miércoles, 12 de agosto de 2009

La vida en el envés

Sirenios tribales

Por Saulo Tertius

Desde que empecé esta columna o cronicón para El Nigromante (que se publica también en medios de otros tres o cuatro mundos dispersos con los que el cosmos nuestro guarda alguna similitud) puse como condición a los diaristas que me dejaran escribir sobre los aspectos San Manatí que yo quisiera, así que la disecciono según a mi gusto y disgusto refocilándome en sus aspectos más lóbregos y sus personajes más sórdidos, sólo por ofrecer un contraste con el carácter de metrópoli cosmopolita y gran centro de la cultura con que la han disfrazado por años.

Hasta el momento había evadido la gana de tratar sobre sus tribus sirenias, de las que no se habla sino con los elogios de zoólogos de las salobres cisternas y el asombro de naturalistas, el encono encendido de los activistas del hábitat y la jerigonza autocomplaciente de los gubernativos. O como mucho, con el pueril entusiasmo de las famélicas masas que con su nombre lo bautizan todo en la ciudad: los equipos deportivos, las escuelas, los autobuses, las paleterías, no pocos medios y por supuesto la propia urbe en un exceso de autoafirmación.

Así que me he evitado hasta el momento la indigna tarea de retratar lo obvio, de anegarme en los temas más ruines y de menor fuste de esta ciudad, en los que se entretienen los informadores más vulgares que la abarrotan en el perpetuo negocio rastrero del págame para que de ti no mal escriba o hable que practican otros.
Sin embargo, todo rapsoda y cronicante que se respete, alguna vez se encuentran en el trance de revisar la borrosa mancha urbana y saber que su dislexia colectiva le conduce a la sequía más brutal que pluma alguna haya experimentado y entonces, sólo entonces, uno acomete temas como el de los callados habitantes de la bahía sanmanatiense.

Las aguas de la afamada bahía muerta o al menos desfalleciente, van del azul que espera verse en mar cualquiera a un sepia suspicaz cuya presencia se concentra hacia la desembocadura del fronterizo Río profundo que separa a los dizque angloparlantes de los dizque hispanoparlantes, a diferencia de los turquesas, aguamarinas y demás tornasolados espectáculos cromáticos que regala el mar en el resto de la región. La explicación oficial del color sepia que esa porción de la bahía muestra, son los sedimentos y el humus que el río arrastra en su curso; no obstante los fanáticos del entorno han demostrado que se trata de toda clase de basura ya licuada por las revoluciones del agua como detergente, residuos fabriles, desechos domésticos y más abundantes, detritos humanos y animales además de los restos de uno que otro cadáver.


Comparados con la fauna terrestre, no pocos naturalistas y demás entusiastas estudiosos han dicho que los sirenios habitantes de la muy poco profunda bahía, son por su morfología, dieta y costumbres, semejantes al ganado vacuno terrestre; no obstante, la profunda contaminación antes descrita los fue convirtiendo más bien en seres que hoy guardan mayor semejanza con sus porcinas contrapartes terrestres.


Dáidalos me ha dicho que tiempo hace, en sus primeras búsquedas de Ikaros, él había visto en esta misma bahía un cuerpo de agua cristalino a través del cual había observado a tribus de tritones que pastoreaban manatíes. Desde luego no vivían en aguas tan expuestas, pues como todo mundo sabe sus ciudades se hunden muy lejos del talud, mar adentro.


Los sirenios tomaron su ganado y se marcharon hace mucho tiempo, cuando los encañes de los humanos comenzaron su tarea de vomitar veneno en la bahía, sobre todo hacia el delta del Río profundo, los pocos manatíes que aún se ven son cimarrones o extraviados de lejanas granjas instaladas en el fondo del Mar de las Antillas.


Pero bueno, ya les contaré otras cosas en entregas posterioes, mientras tanto, sobrevivan para nuestro encuentro siguiente.

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