lunes, 2 de marzo de 2009

La vida en el envés

Ash y Morry

Por Saulo Tertius

— Brujo.

Al principio ni los había visto. Rara cosa porque normalmente paseo los ojos a placer por la estancia cuando llego y observo con calma — e incluso con descaro— a los presentes. Si son ellas, me detengo un tanto más apenas para apreciar su arquitectura, su color y su textura por si pueden darme el alimento necesario para el trazo de mis personajes. No, primero percibí su olor como a caramelo quemado o cosa semejante, pero qué va, El Zaguán es un restaurante y numerosos efluvios llenan el ambiente, así que lo pasé por alto.

Pero no soy brujo, sino apenas un viajero en principio forzado que ha venido a dar a este recoveco en el que encontró sin quererlo casi, una mina de figurantes con la cual escribir durante tres vidas humanas al menos. Bruja es Cihuanicté y brujas sus hermanas y hermanos del clan de los manglares, sus parientes del clan de Punta Kan, los más poderosos de las Antillas. Yo no, sólo un cronicante, un escribidor sin nombradía que va y viene por este cruce de caminos que en otros mundos paralelos y perpendiculares no es tal como ese donde San Manatí es nombrada Chactemal o aquél otro en que Ciudad Bahía le han nombrado.

— Si, eres un brujo. Dice ella.

— Qué risa que no lo sepas. Dice él.

Se sientan frente a mí. Y no sé por qué me muevo inquieto en el asiento. Sus grandes cabezas, su persistente olor, sus sonrisas francas, sus ojos limpios y sus largas manos me preocupan aunque en San Manatí pasea toda clase de criaturas. Nada más ayer, Cihuanicté me había llevado al pueblo donde moran los cronopios y las famas al abrigo de una extraña selva fría donde nadie se atreve. Ahí les vi, con lo absurdo de sus conductas en una dinámica ajena a la humanidad que en sí misma tiene coherencia. Dijeron no recordar a Julio, el argentino que tanto les retrató.

— Brujo, brujo, brujo. Dicen los dos.

Les miro azorado. Son como niños juguetones que se divierten con mi expresión de sorpresa y susto, son como esos grandes cánidos o felinos que quieren jugar contigo cuyas caricias pueden arrancarte la cabeza. Siguen sonriendo y aplauden ante mis gestos de asombro. Él ya peina canas en las sienes. Ella tiene la piel más bella que haya visto nunca y pese a su estatura, hay una sublime armonía en sus formas, su atractivo es casi animal, irresistible. Él me observa y parece adivinarme el pensamiento cuando dice:

— Si brujo, Morri es bella. Tu hélice gigante es compatible, pero no es por eso que hemos venido a hacerte compañía. Aunque no tienes más que pedirlo. Morri es libre y decide sobre sí misma.

Aquello completa la locura, me parece. Se ven perfectamente humanos, pero están por encima de nosotros, me parece. Deseo que Cihuanicté aparezca pronto y me ayude, la verdad, estos dos son perturbadores y supongo…

— No supongas nada. Ah, y tu amiga bruja no vendrá, nos teme. Dice Morri con un gesto de niña traviesa. Hace algún tiempo algunas de sus tribus y los de nuestra especie pelearon, al menos en este mundo, en el mundo de donde provenimos no, ahí nosotros y los brujos siempre fuimos más o menos aliados. Si. Leemos en tu pensamiento.

— Morrigan Mayfair, hija de brujo y bruja, dice ella y ofrece su mano.

— Ashlar Templeton, dice él y hace lo propio.

Los miro y asiento. Nos quedamos charlando todo el día en la terraza que da a la bahía. Intercambiamos historias. Ash dice que han venido porque a Morri San Manatí le recuerda vagamente a su natal Nueva Orléans. Al ver mi asombro, me aclaran: — Nueva Francia, la república que colinda con el Departamento de Tejas-Coah, en el norte de la República Tenochca. Ya ubicado, asiento de nuevo.

Es probable que se queden a vivir aquí y quieren que les ayude como intermediario con los clanes locales de los brujos. ¿Brujo yo?

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