento un golpe que me abarca el cuerpo todo, una sacudida. Abro los ojos: el sol me ciega. Un par de espías citlaltecas se acerca. No sé dónde estoy ni cómo llegué aquí, pero me atraparán otra vez.

Estoy muy débil, lo noto mientras uno de ellos me levanta y se prepara para arrastrarme al tetraplaza que espera enfrente. El otro sonríe, está a punto de golpearme cuando la flecha de Cihuanicté hace blanco en su cabeza. Cae, su compañero me suelta y corre a verlo. Me abandonan de nuevo en el pasto que mira a una bahía gris. Muy cerca, los manglares se antojan un refugio.

— Estás en casa. Calma, yo te cubro.

Identifico la voz y el fétido buqué de la boca que me habla y no necesito abrir los ojos pára ver el rostro de Grangaznate, el gigante posadero de San Manatí. Parlotea: Que Dáidalos le avisó que él y los demás debían vigilar las puertas por consejo de Cihuanicté, que yo regresaría por una de ellas envuelto en la niebla negra de Lobo Zacppai; que todos acudieron con premura menos la niña anciana, Doménica de Alcázar, quien se ha enterado que llevo dentro o alrededor mío a Lobo Zacppai y teme que me domine y la ataque.

Casi no le entiendo, habla en esa lengua tosca de todos los gigantes, parece que me lleva donde el Clan de los Manglares, yo quiero que me lleve a la Calle Petcacab, donde mi polvorienta casa espera, quiero revisar los libros que me forzó a guardar la diablesa Adler, necesito una explicación.

martes, 11 de enero de 2011

Viento encadenado

Fin

Por Juan Pablo Picazo

No se imaginaba que el fin del mundo fuese así. Nada tenía que ver con las profecías de los antiguos. Tampoco se parecía a lo vaticinado por los videntes que pontificaban en los medios electrónicos. Menos aún tenía algo que ver con las oscuras y rebuscadas visiones de los escritores de todos los tiempos.

Era simplemente ese agotamiento de la tierra, el cansancio apoderándose de las cosas y la honda raíz del hastío en todas las personas. Era el hambre abriéndose paso sin dramas. La enfermedad apacentándose en los pastos y las bestias y las aves y los peces y los hombres sin oposición y sin prisa alguna.

Todos se sentaban por ahí para esperar lo que viniera primero: el hastío, la enfermedad, la muerte. Se dejaban consumir en una sola actitud desesperada. Nadie se disputaba la comida por las calles, nadie buscaba un mejor lugar, ni mejor compañía. Ni siquiera se acercaban a la sombra de los árboles, estos caían por montones diariamente, devorados por las más funestas plagas.

No importaba. Estaba hecho. Él y los elegidos volaban ya para tomar posesión de otro globo, uno nuevo y limpio. Ahora sí -juraba interiormente- nada sería contaminado.

lunes, 3 de enero de 2011

La vida en el envés

Despertar
Por Saulo Tertius

Ahora que lo pienso, despertar nunca me había parecido especialmente interesante. Siempre me puse en pie tan pronto como abrí los ojos, y siempre recordaba todos mis sueños. jamás fue raro, ni siquiera en la lejana infancia cuando me parecía que acababa de acostarme, y ya me llamaban a prepararme para la escuela. No. Despertar era cualquier cosa, lo de siempre.

Esta vez fue distindo. Lo primero que experimenté fue el sabor a sangre en la boca, el dolor en todo el cuerpo y las voces asustadas de gente metida en batas blancas y la urgencia de salvarle la vida. Otra vez los pinchazos, la electricidad golpeando el cuerpo y otra vez la voz de Hades-Mictlantecuthli, pero ya no me reclamaba que Lobo Zacppai engullera las almas dispersas por la Estigia, el Leteo y las otras regiones del Mictlán.

- Bienvenido al mundo brujo... Me saluda Hades y con los ojos casi abiertos, lo veo vestido de verde olivo sin insignias y con una capucha que le oculta el rostro. No, no es Hades, sino Rosalío Pat Guerrero, el siniestro ministro del interior en la República Citlalteca. Me pregunta nombres, habla de una conjura para desestabilizar el Gobierno de Alcibíades Igareda Tezozómoc, me siento cansado, no hay manera de contestarle pues mi mente va desde Luna'la y su traición silente y prolongada, a la aparición de Lobo Zacppai, que ahora es a las claras parte de mí mismo.

La voz femenina que he venido escuchando desde hace día instándome a dejar mi estado de disolución en las orillas de la Estigia, habla con el encapuchado:

-Comandante. El hombre no puede hablar aún, sus patrones cerebrales son muy confusos, no vale la pena insistir. Si se esfuerza podríamos incluso perderlo.

El sueño mastica mis ideas y no sé muy bien quien soy. Lo oigo caminar por la sala percutiendo el piso con sus estopreoles. Abro los ojos como mejor puedo. Se me acerca y estudia mi rostro. Yo trato de enfrentarlo. Aquel encapuchado es el verdadero poder de la República Citlalteca. Se me acerca y me dice pronunciando muy clara y pausadamente:

-Yo me encargaré de que vivas mucho tiempo, pero lo harás en mis jaulas. No tendrás lengua para perorar ni manos para escribir tus necedades. ¿entiendes? La próxima vez que abras los ojos mi promesa estará cumplida, no eres tan brujo como crees. Estas bajo mi poder.

Las batas blancas se mueven de aquí para allá, hablan de instrumnental quirúrgico, de anestesia y ... "nada de anestesia" dice la voz del encapuchado. Reparte órdenes. Algo raro ocurre, ¿me desmayo? el ambiente comienza a oscurecerse, es como si se llenara de humo negro. Al fondo de la sala, recargada contra el muro, aún alcanzo a ver a Ciahuanicté, que apunta su arco hacia mí ¿quiere matarme? No puedo moverme, estoy atado a la cama, no puedo gritar, una gruesa sonda atraviesa mi garganta. El encapuchado grita y se me viene encima.