Fin
Por Juan Pablo Picazo
No se imaginaba que el fin del mundo fuese así. Nada tenía que ver con las profecías de los antiguos. Tampoco se parecía a lo vaticinado por los videntes que pontificaban en los medios electrónicos. Menos aún tenía algo que ver con las oscuras y rebuscadas visiones de los escritores de todos los tiempos.
Era simplemente ese agotamiento de la tierra, el cansancio apoderándose de las cosas y la honda raíz del hastío en todas las personas. Era el hambre abriéndose paso sin dramas. La enfermedad apacentándose en los pastos y las bestias y las aves y los peces y los hombres sin oposición y sin prisa alguna.
Todos se sentaban por ahí para esperar lo que viniera primero: el hastío, la enfermedad, la muerte. Se dejaban consumir en una sola actitud desesperada. Nadie se disputaba la comida por las calles, nadie buscaba un mejor lugar, ni mejor compañía. Ni siquiera se acercaban a la sombra de los árboles, estos caían por montones diariamente, devorados por las más funestas plagas.
No importaba. Estaba hecho. Él y los elegidos volaban ya para tomar posesión de otro globo, uno nuevo y limpio. Ahora sí -juraba interiormente- nada sería contaminado.
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