miércoles, 4 de febrero de 2009

La vida en el envés

La noche sanmanatiense

Por Saulo Tertius

La noche de San Manatí huele a pólvora, sangre y alcohol. A veces se mezclan en ella también los olores de unas cuantas flores, el café y multitud de sudores eventuales. Las altas horas son en ella confusión estridente de música electrónica, los gritos de los dealers y sirenas de ambulancias y patrullas. Si pudiera morderse la su gruesa y oscura cáscara, hallaría en ella el degustante una mezcla impávida de sales dérmicas y sanguíneo hierro, prometidas mieles y mordazas resultantes, ácida esperanza religada a largas vetas de indolencia y una pizca de fe, aunque las más de las veces improbable.

Pero no es buen alimento para los humanos indigentes. Sólo los bandidos bienechores que la habitan y el Río profundo, en tanto que precinto comarcano, quienes se alimentan con carne humana, sustancias prohibidas, armas y demás enseres que lo atraviesan de selva a selva, de aldea a ejido y de nación a nación, en estos tiempos de embrutecidas y olvidadas y descontinuadas ya las leyes y las formas.

En la noche de San Manatí las buenas almas se atrincheran tras sus endebles puertas para envenenarse a pleno gusto frente a los televisores o se sientan en los porches a ver pasar los autos de oscurísimas ventanas, las escasas personas, los moscos del dengue, los monstruos cotidianos, los amables traficantes, las sabias hetairas, los inquebrantables vecinos, los perros aterrados, los desterrados gatos, los gobernantes de paseo, los perdidos, los indeseados, los muertos próximos que no lo saben y hasta algún prometido redentor oriundo en ciernes al que siempre consideraron cuerdo como ellos mismos.

Entre vísperas y laudes uno puede ver a los visitantes de las conjunciones entre mundos, a veces acudo solo, a veces en compañía de Cihuanicté, la bruja del clan de los manglares y conversamos con la verdadera gente que para los demás no existe, como a veces incluso nosotros mismos que de cuando en cuando somos invisibles a sus ojos. Pero esa es otra historia, pues aparte de nosotros los transterrados, los sanmanatienses y su noche guardan una relación infame, informe, infausta, infundada, ínfima e infinita, lo que es menester de arte mayor el cronicar.

Con tantos muertos y fraudes, fortunas perdidas en casinos, violaciones, fallecidos en quirófano y fenecidos de inanición, dipsomanía y/o desesperación, cualquiera que no conoce esta orgullosa capital pensaría que en menos de un año debiera estar vacía, pero no es así. Cada día se cuentan discretamente los unos a los otros para saber si hay nuevas vacantes en el gobierno, en el sindicato, en el casino o el cementerio y cada día cardúmenes nuevos, langostas migrantes, manadas infectas y nuevos buenos vecinos se allegan, grávidos de sueños de riqueza, fama y fortuna.

A veces falta un Sadik. Una Ku se ha fugado con un No. Una Mandrágoras murió conduciendo con alcohol en las venas. Alguno de los encumbrados Fermín se suicidó y entonces uno de los Copla accederá al poder en la suplencia, aunque antes hubiese declarado a los lebreles de los rotativos que no sería suplente ni de Dios. Borroaos los unos a los otros, es la oración secreta de los que se sonríen en los públicos pasillos.

La noche de San Manatí es tan vasta e insondable, que en ella habita la ubicua bestia de las dos espaldas a su antojo y recorre insaciable la urbana aldea con sus gemidos, bendiciones y alaridos causando ora espanto, ora envidias, ora infiernos fundados en costumbristas amancebamientos exonupciales que saltan luego a las cantinas, a los lavaderos y en fin, a la luz del día; interlineado en que se concluye como un as el magnánimo indiano Don Trajano de Ugalde en cuyo abundante y variopinto serrallo retozan como una lo mismo la adyacente dama de las cuentas, la consorte, la parlamentaria y las hieródulas, a más de las ocasionales y las erradas, todas ellas ignorantes las unas de las otras pero secreto a voces todas, como las reglas de la urbanidad lo mandan.

La noche de San Manatí es letal para los insomnes, los sonámbulos y los sabios mendicantes, últimos ellos que si pasan despiertos de maitines, marchan donde Grangaznate y Gaznachona tienen abierta sempiterna su posada y se allegan a beberse unas pintas o unas damajuanas mientras conversan con la feliz pareja sobre Gargantúa su bebé para aletargar el músculo del sueño, que luego viene apareciendo ya hacia prima, cuando vuelven a casa a dormir para que luego, dando tercia, se vayan tan frescos cuanto lo permitan los milagros, a cumplir buena y santamente con sus así nombrados horarios de trabajo.

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