sábado, 30 de agosto de 2008

¿Ejecutivo?

El sordo de la polis

Al describir el autoritarismo perfecto en su novela 1984, George Orwell escribió: “Comparada con la que hoy existe, todas las tiranías del pasado fueron débiles e ineficaces. Los grupos gobernantes se hallaban contagiados siempre en cierta medida por las ideas liberales y no les importaba dejar cabos sueltos por todas partes. Sólo se preocupaban por los actos realizados y no se interesaban por lo que los súbditos pudieran pensar”.

Juan Pablo Picazo
para estosdías

Cosa tenida por cierta es que la opinión pública constituye un factor indispensable no ya para la estabilidad sino para la permanencia de los regímenes democráticos. Por tanto los gobiernos que se presumen de esta naturaleza han de prestar atención al desarrollo de corrientes de opinión y el posicionamiento de sus líderes con el fin de medir el posible impacto de sus decisiones y prevenir conflictos sociales si desean que sus agendas puedan cumplirse sin velo de amenaza, desvío, condicionamiento o franco freno por falta de sustento popular.

Felipe Calderón Hinojosa, presidente de la República, piensa lo contrario. Hecho deducible del consejo que les ofreció a los integrantes de la delegación mexicana que competirá en los juegos olímpicos de Beijing: “No se preocupen si hay algún comentario negativo, adverso o de crítica. No tengan miedo de eso.” Agregó que eso es algo que ha aprendido en el desempeño de su propio trabajo: “Hay que ser amos de la propia voluntad, no esclavos de la opinión de otros.”

A primera vista estamos ante un mandatario que en cumplimiento de su deber arenga a las tropas deportivas del país para que asuman una mentalidad positiva, una actitud ganadora frente a sus oponentes sin importar que probablemente sean los mejores del mundo en cada disciplina. Todo está bien, incluso suena mesurado y razonable. Sin embargo, aunque matizó su mensaje con frases como “Sí es importante escuchar a los demás y todos lo hacemos”, insistió en que “es más importante no ser esclavo de lo que dicen los demás, no estar determinado en la vida por lo que dicen los demás.”

Al calor del debate en torno a la reforma energética, esa sola afirmación puede interpretarse como un rudo mensaje a las fuerzas políticas que esperan llevar a cabo una consulta ciudadana sobre el tema, pues como se recordará la suya ha sido una actitud sostenida de rechazo al debate de su proyecto, y hay en éste la necesidad de escuchar a muchos en torno a una decisión que deseaba tomar como un buen “amo de su propia voluntad.”

En la antigua Hélade los atenienses percibían la experiencia diaria de sus vidas en dos grandes campos: la llamada bios oikós, algo así como la vida en casa o vida privada como hoy se llama, y la bios politikós, vida ciudadana –o, como quien dice, la vida pública. Ambas esferas de su desempeño tenían gran valor. Baste ver su presencia en los templos, el anfiteatro, el aerópago y las plazas para dialogar y discutir los temas que les inquietaban.

Hoy en día la vida privada y los asuntos domésticos de cada ciudadano están protegidos por la ley al margen de que algunas figuras públicas –políticos, deportistas y estrellas del espectáculo– “sacrifiquen” parte de esa intimidad en aras de la publicidad gratuita que los medios les dan cuando protagonizan algún escándalo. Más tarde se arrepentirán y atacarán incluso a quienes los persiguen cámara en mano en el interés de sorprenderlos.

Los asuntos públicos en cambio han de ser ventilados y discutidos cotidianamente por todos los sectores sociales involucrados por cuestiones ya de coyuntura o estructurales, y sus anuencias o discrepancias han de ser escuchadas y sopesadas por quienes detentan el poder, pues desestimarlas o ignorarlas compromete la estabilidad social -sobre todo si quien se niega a escuchar es el presidente de la República, en tanto de su conducta se derivan pautas.

Al margen de lo político, de los valores cívicos que se desprenden del simple acto de escuchar al otro, como la tolerancia y el respeto, atender a la voz de los demás es una de las cuatro funciones de la lengua, a saber: hablar, oír, escribir y leer. Si de quien no sabe leer y escribir o carece de facultades para hablar y escuchar lamentamos la pobreza de su condición, sin obstar que se deba a causas extravolitivas, tanto más haremos con quien por propia voluntad no escucha o lo hace con escaso interés, porque las consejas populares no yerran cuando sentencian implacables que no hay peor sordo que quien no quiere oír.

Habrá que añadir además el peligro del mensaje que el Ejecutivo federal da como metodología de gobierno, pues en este país donde los políticos sólo saben jugar a lo que hace la mano hace la tras, más tarde o más temprano tendremos un rebaño de sordos voluntarios en todos los niveles de mando del país, lo que necesariamente implica un retroceso en el camino de la democracia que vamos recorriendo, según las sospechas colectivas.

Por si fuera poco, todos los modelos teóricos establecen de modo necesario a un oyente para que el circuito de la comunicación se cierre y en el mismo acto se reproduzca mediante una respuesta. Sin el oyente no hay comunicación posible y un gobierno así garantiza un regreso al autoritarismo presidencial y el culto a la personalidad.

Ingsoc, el partido que gobierna al superEstado de Oceanía en la novela de 1984 de Orwell, logra lo que parece el velado sueño de Calderón: “Por primera vez en la historia existía la posibilidad de forzar a los gobernados no sólo a una completa obediencia a la voluntad del Estado, sino a la completa uniformidad de opinión.” Se trata pues de un gobierno en el que “las opiniones que tenga o no la masa se consideran con absoluta indiferencia.”

El concepto opinión pública que hoy conocemos partió de otros semejantes que ya los enciclopedistas trataban en el siglo XVIII. Uno de los más importantes es sin duda el de voluntad general que trabaja Jean-Jacques Rousseau, donde la opinión de la sociedad adquiere matices de mandato (y cabe recordar que el mandante es esa opinión y el mandatario quien recibe las órdenes).

Los panistas que hasta ahora han ocupado la silla presidencial, sin embargo, tienen como premisa de gobierno no tomar en cuenta la opinión de los demás. No debiera extrañarnos este despliegue en Calderón cuando Vicente Fox, su antecesor, instaba públicamente a no leer periódicos para que sus contenidos no empañaran la felicidad de nadie. Así las lecciones panistas de vida se resumen en evasión y en el encierro al propio consejo.


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