viernes, 21 de enero de 2011

La vida en el envés

Vorágine

Por Saulo Tertius

Un huracán de humo negro. Una llama incorpórea me rodea. Afuera es la nada y a mi lado gravita la flecha emplumada de Cihuanicté. La voz del ecapuchado se desvanece y una rara impresión de su mano tratando de asirse a mi brazo se evapora. Otros ruidos emergen lentamente: aves, voces humanas que se entremezclan y un oleaje turbio, lento y vacilante.

La vorágine amaina, el mareo cede lentamente. Sigo ardiendo y mi cuerpo suda, es como si respirara sobre una olla en la que el agua para el café está hirviendo. siento un golpe que me abarca el cuerpo todo, una sacudida. Abro los ojos: el sol me ciega. Un par de espías citlaltecas se acerca. No sé dónde estoy ni cómo llegué aquí, pero me atraparán otra vez.

Estoy muy débil, lo noto mientras uno de ellos me levanta y se prepara para arrastrarme al tetraplaza que espera enfrente. El otro sonríe, está a punto de golpearme cuando la flecha de Cihuanicté hace blanco en su cabeza. Cae, su compañero me suelta y corre a verlo. Me abandonan de nuevo en el pasto que mira a una bahía gris. Muy cerca, los manglares se antojan un refugio.

— Estás en casa. Calma, yo te cubro.

Identifico la voz y el fétido buqué de la boca que me habla y no necesito abrir los ojos pára ver el rostro de Grangaznate, el gigante posadero de San Manatí. Parlotea: Que Dáidalos le avisó que él y los demás debían vigilar las puertas por consejo de Cihuanicté, que yo regresaría por una de ellas envuelto en la niebla negra de Lobo Zacppai; que todos acudieron con premura menos la niña anciana, Doménica de Alcázar, quien se ha enterado que llevo dentro o alrededor mío a Lobo Zacppai y teme que me domine y la ataque.

Casi no le entiendo, habla en esa lengua tosca de todos los gigantes, parece que me lleva donde el Clan de los Manglares, yo quiero que me lleve a la Calle Petcacab, donde mi polvorienta casa espera, quiero revisar los libros que me forzó a guardar la diablesa Adler, necesito una explicación.

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