martes, 11 de enero de 2011

Viento encadenado

Fin

Por Juan Pablo Picazo

No se imaginaba que el fin del mundo fuese así. Nada tenía que ver con las profecías de los antiguos. Tampoco se parecía a lo vaticinado por los videntes que pontificaban en los medios electrónicos. Menos aún tenía algo que ver con las oscuras y rebuscadas visiones de los escritores de todos los tiempos.

Era simplemente ese agotamiento de la tierra, el cansancio apoderándose de las cosas y la honda raíz del hastío en todas las personas. Era el hambre abriéndose paso sin dramas. La enfermedad apacentándose en los pastos y las bestias y las aves y los peces y los hombres sin oposición y sin prisa alguna.

Todos se sentaban por ahí para esperar lo que viniera primero: el hastío, la enfermedad, la muerte. Se dejaban consumir en una sola actitud desesperada. Nadie se disputaba la comida por las calles, nadie buscaba un mejor lugar, ni mejor compañía. Ni siquiera se acercaban a la sombra de los árboles, estos caían por montones diariamente, devorados por las más funestas plagas.

No importaba. Estaba hecho. Él y los elegidos volaban ya para tomar posesión de otro globo, uno nuevo y limpio. Ahora sí -juraba interiormente- nada sería contaminado.

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